Por Andrea Aguilar
El País (Es)
A pesar de sus brillantes ojos azules, su distinguido porte y su despampanante belleza, Lucia Berlin (1936-2004) pasó escandalosamente desapercibida. Cierto que no era actriz, ni modelo, pero sí fue una increíble escritora, (observadora, cruda, divertida y brillante) que el mundo literario dejó pasar por alto. El escándalo —que nunca estuvo muy lejos de su atribulada vida— llegó en 2015 cuando Berlin fue descubierta y resonó la pregunta de por qué se la había ignorado. Ya llevaba una década muerta cuando ese año la antología de sus relatos prologada por Lydia Davis, Manual para mujeres de la limpieza, llegó a las librerías estadounidenses de la mano de la editorial FSG y arrasó. Berlin, “escritora de escritores” —es decir, admirada mayormente solo entre un puñado de colegas— se convirtió en una estrella.
Como apuntaba María Fasce, editora de Berlin en el sello Alfaguara: “Me parecía increíble que esos cuentos dolorosos, hermosos y llenos de humor negro, hubieran pasado casi inadvertidos para sus contemporáneos”. Cientos de miles de lectores en todo el mundo se han sentido igual y hoy, tras la publicación de esa primera colección de relatos en 23 países, después de copar los primeros puestos en las listas de ventas durante semanas y de recibir el aplauso unánime de crítica y público, más que escándalo por el tiempo que tardó en ser descubierta, lo de Berlin ha pasado a ser un fenómeno.
En 2018 la brillante cuentista, que arropa con su prosa historias brutalmente humanas, regresará simultáneamente a las librerías españolas y estadounidenses en noviembre con Una tarde en el paraíso. El nuevo libro reúne 21 de los 34 relatos que quedaron fuera de la primera colección, todos ellos inéditos en castellano. Algunos, eso sí, fueron incluidos en las colecciones que Berlin publicó en los años noventa. En concreto el que da título al nuevo volumen apareció en Where I Live Now (Donde vivo ahora) el último libro de cuentos que Berlin publicó en vida en 1999, en la pequeña editorial Black Sparrow Press.
Desde su estreno a los 24 años en las páginas de la revista del escritor Saul Bellow, The Noble Savage, Berlin publicó 77 historias cortas que aparecieron en pequeñas revistas y fueron reunidas en media docena de libros con escasa repercusión y tiradas cortas. Berlin se hundía en el alcoholismo, escribía a rachas y trataba de salir adelante con empleos precarios de señora de la limpieza, telefonista o enfermera hasta que en los noventa obtuvo una plaza como profesora en Boulder, Colorado.
Nacida en Alaska, hija de un ingeniero de minas, Berlin pasó su primera infancia errante por Idaho, Montana, Kentucky y El Paso hasta que la familia se trasladó a Santiago de Chile. Allí la futura escritora frecuentaba clubs de campo y fiestas de la alta sociedad. En 1968, 13 años después de dejar Chile para enrolarse en la Universidad de Nuevo México —donde fue alumna del novelista español Ramón J. Sender— Berlin se había divorciado tres veces y tenía cuatro hijos.
Se había instalado en Nueva York en los cincuenta y frecuentaba un círculo de músicos y artistas con su segundo esposo, el pianista de jazz Race Newton, y los dos hijos de su primer marido. Después se casaba en México con Buddy Berlin, saxofonista, padre de sus otros dos hijos, y adicto a la heroína, lo que acabó por separarles. “Con la adicción llega el esconderse, el mentir, la sospecha. ‘Solo me miras a los ojos para ver si estoy colocado’, me dijo. Verdad”, escribió Berlin en Memories of México publicado en The New Yorker.
La editorial FSG ultima ahora con la ayuda del hijo de la escritora Jeff Berlin, Welcome Home obra que recoge un inacabado libro autobiográfico y lo completa con cartas y fotos de la escritora. La edición estadounidense coincidirá con la salida del libro de cuentos. En español, las memorias serán publicadas también por el sello Alfaguara unos meses más tarde.
La seductora voz de Lucia
En 2002, Sophie Constantinou entrevistó a Lucia Berlin y la grabó mientras leía con tono dulce y una bombona de oxígeno sus cuentos favoritos para su gran amigo el poeta y editor Kenward Elmslie. Con él mantuvo una estrecha y divertida relación epistolar. Desde 1990 se escribían dos cartas a la semana: “Le conté lo triste que estaba porque se había muerto el cartero. Nos escribíamos cosas así, cosas que nuestros amigos escritores encontrarían aburridas pero que nos encantaba contarnos”, explica Berlin en uno de los fantásticos vídeos disponibles en Vimeo.