Revista Pijao
Kodama y sus amores: Japón y Borges
Kodama y sus amores: Japón y Borges

Por Mercedes Pérez Bergaflia

Especial para del diario Clarín (Ar)

Delgada, silenciosa, con movimientos medidos y casi sin tocar el piso. Como si su cuerpo se contuviera, en realidad, dentro de un perímetro invisible, y esto quizás se relacione con la educación impartida por su padre japonés, Yosaburo Kodama. María Kodama -viuda de Jorge Luis Borges y su heredera-, visitó la deliciosa exposición Japón íntimo. Compuesta por objetos pertenecientes a la colección del Museo Nacional de Arte Oriental, la muestra -que actualmente puede visitarse en el Museo Nacional de Arte Decorativo- despliega dos aspectos. Por un lado es visual. Por lo tanto, las diferentes producciones utilitarias de Japón –cerámicas, mikoshi (templetes), butsudan (altares de Buda), incensarios, yukata (prendas de vestir similar el kimono pero de algodón), inrō y netsuke (objetos relacionados con el cinturón del kimono)- se exponen en vitrinas iluminadas y sobre bases sólidas, accesibles al público.

Pero la exposición también comprende otro plano: fragmentos de textos de literatura japonesa que pueden escucharse con auriculares ubicados al costado de los objetos. Muchos de estos textos llevan la voz de María Kodama. Abarcan desde las creaciones de la poeta Ono no Komachi (del siglo X) hasta fragmentos de los escritos de Yasunari Kawabata (novelista del siglo XX, y el primer escritor japonés que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1968).

La exposición –curada por Magdalena Murúa y Anna Kazumi Stahl- da cuenta de la vida cotidiana en Japón: nos revela –a través de la delicadeza funcional de sus objetos- la sensibilidad y espiritualidad japonesa.

Mediante un breve recorrido por la muestra observamos, junto a Kodama, piezas de marfil; perfiles de animales finamente tallados y pintados; pequeñas cajitas de madera laqueada; jarras y tazas de cerámica esmaltada, a veces con detalles de oro; y prendas. Mientras, Kodama relataba recuerdos de su padre y anécdotas de los viajes a Japón que realizó junto a Borges.

“Mi intervención en esta muestra se debe a mi origen”, explica Kodama. “Mi padre nació, creció y se educó en Japón. Si tuviéramos que pensar qué o quién es cada uno de nosotros, entonces pienso que yo soy japonesa, porque me educó mi padre, de acuerdo a los principios y las reglas del Japón en el que se crió”.

-Entonces la presencia cultural japonesa en su casa familiar era fuerte.

-Mi madre descendía por el lado paterno de suizos-alemanes y por el lado materno, de una mezcla de ingleses y españoles. Así que nací entre varias culturas. Cuando era chica esto era bastante complejo, sobre todo desde el punto de vista religioso, porque mi padre y mi madre tenían ideas totalmente diferentes. Pero después tuve con ellos una relación maravillosa, sobre todo con mi padre, que era muy comprensivo. Pero se lo agradezco para siempre.

-¿Por qué se lo agradece?

-Porque me hizo libre haciéndome entender desde muy chica que la libertad es responsabilidad y que fuera cual fuera la decisión que yo asumiera, aun cuando lo contradijera, debía ser mía. Claro que después yo no podía llorar, porque él me había alertado sobre las consecuencias.

-¿Ese sentido de la libertad se relaciona con la cultura japonesa?

-La libertad, sobre todo el respeto por la intimidad del otro, es algo típicamente japonés. Mi padre siempre me decía: usted no pregunte, porque si pregunta y el otro le miente, usted, en realidad, lo está obligando a mentirle: porque usted está invadiendo la intimidad del otro.

¿Qué religiones había en su casa?

-Bueno, mi padre era sintoísta, es decir, para él todo era sagrado. Y eso es, en realidad, maravilloso. Recuerdo que cuando fuimos a Japón con Borges por primera vez, nos llevaron a ver los templos sintoístas que él quería ver. Fue muy gracioso, porque él quería ver el templo de Kitsune, el Dios-zorro. Y todos, horrorizados, le preguntaban por qué. Bueno, contestaba él, porque le gustaban los zorros. Y claro, después comprendí: cuando uno llega al templo del Dios-zorro hay una caravana de autos importantísimos. Son todos los hombres de negocios que van a pedirle al Dios-zorro la astucia para ganar dinero, supongo. Así que ver eso fue muy divertido. Y luego sí, nos llevaron a ver todo lo que se considera sagrado en la cultura japonesa, como el caballo sagrado, que nunca voy a olvidar: era blanco, tenía una crin plateada, larguísima… Un caballo maravilloso, que realmente parecía sagrado. Y después, bueno, Sakai, el árbol sagrado... en fin, todo es sagrado. ¡Nosotros también!

-¿Fue un viaje largo?

-Sí; y espléndido. Ibamos adonde Borges quería. Recuerdo que tuvimos un almuerzo con el hermano del escritor Yukio Mishima. Y hay una cosa muy interesante. En un momento Borges preguntó sobre la guerra, cosa que no debería de haber preguntado, pero bueno, preguntó por la guerra. Y ellos contestaban de una manera muy cortés, y para mí, muy buena. “Nos hizo mucho bien la guerra”, decían. “Nos hizo mucho bien”. Eso lo contestaron desde el chofer del taxi hasta los profesores de las universidades que visitábamos.

Seguimos por la exposición, nos detuvimos ante algunas de las joyas de la muestra: una magnífica langosta tallada en marfil; inrōs (contenedores que colgaban del cinturón del kimono) y netsukes (sus contrapesos), mostrando figuras animales, tallos finamente labrados. Naturaleza en escala mínima.

-A Borges le encantaban los animales. Hay una foto suya con un tigre, expuesta actualmente en la Fundación Borges.

-¡Si, le encantaban! Esa foto es de Borges con la tigre Rosy, que lo está abrazando.

-¿Los animales estaban presentes en sus diálogos con Borges?

-¡Sí! Era gracioso, porque él era a veces un poco posesivo. Pero entonces encontré la fórmula perfecta: le decía “Octopus dixit” (“Dice el pulpo”). Y él entendía y decía: “Octopus contrae tentáculos”, porque ya se daba cuenta de que ese era el límite. Es decir, de una manera graciosa le decía que yo sentía que era el límite.

-¿Le llevó mucho tiempo que Borges comprendiera que usted tenía sus espacios?

-Supongo que a él debe de haberle costado mucho, porque estaba educado por personas del siglo XIX.

-Y también mantenía una muy cercana relación con la madre.

-Sí, que era una mujer divina. Comencé a estudiar con él cuando tenía 16 años. Entonces íbamos a bares, a lugares que ahora han desaparecido, como la confitería Richmond. Hasta que un día la madre le dijo: “Vos no podés tener a esa chica de bar en bar. Traéla a casa y que estudie acá”.

-¿En la relación entre Borges y usted jugaba un papel importante la diversión, el juego?

-¡Total! Mis amigos se lo perdieron. Me decían: “Pero el viejo de los laberintos…”, ¡y yo les decía que me escucharan! Que parecía “el viejo de los laberintos” cuando escribía pero que personalmente era divertidísimo. Usted ya se dará cuenta que por mi carácter, no podría estar con una momia. Fue todo muy divertido.

-Tantos años juntos, usted y Borges… ¿Qué fue para usted: un compañero, un maestro, un amigo…?

-La mitad de mi alma. Es a lo que estábamos destinados. Es decir, si creemos en la reencarnación –como él me decía, no creíamos pero creíamos que creíamos-, es como si viniéramos desde la eternidad y siguiéramos a la eternidad.


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