Por Rodrigo González M.
La Tercera (Ch)
Durante tres años, todos los días y muchas veces luchando contra la letra de “receta médica” de Raúl Ruiz, Bruno Cuneo (1973) recopiló los múltiples cuadernos que escribió en casas, aviones, restaurantes o sets de rodaje. Fue un arduo proceso de sincronización y reordenamiento (el cineasta escribía a veces diarios paralelos), sin contar que muchos se perdieron en taxis y salas de espera de aeropuertos. Obra de referencia y colección, este Diario abarca los últimos 18 años de vida del realizador de Misterios de Lisboa, desde 1993 al 2011. Antes, Ruiz nunca había escrito un diario en su vida.
Al momento de realizar el libro, ¿qué es lo que más le llamó la atención de los escritos?
Lo que más me llamó la atención es que su humor, entre patafísico (movimiento ligado al surrealismo) y socarrón, tenía escaso protagonismo en el diario. En cambio parece recorrerlo una forma peculiar de tristeza o inquietud, porque nunca es estridente y proviene de muchas cosas: la vejez, la muerte de sus padres y amigos, la pérdida de magia del cine en una época avanzada de industrialización del arte y la cultura, el fracaso de los proyectos políticos de izquierda y la globalización del capitalismo, pero también de lo que llamo el “temblor de crear”, una angustia que sienten todos los grandes creadores, sobre todo en su fase de madurez, relacionada en gran medida con la inminencia de la muerte.
¿Se podría decir que el director chileno tenía un conocimiento enciclopédico de las cosas?
Ruiz solía decir que el enciclopedismo era una de las pulsiones intelectuales latinoamericanas por excelencia: reducir el mundo a una biblioteca, real o imaginaria, por lo general muy pequeña, y jugar luego a combinar esa biblioteca en todos los sentidos posibles o pasar sin complejos de una cosa a la otra, con cambios bruscos de niveles. Pero aunque él mismo tenía esa pulsión, no creía en el fondo que la cultura fuera solamente eso. En el Diario, Ruiz cita una famosa definición de la cultura de Max Scheler: culto no es quien sabe muchas cosas, sino quien posee una estructura personal y un estilo propio de intuir, pensar, valorar y tratar con el mundo. En este sentido Ruiz era cultísimo, y por eso también es claramente inimitable.
¿Qué opina de su visión del ser chileno?
Ruiz siempre fue un gran observador del comportamiento nacional, casi un etnólogo local, y a Chile le pega en el Diario varios palos: dice, por ejemplo, que ser chileno no designa una personalidad sino una perversión sexual que consiste en alcanzar el orgasmo mediante risotadas, la inconfundible risotada chilena. Pero esta actitud suya no es nueva, la tenía incluso antes de partir al exilio, así que nadie puede acusarlo de resentido.
¿Qué le parece su expresión: “Mis películas son pies de página de mis lecturas”?
Bolaño dijo una vez que él podía pasarse un día sin escribir pero que no podía pasarse un día sin leer. El caso de Ruiz es parecido y muchas de sus películas son, efectivamente, o bien “adopciones”, como le gustaba decir a él, de libros que había leído, o bien divagaciones visuales a partir de ideas o citas que había encontrado en los libros y que le habían llamado la atención. Una vez dijo incluso que muchas de sus películas, sobre todo las francesas, no eran más que excusas para la especulación teórica, como sucede también en muchas cosas de Borges (aunque a diferencia de Borges, según me han contado, a Ruiz no le gustaba inventar libros o referencias literarias).
¿Cómo explica la pulsión constante de Raúl Ruiz por leer, dirigir, escribir, comer, cocinar, todo mezclado en la rutina diaria?
Sigue siendo para mí un misterio. De hecho, mientras editaba el Diario muchas veces me sentí humillado por lo poco que había hecho en un día y para lo cual había tenido que saltarme incluso el almuerzo. Yo creo que tenía una capacidad insólita de trabajo mezclado con goce vital, cuando el resultado normal sería neurosis.
¿Por qué Ruiz se dedicó al cine de forma primordial, si se notaba por ejemplo que la literatura era fundamental para él?
Recuerdo que en una de las pocas entrevistas que dio el cineasta francés Robert Bresson dijo que si uno quería dedicarse al cine, debía primero ir al teatro, leer literatura y escuchar buena música. Apuntaba, creo, a una cuestión esencial: una mirada artística potente y singular no se forma dominando solamente los recursos de tu arte. En este sentido, Ruiz no es un caso tan raro de cineasta; es de la estirpe de Eisenstein, Godard o Pasolini. Puede sonar raro lo que voy a decir, pero yo ni siquiera creo que el cine ocupara un lugar primordial entre sus intereses: creo que el cine -un arte que amaba, por supuesto- le permitía canalizar mejor todos sus intereses artísticos, porque Ruiz también escribió teatro, poesía, novelas, teoría, amaba la música, hizo instalaciones e incluso a veces se lamentaba de no tener más tiempo para dedicarse a estas cosas.