Revista Pijao
“La desidia del hombre ante el horror es terrible”
“La desidia del hombre ante el horror es terrible”

Por Carlos Geli   Foto Massimiliano Minocri

El País (Es)

Frente a su choza, en una zona medio selvática junto a un lago, la inquietante doña Ermelinda suministra un brebaje de raíces extrañas al joven visitante: “Lo ayudará a ver la verdad que usted lleva dentro”, alcanza a oír antes de quedar inmerso en pesadillas toda la noche. El episodio, narrado en Duelo (Libros del Asteroide), es prácticamente autobiográfico, como todo en la última obra de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971). El autor de El boxeador polaco, Monasterio o Signor Hoffman, sangre judía y árabe a la vez por sus ancestrales venas, nunca ha necesitado pócimas porque la suya es la literatura. “Escribo para entrar en otro estado de conciencia”, dice quien casi no había tocado un libro hasta los 29 años, cuando empezó a leer como un poseso y, desde Esto no es una pipa, Saturno (2003), a escribir a un ritmo de casi uno (rozando el opúsculo, esencia pura) anual, buscando una identidad quizá truncada a los 10 años, cuando emigró a EEUU con su padres y donde, tras el impacto vital, se formó como ingeniero industrial.

Bajo el influjo de los mejunjes, el lector descubrirá, como el propio autor, que Duelo no es la búsqueda de la prohibida historia de la misteriosa y silenciada muerte de Salomón, un niño dela familia (“una solo foto como prueba de su existencia”, recuerda el narrador), sino la de la compleja relación del protagonista con su hermano, “siempre el vínculo familiar más difícil, la historia de Caín y Abel: nunca es una relación fija como la del padre”, dice Halfon. Todo bajo la angustia de una lengua que funciona como “escafandra” del infante ante el mundo adulto.

Admite Halfon tras esta nueva tesela en el mosaico literario sobre su identidad que fue educado en dos lenguas “como algo orgánico”; en cambio, sólo puede escribir en una. “Pienso en las dos, pero no sé si podría hacer un cuento en inglés: he cultivado el lenguaje literario en español”. ¿Motivo? “Mi infancia fue en español y mi literatura no deja de ser un intento de recuperar esos años”. El cruce, de frontera e idioma, entre el niño y el adulto es tema recurrente en la obra de quien en 2007, apenas a los cuatro años de empezar a escribir, fue elegido entre los 39 mejores autores latinoamericanos menores de 39 años. “Aún estoy buscando el significado de traspasar esa frontera, que en mi caso, además, también fue física… En ese tránsito vital siempre pierdes y ganas; yo gané una lengua y una mirada: al irte de tu pequeño jardín el mundo ya no se pude ver de la misma manera”. Nunca pensó en la cara oscura, hasta hace poco: “No pertenezco a ningún lado…

Los rituales de doña Ermelinda o las historias de Isidro, el vigilante del lago Amatitlán (la dela bruja del agua, el ritual de la palabra que hay que otorgar a cada árbol al ser plantado, la de cada niño que se acercó trágicamente a la zona…) rezuman, por vez primera en la casi quincena de títulos de Halfon, el hasta ahora ausente influjo de la literatura oral guatemalteca, quizá rastros del Miguel Ángel Asturias de Leyendas de Guatemala o de las obras de José Milla y Vidaurre… “Básicamente buscaba el habla guatemalteco, y no sé bien cómo me salió una Guatemala que tampoco es la mía, que es la de la capital, la de la franquicia norteamericana”, admite. Asoma en Duelo, sin embargo, un paisaje más sucio, más contaminado, más mágico.

Sostiene el autor que no es lector de Asturias o Milla y Vidaurre, “no necesitas escucharles para encontrar a esos Ermelinda o Isidoro… Si yo escribiera sobre la cultura indígena o maya es como si lo hiciera de los japoneses: mis cuatro abuelos eran de países europeos que podían haber recaído en cualquier lugar y lo hicieron en un país muy católico siendo una familia judía”. Esa sí es una simiente literaria en la obra de Halfon, donde se puede rastrear todo el catálogo de la tradición literaria judía: búsqueda de identidad, relación padres-hijos, baile de lenguas… “y el humor casi cínico o un sexo de flirteo… Estoy más en la línea de Philip Roth o incluso de autores del Este, como Zweig o Schnitzler”, dice quizá recordando los orígenes polacos de un abuelo que pasó por Auschwitz, código deprisionero grabado en la piel que hacía creer a su nieto que era para recordar el número del teléfono, como refleja en Duelo.

También le acerca más a esa literatura anglosajona una brevedad casi enfermiza, “un estilo seco, nada hispano, que es más barroco”. Sus libros son breves por fuera y por dentro: en Duelo son 41 fragmentos que “luego el ingeniero Halfon pone en orden para crear una atmósfera”. Por eso hay palabras o construcciones que se repiten siete o 14 veces, “como el ritmo de un tambor: debería doler, crear un luto”, dice. La escritura es “intuitiva, pero ha de sonar al final a verdad.

“Siempre me ha espantado más la desidia del hombre ante el horror que el horror mismo”, dice el protagonista de Duelotras descubrir, en Alemania, un viejo vecindario residencial al otro lado dela calle donde había un campo de concentración. Es autobiográfico, de nuevo: “Esa desidia ante el horror es terrible; la estoy viendo ahora en EE UU con Trump: a cada minuto suelta una barbaridad y a la gente parece no importarle, se está volviendo indiferente ante el horror, ya nada nos importa… Es el sobreindividualismo y el egoísmo extremos imperantes hoy”.

Llega Halfon a Barcelona la tarde de la Diada Nacional de Cataluña, al poco de concluir la multitudinaria manifestación. “Todo nacionalismo es excluyente. Busca diferenciarnos y separarnos del otro, en vez de unirnos y aceptarnos. Lo he vivido en muchas ocasiones. Como judío. Como árabe. Y ahora como latinoamericano en unos EEUU que quieren construir un muro. Pero no hay muro ni frontera nacional infranqueable”, reflexiona. De eso, su vida y su literatura algo sabe.


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