Por Fernando Díaz de Quijano
El Cultural (ES)
Se ha contado millones de veces: Virginia Woolf se llenó el abrigo de piedras y se sumergió en el río que pasaba junto a su casa. Sylvia Plath metió la cabeza en el horno y abrió la espita del gas. Dicen ahora los expertos que ambas tenían trastorno bipolar. Alejandra Pizarnik se tragó 50 pastillas de barbitúricos y a ella le adjudican hoy trastorno límite de la personalidad. Puede sonar frívolo o morboso, pero la locura y las tendencias suicidas nos fascinan, especialmente en los casos de personas de excepcional valía literaria o artística, porque sus obras dan testimonio de ese monstruoso universo desconocido para la mayoría.
El surrealista Max Ernst quedó magnetizado por Leonora Carrington, a quien veía como alguien que había logrado traspasar la frontera de la locura y regresar con noticias del otro lado. Antes de emigrar a México, la artista de origen británico fue recluida contra su voluntad en un centro psiquiátrico de Santander, como tantas otras mujeres excepcionales. Muchas sufrían auténticas patologías psiquiátricas. En otros casos, como en el de Carrington, resulta muy complicado poner nombre a la mezcla de angustia e inestabilidad emocional que invadía sus mentes y sus cuerpos, a ese colapso nervioso impulsado por la presión social, las imposiciones familiares o el horror de la guerra.
Otro caso similar fue el de Teresa Wilms Montt, escritora chilena que tuvo una vida llena de sobresaltos. Intentó quitarse la vida por primera vez cuando su esposo consiguió internarla en un convento al descubrir su infidelidad. Acabó consumando su suicidio algunos años después, por la profunda depresión que le causó reencontrarse con sus hijas en París y perderlas de nuevo al poco tiempo.
Las cinco autoras mencionadas y bastantes más serán objeto de estudio y debate la semana que viene precisamente en Santander, en un curso de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo titulado ¿Una maldición que salva? Escritoras y locura y dirigido por Carmen Valcárcel y Elisa Martín Ortega. El seminario concebido por estas dos profesoras de la Universidad Autónoma de Madrid, que utilizará como material de análisis todo tipo de textos autobiográficos -memorias, cartas, diarios o autoficción- se nutre del proyecto de investigación que ambas llevan a cabo sobre la materia. Se abordará la locura como "una etiqueta externa, impuesta desde fuera", sin considerar relevante si las autoras realmente padecían o no una enfermedad mental, explica Martín Ortega.
"En muchos casos la escritura se convierte en el ámbito de expresión de una imaginación sin límites, un escudo contra la dictadura moral y el conformismo. Nos interesa incidir en expresiones literarias que gravitan en torno al yo y a partir de las cuales sus autoras intentan crear una nueva identidad propia, no definida desde fuera por los parámetros sociales y culturales", señala Valcárcel.
El curso reúne a investigadores, psiquiatras, filólogos y creadores, entre ellos la escritora Marta Sanz, la poeta Olvido García Valdés, la escritora y psicoanalista Lola López Mondéjar, el cineasta Javier Martín-Domínguez (autor del documental Leonora Carrington. El juego surrealista) y el dramaturgo José Sanchis Sinisterra, que clausurará el curso con una dramatización basada en Memorias de Abajo, donde Carrington narró su estancia en el psiquiátrico de Santander.
En clave de género
La conexión entre literatura y locura se trató hace tres años en otro curso de verano de la UIMP, en el que participaron escritores como Gustavo Martín Garzo, Juan José Millás y Ricardo Menéndez Salmón, pero en este caso se ha apostado por un enfoque de género. "Se ha escrito mucho últimamente sobre creación y locura y se han celebrado muchos cursos en torno a esta cuestión porque es muy interesante, pero este tipo de experiencias límite en mujeres no ha recibido la misma atención que en el caso de los hombres, y el propio concepto de locura tampoco se ha aplicado de la misma forma a ambos géneros", opina Martín Ortega. "Ante un diagnóstico psiquiátrico, el estigma social y la pérdida de autonomía era mayor en las mujeres que en los hombres", señala la codirectora del curso.
Marta Sanz reconoce su fascinación por las figuras de Woolf, Plath y Pizarnik: "Me da la impresión de que sus suicidios, más allá de la patología mental, tienen mucho que ver con la presión y la dificultad de vivir su diferencia -su inteligencia- como desventaja en un contexto patriarcal", opina. La escritora madrileña contribuirá a quitarle a las afecciones mentales ese halo sublime que les otorgó el romanticismo. El punto de partida de su charla será su último y autobiográfico libro Clavícula, una suerte de diario del dolor físico -reflejo de otras dolencias emocionales, públicas y privadas, individuales y colectivas-, que la autora pretende aliviar a través del ejercicio de la escritura. "En este libro confluyen algunos de los asuntos que se van a tratar a lo largo del curso: el nudo que se establece entre enfermedad, explotación, peso cultural, creatividad y mujeres".
A Sanz le interesa especialmente "la relación entre el cuerpo y el texto" en la literatura escrita por mujeres. "La literatura como encarnizamiento es una idea terrible y magnífica de Marguerite Duras. Los textos se rompen sintáctica, genérica, lingüísticamente porque esa fractura estilística es una forma ideológica que aspira a reflejar el dolor del cuerpo concreto de una mujer que escribe: una mujer en la que muchas mujeres pueden reconocerse. Y muchos hombres progresistas y sensibles, también", opina.
¿De qué nos salva la literatura?
La pregunta que da título al curso -¿Una maldición que salva?- procede de un verso de Clarice Lispector, una autora que no se suicidó ni tuvo enfermedades mentales reconocidas, pero que indagó insistentemente en el dolor emocional. Al verso se le añade aquí un interrogante porque el curso pone en entredicho esa afirmación. Es cierto que en algunos casos la escritura fue una salvación literal. Las directoras del curso ponen como ejemplo a la escritora neozelandesa Janet Frame, que iba a ser sometida a una lobotomía que se canceló al concedérsele un importante premio literario. En otros casos, la salvación nunca llegó. No llegó para Woolf, no llegó para Plath, no llegó para Pizarnik.
Tampoco llegó la salvación para la escritora y pintora alemana Unica Zürn, que se tiró por la ventana de su apartamento de París; ni para la artista cubana Ana Mendieta, que se quitó la vida de la misma manera, aunque ella no padecía esquizofrenia como la primera. Como recuerda la poeta Olvido García Valdés, las dos creadoras han recibido mucha menos atención mediática y académica que sus parejas, el fotógrafo surrealista Hans Bellmer y el poeta y escultor minimalista Carl Andre.
García Valdés, Premio Nacional de Poesía en 2006, hablará en el curso de Zürn, de Mendieta, de Lispector y de Leopoldo García Panero. La poeta ha incluido a Panero a pesar de ser un hombre porque "es nuestro poeta loco más insigne" y al mismo tiempo tenía "una lucidez extraordinaria para escribir de todos estos asuntos". De hecho, García Valdés editó en los años noventa, junto a Miguel Casado, un libro que recogía todos los artículos del autor sobre literatura, locura y su conexión con otros ámbitos de la existencia, titulado Y la luz no es nuestra, que más tarde reeditó Huerga y Fierro. "Leopoldo María Panero decía que la locura no es una enfermedad, sino el mayor de los aplastamientos sociales, y que los que la padecen no son locos sino enloquecidos, ya que la locura es una reacción normal ante acciones de jaque mate familiar y social", señala García Valdés. Para Valcárcel, en el caso de todas estas escritoras el aplastamiento que conduce a la marginalidad lo provoca una losa triple: el sambenito de la locura, el oficio de la literatura y el hecho de ser mujer.