Revista Pijao
Juan Rulfo y Jimi Hendrix: como dos piedras rodantes
Juan Rulfo y Jimi Hendrix: como dos piedras rodantes

Por L.C. Bermeo Gamboa

Especial para Gaceta de El País de Cali

Una de las imágenes más rotundas en la obra de Juan Rulfo la encontramos al final de ‘Pedro Páramo’ cuando, tras el último encuentro con el arriero Abundio, su hijo más negado, el cruel cacique de Comala da “un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”.

Es quizá una de las imágenes más elocuentes del conjunto de símbolos de toda la obra de Rulfo: en su universo empobrecido, sobre el desierto acalorado y entre viento y ruinas encontramos solo eso, polvo, piedras y hombres sin destino que ruedan, de nuevo, como rocas que se desmoronan.

El viento de Luvina en ‘El llano en llamas’: “Es pardo. Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera”. El polvo cuando afirma Bartolomé San Juan: “Este mundo, que lo aprieta a uno por todos lados, que va vaciando puños de nuestro polvo aquí y allá, deshaciéndonos en pedazos como si rociara la tierra con nuestra sangre”.

Como las piedras, cuya característica más evidente es que pueden conservarse mucho tiempo bajo la misma forma, así Pedro Páramo nunca altera su maldad, pese a las desgracias que padece y, sobre todo, a las que ocasiona: la muerte de su hijo Miguel Páramo y la locura de su amada Susana San Juan, por ejemplo. Páramo sigue siendo, como se dice al inicio de la novela, un “rencor vivo”. Pero también es, de alguna manera, una roca: un tipo endurecido, dueño de un corazón de consistencia áspera que destruye todo lo que se atraviesa a su paso y termina por destruirse también a sí mismo. En suma, una ‘piedra rodante’.

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Se sabe que en 1967, durante el Monterrey Pop Festival, en California, alrededor de 50.000 personas escucharon la historia de otra de estas ‘piedras’.

Sucedió cuando el joven James Marshall Hendrix demostraba que su padre no se equivocó al regalarle una guitarra de 5 dólares a sus 15 años. Esa noche aquel músico desconocido por la mayoría en Norteamérica pero ya admirado por los mejores en Reino Unido, un afroamericano que salió del ejército por romperse un tobillo —gracias al cielo— en pruebas de paracaidismo, había regresado a su país para debutar en un festival que sería el paradigma de uno más conocido dos años más tarde: Woodstock.

Nadie estaba preparado para el ‘performance’ de un guitarrista zurdo tocando con total libertad y erotismo una Fender Stratocaster que al final terminaría sacrificada en el fuego.

Al nacer su madre lo había nombrado John Allen y luego su padre cambió el nombre a James Marshall, aunque él usaría otro, el último que había declarado antes de salir al escenario: “Desde esta noche todos recordarán el nombre de Jimi Hendrix”. Así fue bautizado. Por las llamas nació el mito de Hendrix.

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No fue menos complicado definir su nombre para el autor de ‘Pedro Páramo’. Si hoy alguien mencionara a un tal Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno nacido por el año 1917 en algún pueblo perdido de Jalisco, pocos reconocerían a uno de los más importantes escritores mexicanos.

Tal, sin embargo, es el nombre que aparece en el acta de nacimiento de Juan Rulfo que luego, en la partida de bautismo, cambiaría a Carlos Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno.

Entonces, ¿de dónde vino el nombre Juan Rulfo? Aclara Jorge Volpi en ‘Mentiras contagiosas’ que: “Era su padre, asesinado muy joven por una disputa sin importancia, quien tenía el Rulfo como segundo apellido”. Incluso, hay otra versión, dicha por el propio autor —para complicar más la trama de su origen— al periodista español Joaquín Soler Serrano. Rulfo explica que su apellido viene de un monje español del Siglo XVIII Juan del Rulfo, quien luchó en el Ejército Realista y tras la Independencia de México se cambió de bando usando como coartada un apellido falso: terminó llamándose Juan Pérez Rulfo. Por ello, entre las máximas creaciones literarias de Juan Rulfo está la de su propio nombre, que se confunde con el de sus personajes.

Entre las canciones que interpretó Jimi Hendrix aquella noche del 18 de junio, en Monterrey, estuvo ‘Like a rolling stone’, original de Bob Dylan que apenas dos años antes había publicado en su memorable álbum ‘Highway 61 Revisited’ (1965). En esta ocasión, no obstante, la poesía de Dylan sonó más contundente, como una verdad de a puño cantada por Hendrix para alterar la paz y el amor de ese público hippie: “¿Cómo se siente?/ Depender solo de ti/ sin un rumbo fijo/ como una completa desconocida/ como una piedra rodante”.

Ahí estaba una de las piedras rodantes más clásicas del rock contando la historia de ‘Miss Lonely’, mujer de corazón duro de la que la canción de Dylan dice que arrojaba monedas a los mendigos mientras la gente advertía: “Ten cuidado, muñeca, puedes caer”. Y en efecto, la vida cobra caro nuestra soberbia: “Ahora no pareces tan orgullosa/ de tener que mendigar tu siguiente comida./ ¿Cómo se siente?/ ¿Cómo se siente?/ Estar sin hogar/ como una completa desconocida/ como una piedra rodante”. Esa pregunta que repite Dylan en su canción, “¿Cómo se siente?”, sirve como nivelador social para bajarnos de la nube de indiferencia y dejarnos en tierra sintiendo a los pobres y marginados. Al igual que Doña Eduvijes en ‘Pedro Páramo’, cuando pregunta a Juan Preciado, intentando comprobar hasta dónde él es consciente de la situación que experimenta: “¿Has oído alguna vez el quejido de un muerto?”. Él responde que no. Más tarde comprenderá con espanto que en Comala sólo se escuchan quejidos de muertos, incluso el suyo propio.

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Otra piedra rodante, y la más cercana a Juan Rulfo en términos geográficos, es la “piedra en el camino” que canta José Alfredo Jiménez en la ranchera ‘El rey’ y donde afirma la gran verdad de los pobres, esos reyes “sin trono ni reina, ni nadie que los comprenda”, cuyo destino no es otro que: “Rodar y rodar”. Pero esta vida de piedras rodantes al menos tiene una virtud bien expresada por Jimi Hendrix un par de meses después de Monterrey, cuando publicó su álbum debut: ‘Are you experienced?’ (1967). Allí venía la canción ‘Stone free’ como respuesta a la pregunta de Dylan. Hendrix se declara convencido de su naturaleza rodante: “Soy una piedra libre para hacer lo que me plazca/ una piedra libre para montar la brisa/ Soy una piedra no puedo quedarme/ Tengo que irme ahora mismo de aquí”. Hendrix, como una piedra que sale de órbita, se iría definitivamente de este mundo tres años después, en 1970, a sus 27 años.

Hay entre Rulfo, Dylan y Hendrix una metáfora común: el hombre como un cúmulo de piedras que ruedan, que se desmoronan.

Tal vez en eso resida la inmortalidad de cada uno de ellos. En comprender una dimensión a la vez feliz y trágica del destino humano: ser una piedra en el camino cuyo destino no es más que rodar, hacia cualquier parte, hacia ninguna parte.


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