Por Santiago Díaz Benavides
El Espectador
Es cazador, escritor, un contador de historias incansable, productor de cine, director, mexicano, colombiano, latino, humano al fin y al cabo. “Los colombianos nacemos donde nos da la gana. Yo por ejemplo nací en México”, dice. Lee en voz alta y a lo lejos le gritan: “¡Bravo, Arriaga!”. Y él sonríe, mira hacia el suelo como dando gracias por aquel momento en que la vida pudo más que la muerte.
Guillermo Arriaga Jordán (1958) pasó su infancia y juventud al sur de la Ciudad de México, en donde logró cultivar la mayoría de las historias que a lo largo de los años ha sabido contar, tanto en cine como en literatura. Sus novelas, de una u otra manera, parecen estar conectadas con sus trabajos cinematográficos, un hilo conductor sostiene las tramas de Amores perros (2000), 21 gramos (2004), Los tres entierros de Melquiades Estrada (2005), Babel (2006), The Burning Plain (2008), Escuadrón Guillotina (1991), Un dulce olor a muerte (1994), El búfalo de la noche (1999), El salvaje (2016), y no nos olvidemos de sus cortometrajes, o de los textos que escribió para acompañar el libro Breve crónica de luz (2007), del fotógrafo Alfredo De Stéfano, y mucho menos de su única colección de cuentos, Retorno 201 (2006). Arriaga ha vivido tanto, le ha pasado tanto, que de alguna forma tiene que sacar todo lo que lleva en la cabeza. Me pongo a pensar: si este hombre no hace algo por contarlo todo, se le va a estallar el cerebro, de eso no hay duda, como tampoco la hay en la posibilidad de pensar que sea uno de los mejores narradores latinoamericanos del siglo XXI.
Ha llegado a Bogotá para presentar su más reciente publicación, un libro de características monumentales, y ni hablar de su contenido. Al leer El salvaje, desde sus primeras páginas los lectores podrán sentir que les salpican la cara, que tienen una bala incrustada en el vientre y no se sale, no se sale. Lo disfrutarán, lo sentirán adentro. Es el cuarto título de novela que publica el autor después de 17 años, un proyecto que le tomó cinco años y medio de su vida, casi el 10 % de la misma. Una novela de lo más animal, un libro que lo tiene todo y que, aunque es un texto largo, se lee como si fuera uno corto, por la contundencia de las acciones y la fluidez del lenguaje, además de uno que otro juego interesante que nutre el panorama global de la historia. Estoy seguro, me atrevo a decirlo, de que si don Carlos Fuentes estuviera vivo, tendría que escribir de nuevo La gran novela latinoamericana (2011) y contemplar allí lo que ha hecho Guillermo Arriaga, porque esto no puede pasar desapercibido.
“Yo quisiera que cuando la gente lea mi novela pueda sentir que le abofetean el rostro”. Sí, una bofetada es lo que se llevarán los lectores cuando se acerquen a este libro, pero el trabajo de su vida, la de Guillermo Arriaga, no está aquí, sino en todo lo que ha hecho.
En su cine, sus letras, sus hijos, que son sus maestros; en el tenue hálito que deja cada vez que habla, un vientecito que te hace sentir como en un bosque, porque Arriaga hace parte de esa onda de escritores silvestres que han tenido que vivir antes para poder escribir después: Dickens, Faulkner, Hemingway, Conrad, Kerouac, y puedo seguir nombrando, pero la lista se haría inmensa. “El trabajo del escritor es poner luz donde nadie quiere poner la mirada”, dice Arriaga mientras bebe agua de una copa demasiado cristalizada.
Es un tipo alto, tiene los ojos verdes, lleva a los amigos en la mente, y aunque es una de las personas más respetadas en Hollywood, no deja de ser un mexicano humilde y eso es, precisamente, lo que más me agradó de él: su facilidad para hacer sentir que ni él es más que nadie, ni tú eres menos. Espero encontrarlo de nuevo y seguir leyéndolo, por mucho tiempo, mientras en el recuerdo quedan guardadas estas palabras.
¿A qué equipo le va en el fútbol?
Al Atlante. Es un equipo de lo más peculiar. Están tres años en primera división y luego tres años en segunda.
Si le quedaran tres meses de vida, ¿vería una película antes de dormir o leería un libro?
Estoy seguro de que me quedan tres meses de vida, eso lo sé desde hace mucho, pero la cosa es si esos tres meses pueden alargarse a tres años o más. Todas las noches leo un libro. Una película no es para irse a dormir, no es algo que te dé “sueñito”.
¿Cómo es trabajar de la mano de Tommy Lee Jones?
Es muy divertido. Leíamos lo que yo había escrito y se paraba Tommy Lee y me lo actuaba, así, de frente. Es un hombre que viene de una zona rural de Texas… Tiene grado en literatura inglesa, en Harvard. No es cualquier salido de la nada. Su compañero de cuarto era Al Gore (1948). Pasó cinco años viviendo con él. Tommy Lee es un tipo muy inteligente, es un hombre que ha leído muchísimo… Es un fan absoluto de Cormac McCarthy (1933). Hizo una adaptación de uno de sus libros, pero no tuvo el dinero para la producción. De hecho, a los dos nos gusta mucho Cormac. Ambos amamos la frontera… Una vez me contó Tommy que estaba allí en Nuevo México, en una gasolinera perdida en medio de la nada, y en una camioneta se asoma un tipo que le dice: “¡Tommy Lee!”, y le hace el gesto de que vaya hacia él. Cuando alguien llama así a una estrella de cine, puede que sea alguien muy importante o un psicópata. Tommy se acerca y el tipo le dice: “Hola, soy Cormac”. Y Tommy Lee, que no está acostumbrado a sentirse intimidado, pues con éste hasta tembló.
¿Es Jennifer Lawrence una de las actrices más talentosas de este siglo?
Va a ser la actriz del siglo. Punto. Va a ser la Meryl Streep de su generación.
Hace diez años era una de las actrices con más proyección. Es muy joven y ya ha ganado un Óscar. ¿Qué le queda?
¿Qué le queda a Meryl Streep? Ha ganado un montón de premios. Eso le queda a Jennifer, ganar, ganar y ganar. Y cumplir su promesa de darme el 90 % de las ganancias (risas). Es más, Jennifer, si lees esto, acuérdate.
¿Qué se siente ser mexicano y llegar a una premiación de la Academia por primera vez?
¿Te lo contesto en mexicano? ¡Se siente muy chingón! (risas) ¿Qué se va a sentir, compadre? Estás ahí, caminando con todos los actores que has visto en la tele, con toda la gente que has visto en la alfombra roja y dices: “¡Estoy caminando por aquí! ¡Ahí estoy!”. Al principio es impactante, luego te acostumbras.
¿Por qué todos deberíamos ver “El Padrino”?
Es una obra maestra. Cuando Coppola se fija hasta en la textura de las servilletas, y le permite al espectador sentirse ahí, eso no tiene comparación.
Hablamos de cine, de literatura, de fútbol. Le gusta mucho la forma en que juega Cristiano Ronaldo, pero no deja de reconocer que Messi es un prodigio. Menciona a Álvaro Mutis, Hernando Téllez, Jorge Franco y Ray Loriga como algunos de los escritores contemporáneos que han tenido una cercanía significativa con él y su obra. Le encanta venir a Colombia y salir a cazar con arco y flecha. Piensa mucho, se ríe, hace chistes, escucha.
“Y sí, la muerte irrumpió en mi vida y la devastó. Pero estuve resuelto a no permitir que me remolcara en ella”. ¿Podríamos ser todos como Juan Guillermo (personaje de “El salvaje”), siquiera tener su corazón?
Yo creo que sí. Hay gente que se amarra a la muerte. Pero la vida tiene formas de devolverte la esperanza. Y ¿de dónde viene la esperanza? De la amistad y el amor. Cuando gente que no tiene que ver contigo se te acerca amablemente a ayudar, gente que no tiene que ver con tus amigos o tu familia, sientes que la vida vale la pena. La literatura debe rescatar lo indestructible del espíritu humano: el amor.