La patria de mi dolor
¡Entréguenme sus muertos!
Los decapitados, los hambrientos;
los miserables de condición errante y rostros de ceniza.
a los desalojados de sus tierras;
a los que nunca alcanzaron trabajo ni jornal;
a los parias que han sido marginados;
a los escarnecidos con el odio
¡a quienes fueron obligados a callar!
¡Yo me anexo sus vidas sin futuro; sus sueños y esperanzas destruidos,
vidas rotas que nunca lograron germinar!
Entréguenme también a los desgarrados; moribundos; incompletos; heridos;
¡mutilados!
¡A los que cayeron en los envilecidos campos minados;
a los niños raptados de sus padres, en la lucha inmoral!
¡A los líderes muertos;
a los desaparecidos;
a quienes han sido sustraídos del gesto compasivo de una tibia caricia en el amor!
Entréguenme a todas las mujeres ultrajadas;
a aquellas escarnecidas por la desesperanza, o el dolor.
¡Yo me apropio de las sufrientes madres que lloran a un hijo asesinado,
o a las que ocultan en sus ojos los rastros del horror!
¡ Denme a todos los seres negados en la vida, a los estigmatizados por las ideologías del terror!
Yo los reclamo a todos, justos o renegados.
A mí me pertenecen. Yo cargo el cruel dolor de esa simiente.
Escúchenme, culpables o inocentes: ¡Hablo Yo, la justicia! ¡Basta ya! Fratricidio, Sordidez,
Desenfreno, no más depredaciones, no más sangre!
¡Ha llegado el final de esta ignominia! ¡Cuando el furor de la contienda acabe,
en su orgía de muerte y egoísmo, la compasión, que vence a la barbarie, más allá de la infamia o
el delirio, llamará a la concordia, sin rencores, y a la paz sin olvido!
Luis Carlos Fallon Borda