Por Federico Monjeau
Clarín (Ar)
Luego de la experiencia de V. O., la ópera de cámara exitosamente estrenada en el Centro de Experimentación del Teatro Colón en 2013, la ensayista Beatriz Sarlo y el compositor Martín Bauer vuelven a asociarse en un proyecto artístico. Esta vez será Cien años, un ciclo de canciones inspirado en los centenarios de la Revolución Rusa y del célebre mingitorio de Marcel Duchamp (también de 1917), que se presentará el 28 y 29 de octubre en el Centro Experimental del Teatro Argentino de La Plata.
La metodología de trabajo es, según Bauer, más o menos la misma empleada en V. O. “Funciona porque nos conocemos mucho. Somos bastante claros una vez que decidimos abordar un tema. Charlamos un rato o varios, y en algún momento dejamos de hablar, como si nos hubiéramos muerto. Beatriz escribe como una loca y me tira el material como si fuese una tonelada de hierro sobre el escritorio. Lo voy leyendo. Invariablemente es muy potente y muy agudo, aunque la cosa nunca se termina de resolver antes de los últimos ensayos. La diferencia es que Beatriz es muy rápida y yo muy lento. Tal vez el proceso de la música sea más lento que el de la letra”, cuenta.
– ¿Es una obra escénica?
–No. Hay un vestuario mínimo y en un momento se produce una intervención de Margarita Fernández. Pero no es un espectáculo escénico sino un ciclo de canciones, más dos momentos con una voz en off de Pompeyo Audivert. El ciclo responde un poco al modelo de Winterreise de Franz Schubert, ya que hay una idea de viaje. Lo romántico no aparece, pero sí el viaje, ya que la Revolución Rusa tuvo también sus visitantes, sus viajeros. Están el Diario de Moscú de Walter Benjamin, los escritos de Emma Goldman, una anarquista lituana que emigró a los Estados Unidos y volvió a Rusia entre 1920 y 1922 para terminar escribiendo textos muy desilusionados con el camino que tomaba la Revolución.
– ¿Hay efectivamente un canto lírico en la obra?
–Podría decir que se entra y sale del mundo lírico, cancionístico, dentro de la misma unidad de la canción. En este sentido, hay otro ciclo que para mí es muy importante además del de Schubert, que es el Quaderno di strada de Salvatore Sciarrino. Los textos de Sciarrino no tienen la unidad de Schubert, pero lo que inventa Sciarrino ahí es una manera de cantar. Nuestras canciones tienen un acompañamiento de piano, percusión, viola y clarinete, y hay también una cinta electroacústica. Hay algo de la vanguardia de los años 60 y 70 que a mí me interesa especialmente y que quisimos traer a esta obra.
–¿Qué significa celebrar hoy la Revolución Rusa?
–No es una celebración, sino una conmemoración. Creo que hay dos situaciones colectivas que producen un entusiasmo inigualable: la sensación de estar participando en un proyecto político de vanguardia –aunque terminó en algo muy opresivo– y la idea de estar trabajando en un proyecto estético común. Esto último pudo ocurrir no sólo en Rusia. Acordate cuando Morton Feldman se dejó de ver con su mejor amigo Philip Guston porque había vuelto a la pintura figurativa...
–Un liberal en política y un extremista en el arte.
–Exacto, casi un terrorista. Hay algo que a mí me gusta pensar de todo esto, que es la idea de que los artistas soviéticos, aun brutalmente reprimidos, en cierta forma triunfaron como artistas. Meyerhold fue fusilado, Malévich estuvo preso, Maiacovsky se suicidó. Malévich firmaba sus cuadros con fechas anteriores para que pensaran que eran travesuras del pasado, para que no creyeran que se estaba desviando. Eso está probado. Y tanto Lenin como Stalin tenían una idea muy clara de la importancia de estos artistas, por eso los silenciaron. Por otro lado, tampoco puedo negar que en todo esto hay una historia personal. Yo nací en un hogar comunista. Mi abuela trabajaba en SARCUS, la Sociedad Argentina de Relaciones con la Unión Soviética. Era redactora de la revista Las novedades de la Unión Soviética, escribía sobre la cantidad de quintales que se había producido en la región del Volga o de Ucrania. Y me acuerdo que me llevaba a esas oficinas en la Avenida Rivadavia, donde ni siquiera había ventilador y hacía un calor espantoso. Es como un fondo deslucido e imborrable.
SARLO ESCRIBE
Oda de las vanguardias
El futuro no se aprende en el pasado.
Asaltemos el cuartel general,
pintemos un cuadrado, negro o blanco, eso no importa tanto.
La mano olvida lo que ha aprendido.
Camaradas: a desaprender, a deshacer, a desmontar.
Mi mano solo será suprema, suprematista.
Rodchenko Lissitsky
los constructivistas,
artistas al poder, poder de los artistas.
En el último día del capitalismo,
el arte se mira en el abismo y encuentra la imagen de lo nuevo.
Entren a saco en los museos,
castiguen duro y sobre los viejos muros
cuelguen los cuadros del futuro.
Diseñadores de la LEF
A Lenin le gustan las piezas de Chejov.
Queremos que las vea en el teatro de Meyerhold.
A Lenin le gusta Gorki y a nosotros Klebnikov.
Rompemos las viejas normas Y al porvenir le damos forma.
Nuestra vida odiosa y sucia será bella, pura y justa.
Producimos mesas sillas y sillones
bibliotecas camas y almohadones
vasos cuchillos jarras cortinas inodoros y cocinas.
Somos los diseñadores de la LEF No pintamos para el burgués.
Somos los ingenieros de una belleza que recién empieza.
Producimos las cosas de la vida.
No cuadritos para señores de alma podrida.
Contra los burgueses de la NEP
Somos los artistas de la LEF.