Por Sally Palomino Ilustración Banco de la República
El País (Es)
Las mujeres no éramos nadie. Carecíamos de los más mínimos y elementales derechos. La inmensa mayoría de nosotras callaba, cocinaba y rezaba. El logro más grande era ocuparse del cuidado de la familia, dice la periodista Myriam Bautista (Bogotá, 1954) que desempolvó las historias de colombianas que en los años cuarenta hicieron de su vida un manifiesto de rebeldía. Con el más genuino feminismo incomodaron a una sociedad que no estaba acostumbrada a ver a una mujer por fuera de la cocina.
Rebeldes (Intermedio Editores) es un retrato de mujeres cuyas huellas intentaron ser borradas, es un homenaje en una sociedad tradicionalmente patriarcal que invoca siempre más y mejor a sus hombres, reflexiona la autora que rebuscó lo que las hizo diferentes en los registros de prensa que existen, con sus familias, conocidos, pero sobre todo en la obra de cada una de ellas.
Soledad Acosta de Samper (1833-1913) escribió 21 novelas, 48 cuentos, 43 estudios sociales y literarios, 21 tratados de historia, cuatro obras de teatro y varias proclamas que hacía firmar por otras mujeres, demandando de los presidentes asuntos muy concretos. “Su voz, que se dejó escuchar cuando reinaba el silencio de las voces femeninas, también es replicada por cientos de mujeres que hoy no tienen que pedir permiso para hablar”, escribe Bautista. Acosta de Samper fue la primera y única mujer que escribió en esos años sobre su vida privada en su Diario íntimo. Sin embargo, “su nombre fue borrado de las antologías de la literatura nacional. Perdió toda importancia y valor y su obra se cubrió de pesadas capas de polvo que hicieron muy difícil redescubrirla”, asegura Bautista.
María Cano (1886-1967) fue la primera líder política colombiana y aunque algunos libros de historia despachen sus logros en un par de líneas, su voz fue clave para la creación del primer Partido Socialista en Colombia. En 1929 fue detenida y acusada de “rebelión” por haber instado supuestamente a la huelga bananera. “María sería confinada en una cárcel de mujeres de Medellín, donde fue sometida durante siete meses al más estricto aislamiento. No se le permitía recibir ni enviar correspondencia ni leer periódicos o libros, con excepción de literatura religiosa”, recuerda Bautista en su libro. María Cano terminó como dirigente del primer Partido Socialista Revolucionario de Colombia.
Aunque negaban ser feministas sus obras las traicionaban, explica la autora. Por ejemplo Débora Arango (1907–2005) pintó lo que quiso. Vivía en Medellín en una sociedad conservadora y religiosa y no le tembló la mano para hacer arte político contestatario, en el que dibujó a mujeres desnudas, a los conservadores y a los agitadores de la violencia en forma de animales. Fue una mujer tradicional, iba a misa y se confesaba, pero su obra, de más de 300 cuadros, revelaba su libertad. La autora admite que a pesar de que la cara de esta mujer está estampada en los billetes de dos mil pesos (menos de un euro) y que por su baja denominación es una las monedas que más circulan, no todos los colombianos saben quién fue y lo que representó para el arte y las mujeres en el país.
Bautista también recuerda a la antropóloga Virginia Gutiérrez de Pineda (1921-1999), la primera en hablar de las familias patriarcales, de retratar el sometimiento de la gran mayoría de mujeres hacia sus maridos y padres. “Tenían en común además de una rebeldía muy particular su forma de ser audaces, osadas, se atrevieron a ser por encima del patriarcalismo y de una sociedad conservadora que no ha visto nunca con buenos ojos a que la mujer se insubordine”, dice la periodista, que recuerda a Cecilia Cardinal de Martín (1924-2013), la médica que agitó la idea de que la educación sexual se tenía que implantar en todos los colegios de secundaria.
Rebeldes incluye a Emilia Pardo Umaña (1907–1961), la primera mujer que trabajó en la redacción de un periódico colombiano. En 1934 cuando casi ninguna colombiana opinaba ni escribía, Pardo Umaña logró tener un escritorio propio. Su voz sonaba duro. “Fustigó la pasividad de las esposas, criticó el matrimonio como institución que alargaba la servidumbre femenina y enaltecía esas virtudes que ella aborrecía”. Bautista quiso hablar de ellas lejos de la academia. Sus relatos están llenos de anécdotas. De lo poco que se había escrito sobre algunas faltaban los retratos coloquiales de sus vidas y sus obras para que quienes no leen libros de 500 páginas, conozcan de ellas, señala la autora.
“Son historias con una fuerza avasalladora que nos retan a las mujeres para seguir su huella y a la sociedad para no borrarla”, dice con razón Bautista.