Revista Pijao
Leonardo Padura: “Se puede explicar Cuba sin escritores ni pintores, pero no sin jugadores de béisbol”
Leonardo Padura: “Se puede explicar Cuba sin escritores ni pintores, pero no sin jugadores de béisbol”

Por André de Oliveira   Foto  Itziar Guzmán

El País (Es)

El escritor cubano Leonardo Padura calcula que da unas 250 entrevistas al año. En todas ellas, más tarde o más temprano, el entrevistador le pregunta: “¿Por qué, durante todos estos años, no ha salido usted del país?”. Y el autor de la saga policíaca de Mario Conde, de éxitos internacionales como El hombre que amaba a los perros (2009) o Herejes (2013), cambia el gesto y responde como puede. Hoy, en un hotel de la zona más cara de São Paulo, resume, por accidente o no, casi toda su carrera literaria al hacerlo: “Me interesan mucho los conflictos de los cubanos a lo largo de la historia, pero sobre todo en el presente. La conexión con Cuba es importante para mí”. Tras participar en la adaptación a serie de Netflix de su tetralogía Las cuatro estaciones, Padura se prepara para dar muchas entrevistas: el año que viene publicará su nueva novela, La transparencia del tiempo, con la editorial Tusquets.

La novela supone el regreso de Mario Conde, que empezó con 30 años y hoy tiene los mismos 61 años de Padura, sorprendido como siempre con el presente cubano. “Mi generación creció en medio de la revolución, participó en ella, pero cuando alcanzó su momento de madurez, de recoger los frutos, a principios de los años noventa, vio cómo caía la Unión Soviética y todo se desmoronaba. A ese proceso también se le sumó el acceso a una información que no teníamos antes”, se explica Padura. “Todo eso generó una conmoción que he podido trasladar a mis novelas, pero siempre partiendo de los personajes”.

Esta vez, el autor asegura haberse embarcado en una nueva fase, más ambiciosa, más volcada en lo histórico (ya en Herejes el personaje de Mario Conde pasaba a explorar el pasado de los judíos en la isla). “Voy al pasado como forma de entender el presente”, anuncia.

Pregunta. ¿Y con qué ojos mira la historia?

Respuesta. El novelista es un contador de mentiras que tiene que convencer a su lector de que cuenta la verdad. Para ello, tengo que buscar elementos que den vida a la historia y, a veces, estos son pequeñísimos, cosas sin importancia para un historiador. A un biógrafo del poeta José Heredia [personaje de La novela de mi vida], por ejemplo, poco le importa si le gustaba el guiso de quimbombó pero, para mí, descubrir ese detalle en una carta que Heredia le escribió a su madre fue algo fundamental.

P. En Herejes logró hasta explicar cómo están conectados Rembrandt y el Estado brasileño de Pernambuco.

R. Por lo que parece, una de las características de Rembrandt era la mala leche y, por eso, trataba a sus discípulos con mucha rudeza. Me puse a pensar en cuál sería el origen de su mal humor y llegué al dolor de muelas. Una persona con dolor de muelas siempre tiene el peor humor del mundo. Todo eso, al final, está relacionado, nada más y nada menos, con la colonización de América. La causa del dolor de muelas de Rembrandt, y de su consecuente mal humor, se debía a los dulces de caramelo que salían del azúcar que se producía en Pernambuco y que estaban de moda en Holanda. Esos pequeños detalles no tienen nada que ver con la obra de Rembrandt o de Heredia, pero son fundamentales para un novelista.

Cuando Padura sonríe, sus ojos se contraen y, por un momento, parece un monje chino de piel oscura. Pero en cuanto se le habla de política, la sonrisa se le desvanece. En una entrevista reciente de la televisión brasileña, se mostró irritado cuando se le preguntó por la situación social cubana. “Es verdad que en Cuba hay pobreza, no puedo negarlo, pero nadie se muere de hambre. Hay más gente durmiendo en la calle en una manzana de São Paulo que en toda Cuba”, gruñó.

P. ¿No le gusta hablar de política?

R. No es que no me guste hablar de política. Un cubano está obligado a hablar de política, porque en Cuba todas las discusiones tienen origen político, es como el oxígeno para nosotros. Pero no soy especialista en el asunto y, por eso, voy a dar respuestas que cualquier otro podría dar. Sin embargo, si hablo de literatura, voy a dar respuestas que solo yo puedo dar. Lo más importante es que, cuando respondo sobre literatura, todas mis respuestas pueden tener lecturas políticas.

P. De manera general, es bastante crítico con la prensa. ¿Tiene que ver con la cuestión política de las entrevistas?

R. No es eso. En el periodismo, sufro cuando voy a escribir una colaboración y me dicen que tengo 3.000 caracteres para mi artículo. ¿Cómo puedo explicar un fenómeno cubano en ese espacio, porque se supone que el lector no lee más que eso? Creo que todo se ha deformado en los últimos años: el análisis del periodismo, del mundo editorial, de la lectura. Claro que si leemos en la pantalla del celular queremos que la cosa termine rápido. Supongo que debo de sonar muy retrógrado, soy un dinosaurio del siglo XX andando por el siglo XXI, pero echo de menos el tipo de periodismo que se hacía en el papel. A pesar de todo, todavía hay lectores para ese estilo que tiene espacio para narrar.

P. ¿Cree que es posible hacer periodismo sin amar la literatura?

R. Sí, se puede hacer, pero seguramente será malo.

En 2012, Padura publicó una crónica llamada Yo quisiera ser Paul Auster, en la que se maravillaba de que el autor estadounidense fuera capaz de pasarse una entrevista entera hablando solo de cine, literatura y béisbol, asuntos predilectos del propio Padura. “Si yo fuera Paul Auster y estuviera a favor o en contra de Obama o de Bush o de Palin, mi posición política apenas sería un elemento anecdótico. Porque, sobre todo, podría hablar de asuntos amables, agradables, capaces de hacerme parecer inteligente, cosas de las que (creo) sé bastante: de béisbol, por ejemplo”, bromeaba.

P. ¿Y por qué nunca ha escrito una novela sobre béisbol?

R. Porque todavía no he descubierto cómo hacerlo, pero me gustaría mucho. Creo que Cuba puede contar su historia sin hablar de sus escritores, de sus pintores o de su gastronomía, pero no puede hacerlo sin hablar de sus músicos o de sus jugadores de béisbol.

P. ¿Qué tiene el béisbol del alma cubana?

R. El béisbol llegó muy temprano a Cuba a través de Estados Unidos, todavía en el siglo XIX. Y en seguida se reveló como una manera de que la juventud cubana ilustrada, y después la población en general, se distinguiera de los españoles colonialistas. Y también era algo que venía del país modelo de aquella época: independiente, democrático y desarrollado. Rápidamente, dejó de ser solo un deporte y se convirtió en una representación de la vida cubana. Al finalizar los partidos, se tocaba música cubana. Primero, los jugadores eran todos blancos y los músicos eran todos negros. Pero hubo un momento en que el deporte fue creciendo y ya no había suficientes jugadores blancos: el resultado fue una aproximación étnica que creó un espacio de convivencia, de representación nacional y cultural, muy importante. La liga profesional cubana admitió a los primeros negros en 1900, mientras que en los Estados Unidos los negros solo entraron en las grandes ligas en 1948.


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