Revista Pijao
La biblioteca de los hombres calvos y otras ideas librescas
La biblioteca de los hombres calvos y otras ideas librescas

Por Sergio C. Fangul

El País (Es)

Si los libros, cada uno, dicen mucho, también dicen mucho las colecciones de libros. Si quiere usted conocer a alguien mire su biblioteca (y su basura). Las bibliotecas, los libros, también sirven para imaginar y ser imaginados. Jorge Luis Borges, bibliotecario ciego, imaginó bibliotecas infinitas, bibliotecas que contienen todas las combinaciones posibles de letras, escritores que escribían otra vez El Quijote palabra por palabra o universos que solo existían en las enciclopedias. Los artistas también imaginan libros y bibliotecas, y de eso trata la exposición Bibliotecas insólitas, que se puede ver en La Casa Encendida hasta el 10 de septiembre.

“Queremos poner de manifiesto cuál es la situación actual de los libros de artista”, dice la comisaria Glòria Picazo. “Esas publicaciones que el artista hace en paralelo a su proyecto artístico y que en los últimos tiempos está viviendo un gran auge”. Las nuevas tecnologías, la autoedición, facilitan la proliferación de este tipo de publicaciones (también en otros ámbitos, como la literatura o la fotografía). Así, la exposición transcurre en dos líneas: el mapeo del libro de artista y los diferentes enfoques a la idea de biblioteca, desde la desaparecida Biblioteca de Alejandría a la nube digital, pasando por las bibliotecas particulares de cada lector. Se parte de la idea de la biblioteca utópica y universal, aquella que contiene todo el conocimiento del mundo, fin que, por cierto, también se propuso Google con un algoritmo que ordena por relevancia y rastrea información en décimas de segundo. Quizás sea una amenaza para las bibliotecas hechas de átomos y no de bits.

“Los artistas también tienen sus bibliotecas, que contienen sus ediciones artísticas, pero también un sinfín de referencias literarias, filosóficas, políticas, sociales”, dice la comisaria. En la de Iñaki Bonilla hay señores sin pelo: presenta aquí La biblioteca de los hombres calvos, que parte de una colección de fotos de algunas de las cabezas más prominentes de la historia de la literatura y el pensamiento: Bertrand Russell, John Berger, Baudelaire u Oscar Wilde. Cada libro corresponde a una cabeza.

En la de Enric Farrés Duran, una biblioteca sin títulos, los lomos de los libros se colocan de cara a la pared, ocultos al visitante. La biblioteca portátil de Javier Peñafiel viaja en un pequeño trineo. Antònia del Río homenajea a todos los libros desaparecidos de la historia con una biblioteca en blanco.

Clara Boj y Diego Díaz, en Data biography, imprimen en una amplia biblioteca toda su vida digital: mensajes, comentarios, fotos compartidas, algo así como un ejercicio de Big Data autobiográfico (durante todo el año 2017) y convertido en libros. Ignasí Aballí aporta sus célebres listados de titulares de prensa en torno a un tema (la droga, por ejemplo, o lo invisible).

Hay hasta una editorial, la mexicana Alias, que traduce textos fundamentales del arte contemporáneo buscando que cada libro sea un objeto singular: libros de artista en todos los sentidos. Otros participantes son Fernando Bryce, Dora García, Juan Pérez Agirregoikoa, Francesc Ruiz u Oriol Vilanova.

Aquí también hay, como en otras bibliotecas al uso, una sala de reserva (también conocida como “infierno”), donde se guardan libros que no están al alcance del público general (a veces por irreverentes, sacrílegos o revolucionarios) y solo del especialista. Se guardan ejemplares singulares, hitos de las historias del libro de artista de los años sesenta y setenta (fechas en las que se consolida esta disciplina), obra de autores como Sol LeWitt, Ed Ruscha, Marcel Broodthaers, Isidoro Valcárcel Medina o Concha Jerez.


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