Revista Pijao
La misteriosa desaparición del Premio Cervantes de Sergio Pitol
La misteriosa desaparición del Premio Cervantes de Sergio Pitol

Por David Marcial Pérez

El País (ES)

Feliz, agitado en una carcajada, con una libreta y un cigarrillo entre las manos aparece Sergio Pitol en una foto de 2009 colgada encima de su cama. En la pared de enfrente, hay una estantería con las traducciones húngaras, italianas, polacas y rusas de sus libros. Homero y Lola, dos labradores peludos y mansos, juguetean en el patio, debajo de la ventana del dormitorio. Junto al cristal, está sentado el escritor, traductor y diplomático mexicano de 84 años, afectado desde hace 11 por una enfermedad neurodegenerativa. Boina a cuadritos, camisa azul, chaleco de lana y una manta sobre las piernas, su sobrina le toma la mano. Muy despacio, Pitol levanta la cabeza y responde con una sonrisa infantil.

“A mí me reconoce porque vengo todos los días, pero ya apenas puede decir sí o no. Está 24 horas atendido por los enfermeros, que le ayudan a moverse, a bañarse y le dan su medicación”, dice Laura Demeneghi, hija del primo con quien el escritor se crio de niño tras quedar huérfano de padre y madre a los cuatro años. La afasia progresiva –“más agresiva que el Alzheimer”, según los familiares– ha ido apagando al novelista quizá más cosmopolita, irónico, políglota y que ha escrito algunas de las frases más largas en México. A la vez, a medida que avanzaba la enfermedad, ha ido creciendo también un espinoso pleito, una maraña de denuncias cruzadas y reproches entre la familia Demeneghi y el círculo cercano de amigos del autor de El arte de la fuga.

La sobrina del escritor, que no permite hacer fotos de su tío por "respeto a su intimidad",  pide al periodista que salga del dormitorio y entorna la puerta. A los pocos segundos vuelve a presentarse con una cajita roja de terciopelo que tiene la corona española impresa en el interior de la tapa. “Aquí estaba la medalla del Premio Cervantes. Lo sé porque yo estaba allí con él, en Madrid cuando se la entregaron en 2006. Me encontré la caja en la cómoda cuando iba a buscar ropa interior para mi tío. Y faltan también sus plumas estilográficas, ropa y libros. Ya he denunciado a los anteriores cuidadores en un juzgado por manipulación, negligencia y robo”.

La misteriosa desaparición de la medalla del Cervantes es el último capítulo de una intrincada polémica que arranca en 2015. Mientras Sergio Pitol estaba internado en un hospital de Xalapa, –la capital de Veracruz, donde vive desde hace más de 20 años– por una grave hemorragia interna que estuvo cerca de costarle la vida, saltaba a los medios mexicanos que la familia había presentado un año antes una demanda por interdicción para lograr la tutela del autor.

La tensión subía aún más con unas declaraciones de Luis Demeneghi acusando a una “camarilla” de tener “secuestrado” a su primo. A la vez, se conocía también que el propio Pitol había firmado una demanda en contra de Demeneghi por haberle suministrado un medicamento supuestamente contraindicado. “Le manipularon. Para poner al maestro en contra de su familia han dicho y hecho barbaridades”, sostiene Rafael Hernández, el abogado de los Demeneghi.

La demanda de interdicción buscaba declarar incapaz al escritor. La familia entendía que, amparándose en estudios neurológicos, estaba en peligro su integridad “física y económica”. En el primer fallo judicial se negó la tutela al primo, pero sí se entraba a resolver la capacidad del autor. Mientras tanto, la custodia temporal quedaba en manos de los servicios sociales del Estado de Veracruz. Y como cuidadores, se nombraba a dos amigas del escritor. Una ola de intelectuales –Poniatowska, Glantz, Villoro– salieron entonces a la palestra para defender la lucidez de Pitol.

Enlazando sentencias y recursos, la demanda siguió viva más de dos años. En noviembre de 2016, el cambio de gobierno estatal en Veracruz provocó un cambio en la custodia. Todo el equipo anterior fue relevado y la familia volvió a aparecer en escena. Laura Demeneghi cuenta que cuando entró de nuevo en la casa “se encontró a su tío postrado en la cama, con úlceras en la espalda, con una infección urinaria, sin ropa en el armario, con puros andrajos, y con la alfombra de su habitación oliendo a orín de perro”.

“Mantuve en todo momento la coordinación médica. El internista, el nefrólogo, el neurólogo, el psiquiatra, el urólogo y el gastrólogo estuvieron siempre al tanto de sus padecimientos”, argumenta Adelina Trujillo, la primera responsable de la tutela temporal. Reconoce sin embargo que “la transición fue difícil”. Durante 16 días hubo un vació. “Me notificaron que no había a quién entregárselo y yo asumí de mi propio bolsillo los gastos. Al hacerse finalmente el traspaso, entregué ante el juez el informe médico-financiero”. La familia ha denunciado que había facturas sin pagar y que no se entregó un inventario del patrimonio de Pitol, para comprobar entre, otras cosas, donde está la medalla del Cervantes. Consultados por este medio, los servicios jurídicos de la administración veracruzana subrayan que la figura de la tutela exige “la conservación responsable del patrimonio” pero que no existe la obligación legal expresa de entregar un inventario al tutor siguiente.

Guillermo Perdomo, que tras 26 años siendo el chofer de Pitol dejó en diciembre el trabajo “por motivos muy personales”, apunta a que “el maestro tiene una caja fuerte en un banco y me imagino que ahí estarán las cosas de valor. Él era el único que puede acceder”. La familia corrobora esa pista pero denuncia que las llaves de la caja tampoco aparecen. “Nunca fui a la caja de seguridad y no sé quien tiene las llaves”, sostiene Trujillo. “Nosotros entramos por solicitud del maestro –afirma por su parte Elizabeth Corral, una de las cuidadoras, catedrática y amiga durante años del escritor– Yo creo que lo cuidamos bien a él y que cuidamos bien las cuentas, aunque entraba mucha gente a la casa, siempre por voluntad del maestro”.

Hasta mediados del año pasado, coincidiendo con una nueva hospitalización, Pitol continuaba celebrando sus célebres reuniones en casa para escuchar ópera y ver películas, frecuentaba ferias literarias y firmaba libros. “Así pretendían simular que mi tío estaba bien –añade su sobrina– , que seguía activo. Le ponían su nombre en un papel para que él copiara su propia firma. Era evidente que ya no estaba bien”. La tesis de la familia es que “el círculo cercano”, orquestado por la antigua administración del polémico gobernador Javier Duarte, hoy encarcelado por corrupción y desfalco público, estaba interesado en dirigir la voluntad de Pitol para crear una fundación a su nombre y lucrase a su costa. Y como “alfil” de la operación apuntan a Rodolfo Mendoza, un alto funcionario cultural veracruzano.

“Mi relación con Sergio toda la vida ha sido de amistad y literaria. Es un absurdo total decir que yo como servidor público quisiera hacer una fundación en nombre de Sergio, en ningún momento me habló de eso y no hay una sola prueba de ello”, responde el funcionario, que atribuye la postura de la familia al resentimiento y la venganza: “Sergio no era una persona incapaz, que lo sea ahora es otra cosa, porque la enfermedad ha empeorado. Pero hasta hace poco, sabía lo que hacía y sabía quién estaba con él en todo momento, que no sintiera ese apego por su primo no es culpa de ninguno de nosotros”.

La Corte Suprema de Justicia, el tribunal más alto en México, desestimó definitivamente el mes pasado la demanda de interdicción y declaró al escritor capaz y lúcido. Como Sísifo, uno de los mitos favoritos de Pitol, la familia está dispuesta a volver a subir la montaña. “Ya hemos presentado otra demanda –dice la sobrina– Vamos a empezar de nuevo para proteger a mi tío”.


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