Por Mireya Hernández
El Cultural (ES)
El 24 de agosto de 1635 Lope se levantó temprano, dijo misa, cuidó de su jardín y se encerró a trabajar en su estudio. Por la tarde asistió a una conferencia de Medicina y Filosofía en el Seminario de los Escoceses, donde ahora hay un hotel y un local de comida rápida, y se desmayó. Le llevaron a su casa y le practicaron una sangría. Al día siguiente escribió un poema y un soneto y recibió la visita del médico. El domingo 26 hizo testamento y se despidió de sus amigos, y unas horas después, la tarde del 27, murió. Las honras fúnebres duraron nueve días. Todo Madrid salió a la calle a despedirle.
Veinticinco años antes compró la que fue su última casa en el número 11 de la calle Cervantes de Madrid, en pleno Barrio de las Letras. "Mi casilla, mi quietud, mi huertecillo y estudio...", decía con falsa humildad del edificio que adquirió por 9000 reales. Allí escribió varias de sus obras más conocidas y vio morir a su hijo Carlos Félix, a su segunda esposa Juana de Guardo y a su último gran amor, Marta de Nevares ("Resuelta en polvo ya, mas siempre hermosa"), que terminó sus días demente y ciega.
La vivienda reconvertida en museo es una puerta abierta al Siglo de Oro y al Madrid del XVII. Visitarla es como viajar en el tiempo, como si al franquear la entrada bajo el dintel que reza "D.O.M. PARVA PROPIA MAGNA/MAGNA ALIENA PARVA" (Lo pequeño, siendo propio, es grande / Lo grande, siendo ajeno, es pequeño), dejáramos atrás una calesa y en nuestros bolsillos tintinearan ducados y maravedís.
Nada más entrar, pasado el zaguán, nos encontramos con el jardín ("más breve que cometa"), un remanso de paz donde Lope pasó muchas horas y a cuyos árboles y flores dedicó algunos versos. Cuatrocientos años más tarde imaginamos que el huerto, el palomar, el corral, el pozo, la parra y el naranjo que plantó en recuerdo de su primera esposa Isabel de Urbina, son los que él veía cada mañana mientras leía su breviario.
En la primera planta se encuentra el oratorio donde celebraba misa; la alcoba donde murió y desde cuya ventana seguía el servicio religioso cuando estaba enfermo; el estudio lleno de libros y pinturas que vio nacer sus mejores obras (Peribáñez, Fuenteovejuna, La dama boba, El caballero de Olmedo, El perro del hortelano...) y donde se reunía con sus amigos entre escritorios, braseros y tapices que le ayudaban a combatir el duro invierno; el estrado de origen oriental decorado en tonos carmesí donde las mujeres se juntaban para coser, rezar o charlar; el comedor con bodegones del Museo del Prado; la cocina que da al jardín y que en otro tiempo estuvo en la planta baja, con un fogón abierto, una alacena y cacharros de cerámica; y la alcoba de las hijas donde tuvo lugar uno de los episodios más dramáticos y dolorosos de su vida: el descubrimiento del rapto de Antonia Clara en el verano de 1634 ("Cubrióse entonces de un humor sangriento / el corazón; las lágrimas heladas / no me dejaban ver el aposento"). Es curioso que la joven de diecisiete años se fugara con su amado nueve lustros después de que lo hiciera su padre con Isabel de Urbina.
En la segunda planta abuhardillada se recrea el cuarto de huéspedes o del Capitán Contreras (uno de los invitados más aventureros que pasaron por allí), la alcoba de las sirvientas y la alcoba de los hijos Lope Félix y Carlos Félix, donde hay una cuna con un cinturón de amuletos para proteger a los niños. En aquella época no había baños, así que los habitantes de la ciudad hacían sus necesidades en un recipiente y por la noche arrojaban su contenido a la calle avisando con el grito de "¡agua va!"
Por esta casa a la malicia donde el 'Fénix de los Ingenios' desayunaba torreznos, una confitura de cortezas de naranja sumergidas en miel y aguardiente, pasaron también cientos de admiradores que iban a alabar su teatro y sus poemas. Fue tal el éxito que cosechó, que la gente le paraba por la calle y le aplaudía. Era frecuente oír "es de Lope" cuando se quería elogiar una obra de arte o destacar las cualidades de un caballo o una espada. La oración de moda durante años fue: "Creo en Lope de Vega todopoderoso, poeta del cielo y la tierra".
El 'monstruo de naturaleza' como le apodó Cervantes fue el primer escritor profesional español. Cultivó casi todos los géneros literarios de su época, firmó cientos de comedias (se le atribuyen 1500, pero sólo se confirma su autoría en 316) y renovó el teatro reduciendo la estructura a tres actos, introduciendo subtramas, mezclando comedia y tragedia y desobedeciendo la unidad de acción al narrar dos historias en lugar de una en la misma obra. Además, creó los mejores personajes femeninos del Siglo de Oro: mujeres valientes que se saltan las leyes y las obligaciones sociales y que están dispuestas a cualquier cosa para conseguir lo que buscan. Esta especie de superhéroe popular que estiró el tiempo como si fuera un chicle situó el divertimento y el interés del espectador en primera línea, y éste le devolvió el favor con creces. Clásico desde su juventud, tuvo un reconocimiento que no ha logrado ningún escritor en los siglos posteriores.
La otra cara de este torrente creador, o precisamente lo que le hizo ser tan prolífico, fue su vida, que parece sacada de una telenovela: enredos amorosos, huidas arriesgadas, hijos legítimos e ilegítimos, muchos de ellos muertos en la infancia; trifulcas con sus contemporáneos, encarcelamiento, hazañas de guerra, destierro de la Corte y del Reino de Castilla, problemas económicos, escándalos, delirios de grandeza, fervor religioso... En Lope todo es excesivo, y ese exceso lo vuelca en su obra, donde da forma a las paradojas y anhelos que le acompañaron durante 73 años. Mujeriego y devoto, liberal y conservador, rebelde y servicial, el dramaturgo brilló hasta el final de sus días y dejó abierto el camino para los que llegaron después.