Revista Pijao
La indignación y el cinismo, a la par
La indignación y el cinismo, a la par

Por Marcela Vargas

Revista Gatopardo

Hay historias que nacen del silencio y que sumergen al lector en una especie de contemplación tensa. Si además hay migrantes involucrados, esperan que en cualquier momento algo vaya mal para su protagonista y el paso de cada página se da con cautela, con temor a encontrarse un terrible accidente, una balacera, una deportación violenta o cualquiera de las historias de horror que prevalecen en la frontera que separa a México de los Estados Unidos.

Un vaquero cruza la frontera en silencio (Literatura Random House, 2017), del periodista y escritor Diego Enrique Osorno (La guerra de los Zetas, La ira de México), inicia con ese temor latente de que las vidas placenteras de sus personajes se corten abruptamente por las realidades terribles de la cotidianidad fronteriza. Pero la de este vaquero no es ese tipo de narración.

Este libro transporta al lector a un rancho yermo en Nuevo León, donde Osorno conversa a señas y escribiendo en trozos de papel con su tío Gerónimo, cuya historia decidió relatar hace mucho tiempo. Navegando entre crónica y novela, narra la vida de Gerónimo González Garza, un hombre común, sordo de nacimiento, cuyo camino ha dado suficientes giros emocionantes para que el día de hoy su mayor solaz provenga de una larga jornada de trabajo.

Un vaquero cruza la frontera en silencio fue publicado por primera vez en 2011 por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED). Esta edición fue de alcance restringido y no se vendió en librerías. Después se publicó en italiano y en inglés, pero hasta ahora llegará en español a los anaqueles. “Ha sido interesante, muy distinto a los otros libros desde el proceso de escritura”, cuenta el periodista en entrevista con Gatopardo. “Yo creo que es el único libro que he disfrutado cuando lo escribí, que fue placentero. Todos los otros siempre han sido muy angustiantes, muy tensos, muy cansados. Éste lo disfruté tanto que me sentía triste cuando terminé de escribir la primera versión”.

Cada vez que reportea un tema, Diego Enrique Osorno busca una conexión personal con el mismo para sentirlo más cercano. En 2010, mientras investigaba para su libro La guerra de los Zetas, recordó la figura de Gerónimo González Garza, su tío materno, un mexicano que recorrió Estados Unidos vendiendo llaveritos con una caravana de sordos en los años sesenta y setenta y que en la actualidad vive entre su casa en San Antonio, Texas, y el rancho de sus padres, en Los Ramones, Nuevo León, a 150 kilómetros de Monterrey.

Sordo de nacimiento, Gerónimo González Garza no puede hablar aunque sus cuerdas vocales estén en perfectas condiciones. Como no conoció el sonido, no pudo producirlo. Su vida, sin embargo, ha estado lejos de la victimización y la miseria. Un vaquero cruza la frontera en silencio hace de Gerónimo una analogía con la cruel realidad que azota la frontera noreste del país, una región cuya voz no ha terminado de desarrollarse y que por lo mismo no halla la manera de comunicar los horrores que suceden en ella.

“El libro salió [por primera vez] en 2011. Ese año ocurrió en Allende, Coahuila, una masacre en la que cerca de 300 personas fueron desaparecidas y más de 50 casas al centro de la población fueron destruidas. Un hecho atroz como éste tardamos tres años en poder publicarlo y darlo a conocer”, cuenta Diego Enrique Osorno, quien se ha encargado de registrar la violencia, corrupción e impunidad en las zonas de conflicto de la guerra contra el narcotráfico en los últimos años. “Hay muchas masacres que no se dan a conocer y desde entonces el cambio ha sido mínimo. A penas hay un balbuceo. A diferencia de Tijuana o Ciudad Juárez, la frontera noreste todavía no puede encontrar un lenguaje propio [para contar su realidad]”.

Ese mínimo avance está empañado por la violencia contra la prensa que permea a México. El Comité de Protección a Periodistas (CPJ) señala que México es el país donde más periodistas son asesinados en el mundo, por arriba de Siria e Irak. Tan solo en la primera mitad de 2017 fueron asesinados ocho comunicadores. La violenta muerte de Javier Valdez, en mayo pasado, provocó una respuesta sonora de sus colegas, organizaciones nacionales e internacionales y de la sociedad civil. Pero la rabia y el rechazo a esta situación no son suficientes para resolverla.

“A mí me toca, como a muchos periodistas, ver la forma en la que está creciendo la indignación en el país”, reflexiona Osorno. “Pero me da la impresión de que así como aumenta la indignación, está aumentando el cinismo. Es como si fueran a la par. Me toca sentir que las dos cosas están en una carrera vertiginosa. Estoy a la expectativa y obviamente quiero que la indignación de una vez por todas gane la carrera”, concluye.


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