Por Juan Carlos Laviana
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Varguitas “tenía un trabajo de título pomposo, sueldo modesto, apropiaciones ilícitas y horario elástico: director de informaciones de Radio Panamericana. Consistía en recortar las noticias interesantes que aparecían en los diarios y maquillarlas un poco para que se leyeran en los boletines”.
Precisa que “a las ocho ya tenía preparados los boletines y leídos, anotados y cuadriculados, [para el plagio] todos los periódicos”. Es cierto que eso ocurría hace muchos años —de hecho Varguitas ya es hoy un hombre maduro— y en el Perú, pero sigue sucediendo hoy día de manera parecida en las redacciones de todo el mundo.
La detallada explicación de la rutina periodística corresponde al protagonista de La tía Julia y el escribidor (Mario Vargas Llosa, 1977). Varguitas, también conocido cono Marito, cursaba entonces tercero de Derecho y trabajaba como periodista, “lo más próximo a sus sueños literarios”. Su tío Lucho ya lo consideraba “un intelectual”, que satisfacía sus ambiciones de escritor escribiendo cuentos y que, incluso, había publicado uno el Dominical de El Comercio.
Resulta fácil para cualquiera del oficio identificarse con este principiante. Todos hemos sido Varguitas a cierta edad. “Estábamos en un altillo —sigue explicando— y conversábamos mientras yo pasaba a máquina, cambiando adjetivos y adverbios, noticias de El Comercio y La Prensa para el Panamericano de las 12”.
Con él, en la redacción, está un compañero, o mejor subordinado, un periodista de sangre caliente: “Pascual, con su irreprimible predilección por lo atroz, había dedicado todo el boletín de las once a un terremoto en Ispahan”. Describía con todo lujo de detalles cómo “los persas que sobrevivieron a los desmoronamientos eran atacados por serpientes que, al desplomarse sus refugios, afloraban a la superficie coléricas y sibilantes”.
El problema era que el terremoto que describía Pascual había transcurrido hacía ya una semana. Y Varguitas, recriminado por sus jefes, a la vez se sentía en la obligación de reprender a su subordinado:
“¿De dónde había sacado ese refrito? De una revista argentina. ¿Y por qué había hecho una cosa tan absurda?” Porque no había ninguna noticia de actualidad importante y esta, al menos, era entretenida. Cuando yo le explicaba que no nos pagaban para entretener a los oyentes sino para resumirles las noticias del día, Pascual, moviendo una cabeza conciliadora, me oponía su irrebatible argumento: ‘Lo que pasa es que tenemos concepciones muy diferentes del periodismo, don Mario’”.
Pascual, que como se ve tenía firmes convicciones sobre la profesión, chocaba con frecuencia con Varguitas. Trabajar con genios —y en el periodismo hay muchos— es más difícil que trabajar con mediocres, aunque pudiera pensarse lo contrario. Así se desprende de algunos desacuerdos profesionales que recuerda el escritor: “Encontré a Pascual con el boletín de la nueve listo. Comenzaba con una de esas noticias que le gustaban tanto. La había copiado de La Crónica enriqueciéndola con adjetivos de su propio acervo: “En el proceloso mar de Las Antillas, se hundió anoche el carguero panameño Shark, pereciendo sus ocho tripulantes, ahogados y masticados por los tiburones que infestan el susodicho mar”. Cambié “masticados” por “devorados” y suprimí “proceloso” y “susodicho” antes de darle el visto bueno. No se enojó porque Pascual no se enojaba nunca, pero dejó sentada su protesta:
– Este don Mario, siempre jodiéndome el estilo.
Varguitas siempre se mostró pudoroso con los excesos de adjetivación y la poca sensibilidad de la mayoría de los reporteros. Se duele de la algarabía de los periodistas ante las noticias, de ese entusiasmo desmedido que exhiben como coraza y de cómo incluso bromean con el dolor ajeno: “Venían hablando de un incendio, muertos de risa con los ayes de las víctimas al ser achicharradas”.
Su sensibilidad y moderación impidieron a Marito acostumbrarse a la crueldad de esta profesión de frágil memoria. Se extrañaba dolido al ver, por ejemplo, cómo los periodistas se mofaban del gran autor de radionovelas, el gran folletinista Pedro Camacho, que un día fue una gran estrella del radioteatro y que ahora, tras padecer la locura, intenta rehabilitarse en un periódico.
– “No sabe escribir…, usa palabras que nadie entiende, la negación del periodismo. Por eso lo tengo recorriendo comisarías”.
Los excesos lingüísticos de informadores como el mencionado Pascual no sólo se emplean para los sucesos, sino también para eventos mucho más festivos, como aquella ocasión en que Lucho Gatica visitó Lima, lo que fue adjetivado por Pascual en los boletines como “soberbio acontecimiento artístico y gran hit de la radiotelefonía nacional”. Mientras, los dueños de la emisora —en la que intervendría el cantante— se frotaban las manos al grito de: “Publicidad no pagada, la que vale más.”
Al editor se le ocurrió que para aligerar los boletines debían acompañarlos con entrevistas radiadas sobre algún tema de actualidad. Al principio Varguitas lo consideró un fastidio para su implacable rutina, pero pronto comprendería que serían la fuente de su inspiración. Interrogaban a “artistas de cabaret y a parlamentarios, a futbolistas y a niños prodigio, aprendí que todo el mundo, sin excepción, podía ser tema de cuento”. Varguitas tuvo que reconocer que el periodismo y la literatura siempre acaban por confluir y que él mismo es ahora tema de cuento.
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Rachman, Tom. Los imperfeccionistas.
Rand, Ayn. El manantial.
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Vargas Llosa, Mario. La tía Julia y el escribidor.
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Wallraff, Günter. El periodista indeseable.
Walsh, Rodolfo. Operación masacre.
Waugh, Evelyn. Noticia bomba.
Wodehouse, P. G. PSmith Periodista.
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