Revista Pijao
León Felipe: el poeta prometeico
León Felipe: el poeta prometeico

Por Ángela Martín Laiton

Especial para El Espectador

Estaba quebrado, sus peripecias económicas le habían causado tiempos difíciles en los que su único refugio había sido la poesía. Era un poeta contestatario al que la España violenta de aquellos años había censurado. Desterrado y sin dinero, tuvo que retomar esa antigua carrera de farmacología que había cursado sólo para complacer a su padre. Había viajado a la antigua colonia española de Guinea Ecuatorial para trabajar como administrador de hospitales. En la sombra de su exilio, recordaba con amargura los tres años de mazmorra que pasó en la cárcel. Esa oscuridad y vacío que dejó el presidio le hicieron parir poemas desde la tripa misma de su angustia. Vivió en la cárcel, sí, “no como prisionero político, sino como delincuente vulgar”, decía en sus poemas.

 

El poeta no encontró su lugar en el África colonizada; se sintió más infeliz que nunca viviendo de la administración del hospital de Elobey, esa isla situada en la desembocadura del río Muri, en Guinea. Tuvo que volver a su natal España. Llevaba una vida seducida por la bohemia y el desencanto de la época. Ay, León Felipe, para dónde llevaba su carne como única posesión, cantando a las pequeñas cosas, dando valor a todo aquello que los avatares de una guerra no nos dejan contemplar. La vida estaba allí no más en las cosas simples y el poeta lo sabía, cargaba a cuestas su poesía y una carrera como escritor hasta entonces desapercibida.

En esos años de poca ventura, conoció a Alfonso Reyes, quien le entregó una carta de presentación dirigida al entonces director de la Escuela de Verano, en México, Pedro Henríquez Ureña. Sin dinero en los bolsillos, se embarcó en el antiguo navío Colón con un pasaje de tercera clase. Al otro lado del océano, en la mística América, le esperaban sus hermanas, quienes residían en Ciudad de México. Vivir en México era la excusa para una ambición mayor. Lo que León Felipe buscaba era llegar a Estados Unidos, vincularse a la academia norteamericana. Con lo que quizá no contaba era con el amor que sentiría por la puja del México de los años revolucionarios, el embriagante amor que le despertaría la lucha de los campesinos mexicanos por la tierra. Él mismo lo escribió así: “Llegué a México montado en la cola de la Revolución. Corría el año 23, y aquí planté mi choza, aquí he vivido muchos años; he llorado, he protestado, y me he llenado de asombro. He pronunciado monstruosidades y milagros: aquí estaba cuando mataron a Trotski, cuando asesinaron a Villa, cuando fusilaron a 40 generales juntos, y aquí he visto a un indito, a todo México arrodillado y llorando ante una flor”. Tiempo después se sintió llamado a la causa republicana en España; sintió que tenía que retornar y así lo hizo.

Estalló la Guerra Civil, en 1936, y la violencia de esa patria lo dejó helado en la mitad de una plaza, desamparado, con una lluvia de sangre y ruina que le susurraba bajito al oído: “La puerta mística de los caballeros del milagro, de los grandes aventureros de la luz, de los divinos cruzados de la luz, de los poetas suicidas, de los enloquecidos y los santos que se escapan en el viento en busca de Dios para decirle que ya estamos cansados todos, terriblemente cansados de la noria y del reloj, del hipo violáceo del tirano”. En 1938, la violencia lo mandó al exilió, de nuevo, en México; en esta ocasión, como agregado cultural. Su patria nunca lo vería retornar.

Durante esa vida que reanudó en América, vio cumplido el sueño de ingresar a la academia norteamericana; se vinculó a la vida intelectual de aquellos años y conoció a grandes escritores del México revolucionario. Durante su paso por Estados Unidos, conoció a Bertha Gamboa, una talentosa docente y traductora mexicana que residía en Brooklyn y quien fue la responsable de abrir nuevos panoramas literarios para el poeta. Impartiendo clases en la Universidad de Cornell, León Felipe conoció a Walt Whitman, mediante su literatura. Una especie de gran amor, de gran maestro, Whitman abrió para siempre las puertas de la percepción en Felipe. El poeta español, cauto y leal, respondió al gran amor que Whitman había legado en su poesía y se dedicó a traducirlo.

León Felipe murió en México añorando una España sin Franco. León Felipe, el poeta loco, nostálgico, aprehendido en su pena y en la añoranza de la libertad. El poeta enamorado de la melancolía que solo pudo retornar a España en forma de poema. “-Yo no soy nadie. ¡Dejadme dormir! Pero un día me arrojaron al abismo, las aguas amargas me rodearon hasta el alma, la ova se enredó en mi cabeza, llegué hasta las raíces de los montes, la tierra echó sobre mí sus cerraduras para siempre... (¿Para siempre?) Quiero decir que he estado en el infierno... De allí traigo ahora mi palabra y no canto la destrucción”.

Revolución

Siempre habrá nieve altanera

que vista el monte de armiño

y agua humilde que trabaje

en la presa del molino.

 

Y siempre habrá un sol también

—un sol verdugo y amigo—

que trueque en llanto la nieve

y en nube el agua del río.

León Felipe


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