Este 15 de octubre estaría cumpliendo años el escritor tolimense Hugo Ruiz Rojas. Para hoy, tendría 81 años, pero la muerte tuvo que atravesarse dejándonos con ello realmente disminuidos y con una estremecedora desazón y desconsuelo. Después de una angustiosa enfermedad por el cáncer en la lengua que fue minándolo, la crónica de una muerte anunciada llegó a su fin.
Cruzando los 65 años había ejercido el periodismo en prensa, radio y televisión y fueron bien surtidas sus reseñas, comentarios y críticas en diarios y revistas desde cuando comenzara en los diarios El Tiempo, El Espectador y El Siglo a partir de 1959. Durante esos 48 años fue incluido en antologías de cuento en el país, en España, en el Uruguay y en Alemania y muchas las conferencias dictadas en universidades, sus traducciones al francés o al italiano y decenas de libros leídos para editoriales en España, concretamente en Barcelona donde vivió pocos años.
De todos modos, ahí quedan para sobrevivirle honrosamente sus tres libros como el testimonio de quien se dedicó más a leer que a escribir, generando un lúcido volumen de ensayos, Textos para conciliar el sueño, un más que decoroso libro de cuentos, Un pequeño café al bajar la calle y su más que destacable novela 'Los días en blanco'. No han tenido buena parte de los colombianos la ocasión feliz de leerla y en cuya elaboración invirtió poco más de treinta años. Desde luego que tuvo varias interrupciones en el no despreciable período, pero por fortuna logró terminarla pocas semanas antes de morir. Se trata de una obra con una historia apasionante que vale la pena por la precisión en el lenguaje, la categoría sólida de los personajes y el manejo de los planos.
Su trabajo es prueba fehaciente de su talento como escritor y ensayista, hasta el punto de considerársele desde hace varias décadas como indispensable en el inventario de los autores que sucedieron a la generación de García Márquez. Ahí si existe un escritor de verdad y no de tantos que últimamente improvisan y publican detrás de prestigio y beneficios económicos pero con una irrisoria calidad. Lo claro, finalmente, es que se trata de un intelectual del cual podemos enorgullecernos, así muchos apenas recuerden su pasión por la cerveza persistente pero no su trabajo.
Evocamos el maravilloso e incancelable recuerdo de una larga hermandad compartida entre su disciplinado amor a los libros, la bohemia, los viajes y el trabajo a lo largo de cuatro décadas intensas. Y el malestar que no cesa, la nostalgia que crece y la evocación de su frase de alguien afirmando que morir es simplemente dejar de ser visto. Porque por lo demás sigue latente como si apenas una temporada lo fuéramos a tener lejos mientras que de la manera más inadvertida logremos alcanzarlo.
Carlos Orlando Pardo
Pijao Editores