Por Jorge Moral Foto José Nicolini
El País (Es)
Tras Vacaciones permanentes (2010) y Las olas (2014), la escritora (y periodista y editora) boliviana Liliana Colanzi (Santa Cruz, 1981) publicó el año pasado un tercer volumen de relatos, Nuestro mundo muerto, libro por el que anteayer mismo fue nominada como finalista al Premio de Cuento Gabriel García Márquez. Un volumen que supuso su consagración y en el que la autora se pregunta por la contemporaneidad saltando de la mitología campesina a los viajes a Marte.
De pequeña quería ser…
Escritora, bailarina, detective.
¿Cuál es el mejor consejo que le dio alguno de sus padres?
Mis padres no daban muchos consejos.
¿Con quién le gustaría quedar atrapada en un ascensor?
Con mi amiga Denisse, que sabría cómo hacerlo divertido y seguro encontraría la manera de escapar.
¿Algún sitio que le inspira?
El futuro.
¿Cuándo fue la última vez que lloró?
Hace poco, viendo fotos de Dorothy Counts, la estudiante de 15 años que fue una de las primeras chicas negras en asistir a una escuela de blancos en Carolina del Norte. Hay una tensa dignidad en ella mientras camina perseguida por una turba de gente blanca que se ríe, la insulta y le hace muecas.
¿Qué música le sirve para trabajar?
Últimamente: Through the Looking Glass, de Midori Takada, Juana Molina, Soft Machine. Heredé una colección de música clásica de los anteriores dueños de mi casa (que están muertos), y que me hace buena compañía.
¿Cuál ha sido el mejor regalo que ha recibido?
De niña, una máquina de escribir.
¿Para qué sirven los premios?
Para tener dinero y poder seguir escribiendo.
¿Qué significa ser escritor?
Me gustan estos versos de Osvaldo Lamborghini: “Me haré escritor/ Es decir/ Me meteré la lengua en el culo”.
¿Qué magia encierran los cuentos?
La posibilidad de ver en un relámpago al mundo en toda su extrañeza, su miseria y su belleza.
¿Cuál es el último libro que le hizo reír a carcajadas?
No suelo reír con los libros pero Entre los indios, de César Aira, me hizo reír con ganas. Todavía me acuerdo y me da risa.
¿Y el que mataría por haber escrito? También vale el cuento que mataría por haber escrito.
La buena gente del campo, de Flannery O’Connor. Mi tío el jaguareté, de João Guimarães Rosa.
¿De qué cuento sería usted protagonista?
De La gente blanca, de Arthur Machen, sobre la niña que es aprendiz de maga.
¿Cuál ha sido su gran experiencia?
La adicción, el detox.
¿Qué le diría a Evo Morales si lo tuviera delante?
Le diría varias cosas si creyera que escucha a alguien.
En una fiesta de disfraces, ¿de qué se disfrazaría?
La última fiesta de disfraces me vestí de gato de Cheshire.
¿Dónde no querría vivir?
En países donde las mujeres no tienen derecho a participar en la vida pública.
¿Qué la deja sin dormir?
¡Todo! Tengo insomnio desde siempre.
¿Tiene algún sueño recurrente?
Una época soñaba seguido con una cabra. La cabra, evidentemente, era Satán.
¿Qué personaje de la literatura o el cine se asemeja a usted?
Un amigo me dice Merlina Addams. No sé si se asemeja a mí, pero me conmueve el personaje principal de La vegetariana, la novela de Han Kang: una mujer que desea desprenderse de su condición humana, que quiere convertirse en vegetal.
¿Qué le hace suspirar?
El largo invierno de Ithaca, donde vivo.
¿Y un olor preferido?
El olor de mi nana.
¿Qué siente cuando ve su foto en los diarios?
Un poco de ridículo, que es lo que siento cuando hablo en público.
Respecto a su trabajo, ¿de qué está más orgullosa?
De haber persistido a lo largo de años muy duros.
¿Cuál es la noticia que siempre ha esperado leer?
Que el aborto ha sido legalizado en Bolivia. Que se ha descubierto vida en otro planeta.
¿Cómo ve el futuro de Bolivia?
Feminista, ojalá.