Por Alex Vicente Foto Carlos Rosillo
El País (Es)
No es la primera vez que la literatura francesa —o en francés, como muchos piden, con razón, que pase a ser denominada— es la invitada de honor en Fráncfort. Ya lo fue en 1989, cuando mandó a la feria a un contingente formado por autores como Michel Tournier, André du Bouchet, Michel Butor, Jean Vautrin, Erik Orsenna, Patrick Besson y Tahar Ben Jelloun. La lista de 130 escritores invitados a la edición de 2017, que arranca el próximo miércoles, ofrece una panorámica más fiel a la heterogeneidad del paisaje literario. Para empezar, reflejando su innegable feminización. En ese listado hay 47 mujeres, desde estrellas como Amélie Nothomb, Marie Darrieussecq o Yasmina Reza hasta apariciones más recientes como Delphine de Vigan y Maylis de Kerangal. También pone en evidencia la diversidad de orígenes de sus integrantes, con una apertura a los escritores surgidos de la inmigración y del antiguo espacio colonial. El conjunto parece insinuar la voluntad de superar cierto retraso histórico en el reequilibrio de su canon, como otras tradiciones llevan haciendo durante décadas.
“Nos hemos visto obligados a entrar en el siglo XXI”, ironiza la escritora Julia Deck, que acude a la feria por primera vez. “La lista de 1989 pertenece a un tiempo no tan lejano, pero, a la vez, evoca un mundo que ha desaparecido, aunque contenga nombres a los que respeto mucho”. Para Deck, revelación del último lustro gracias a tres libros aparecidos en las míticas Les Éditions de Minuit, vivero del nouveau roman, si el mundo literario ha cambiado, es obligatorio que su representación también lo haga. “Hoy, cuando pensamos en el perfil típico del escritor francés, ya no nos viene a la cabeza la imagen de un hombre mayor”, sentencia. Deck saluda la pluralidad de perfiles, pese a desconfiar “de quienes enarbolan la bandera de la diversidad como instrumento de marketing”. En una cultura apegada a los símbolos grandilocuentes pero estériles, la sospecha de la infecundidad nunca queda demasiado lejos.
En todo caso, la representación de la francofonía, esforzado equivalente a la Commonwealth, resulta amplia. Entre los embajadores de la literatura en francés en Fráncfort figuran el argelino Kamel Daoud, autor de la magnífica Mersault, caso revisado (Almuzara), y la marroquí Leïla Slimani, ganadora del último Goncourt con Canción dulce (Cabaret Voltaire). También el afgano Atiq Rahimi, la india Shumona Sinha, la iraní Négar Djavadi, la canadiense Nancy Huston o el libanés Wajdi Mouawad, figura central del teatro contemporáneo, además del rapero ruandés Gaël Faye, fenómeno de ventas en 2016 con Petit pays. Todos ellos escogieron el francés como lengua literaria.
Marie NDiaye, hija de senegalés y francesa, que se alzó con el Goncourt en 2009 con Tres mujeres fuertes (Acantilado), saluda esta voluntad de aperturismo. “Los autores escogidos no son los mismos que hubieran sido seleccionados hace 20 o 30 años. Y no solo porque las mujeres y los hijos de la inmigración fueran menos numerosos, sino también porque eran menos visibles, estaban menos mediatizados y eran vistos, globalmente, con condescendencia. O, al revés, con un entusiasmo militante que no era necesariamente mejor”, sostiene NDiaye. Quince novelas atrás, cuando empezó a ser publicada, las librerías solían colocar sus obras en la estantería destinada a la literatura africana, pese a haber nacido a un centenar de kilómetros de París y no haber pisado el continente de su padre hasta los 22 años. “Al ver mi apellido me ubicaban entre los autores no franceses que escriben en francés. Hoy ese reflejo ya casi no existe”, se congratula. “Todo esto va por el buen camino. Esta es la Francia de hoy”.
Sobresalen entre los asistentes otros autores enmarcados en lo que los anglosajones llaman política identitaria (identity politics), reforzada por el arraigo de la teoría crítica marxista en territorio francés. En este grupo hay que situar a Édouard Louis, fenómeno editorial en todo el mundo con un relato autobiográfico sobre la discriminación que padeció como homosexual de origen proletario, para acabar con Eddy Bellegueule (Salamandra), traducido en todo el mundo. También estarán en Fráncfort dos de sus precursores y principales valedores: Annie Ernaux, pionera en la denuncia de los sistemas de dominación social y de género en formato literario, y Didier Eribon, teórico de la cuestión gay, discípulo de Bourdieu y autor de una obra capital, Regreso a Reims (Libros del Zorzal), que combina tratado sociológico y confesión en primera persona. También acudirá Virginie Despentes, referencia feminista con sus escritos sobre pornografía y prostitución, propulsada por su exitosa trilogía Vernon Subutex (Random House), fresco de una sociedad depresiva donde aparecen militantes ultraderechistas y jóvenes envueltas en el velo islámico, aunque tenga poco que ver con la mirada de Michel Houellebecq (quien, por cierto, también acude a Fráncfort).
Otra estrella como Emmanuel Carrère representa, con sus injertos entre ficción y no ficción, otra tendencia en boga: la disolución de las fronteras entre géneros. Un proceso que empieza en tiempos de Baudelaire, aunque el establishment editorial siga empeñado en separar novela y ensayo. “A los franceses les gusta mucho categorizar, a causa de esa tradición racionalista a la que la literatura no ha escapado. Por fin salimos de debates absurdos, como saber si un libro es o no es una novela”, explica el periodista y escritor Christophe Boltanski, autor de Un lugar donde esconderse (Siruela), sobre la historia de su abuelo, que pasó 20 meses escondido en un trastero durante la ocupación de los nazis.
Para Pierre Assouline, otro de los asistentes a la feria, ese es el más interesante de todos los síntomas de apertura. “Refleja una desorientación general de la sociedad respecto a sus puntos de referencia tradicionales. Haciendo estallar las formas tradicionales del relato a través de la fragmentación de géneros y de su hibridación, los escritores alternan la vieja ingenuidad de la narración novelesca a la forma laberíntica que suele tener toda investigación, como sugirió Robert Musil”, afirma el crítico y escritor. Si bien esa “novela sin ficción” no es un género estrictamente francés, existe una gran variedad local, que representan autores como Philippe Jaenada, Patrick Deville, Yannick Haenel o Laurent Binet. “Este género que canibaliza y absorbe en su beneficio lo mejor de los demás géneros es alentador”, añade Assouline. “Pero no pretendamos haber inventado nada. Su pionero sigue siendo Cervantes, y su modelo absoluto, El Quijote”.