Por Rodolfo Zamora Rielo
Especial para el diario Granma (Cu)
Para nadie debería ser un secreto que la Historia se mueve en diferentes planos. Según la naturaleza del abordaje, se eleva sobre la circunstancia abarcando fenómenos y actores con ángulo ancho o, de lo contrario, aguza el lente cual microscopio hasta llegar a la misma célula del suceso, ampliando rasgos y competencias difícilmente aprehensibles por el bosquejo. Se ha sido injusto con la Historia, al creerla mera descripción de acontecimientos aislados que desemboca en una suerte de moraleja absoluta.
La Historia es mucho más; lo ha demostrado la sospechosa vigencia de algunos lances que parecen adosados a una gigantesca rueda. Aunque para algunos sea cantaleta, la Historia es guía y referencia, impronta, sugerencia y experimento, incluso es capaz de servirse del cotejo y la parábola para trascender sus propios límites y reinventarse constantemente.
Un Martí de 22 años, joven, demasiado rotundo y un tanto exiguo del fogueo vivencial —aunque ya exhibía las huellas de la sordidez y la tragedia en la carne— escribía en la Revista Universal, de México: «es sumamente difícil embellecer los momentos demasiado materiales (…)». Cabe pensar que su aseveración no pretendía trasponer los actos del drama La esposa del vengador, de José Echegaray, que valoraba para las páginas del rotativo azteca. Sin embargo, subestimó lo que el mismo convertiría, con los años, en un arte: gravar en memorias y anales los momentos más pedestres, cotidianos, casi imperceptibles de no estar involucrado su apostolado en cada movimiento, remarcando la poesía del instante que se erige sobre la rutina y trastoca lo corriente en memorable.
Para comprobar todo esto solo basta acercarse al libro Entre espinas flores. Anecdotario, selección a cargo de Carlos Manuel Marchante Castellanos y publicado bajo el sello de la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado en el 2015.
El volumen, compendio coral de innumerables voces, bebe de muchas fuentes bibliográficas que recogen las situaciones más demostrativas de los valores humanos, patrióticos, políticos y organizativos del Maestro a lo largo de toda su vida.
Junto a los libros editados por su discípulo Gonzalo de Quesada y Aróstegui, fluyen los recuerdos de principalísimos contemporáneos como Máximo Gómez, Juan Gualberto Gómez, Alberto Plochet, Blanche Zacharie de Baralt, así como los acercamientos de intelectuales que dedicaron un espacio de sus obras a perfilar la personalidad de Martí, al estilo de Jorge Mañach, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Nydia Sarabia, Carmen Suárez, Juan Marinello y otros.
Acucioso y abarcador, el libro cuenta la historia desde la peripecia, tomando la voz del personaje para que sea esta la que muestre las particularidades que hicieron a un hombre motivado y comprometido con la libertad de su patria, convertirse en el Apóstol de su independencia y violentar las trampas del tiempo para erigirse en sinónimo de identidad, de entrega, de sacrificio y martirologio, como le escuché decir un día al también eminente maestro Julio Fernández Bulté. Martí no solo luchó por dotar al pueblo de Cuba de un proyecto independentista, con sólidos cimientos políticos, militares, culturales y socioeconómicos que le reservaran un lugar en ese universo renovador y progresista del mundo moderno. También llevó en sí mismo la ejecutoria de las nuevas directrices que armarían a Cuba de una generación llamada a remozar, por medio de la autodeterminación lógica y justa, el carcomido edificio en que la había avecindado la rémora del colonialismo.
Martí fue la comunión de cualidades que bulleron a lo largo de un siglo como el XIX, romántico, convulso y prometedor, para cuajar en un tipo social instruido, progresista, independiente, capaz de hacer desterrar los rezagos del conservadurismo para abrir la mente y el alma a las urgencias de una nueva época, trazada por la necesidad de fundar.
Así, siendo un niño le pidió a un amiguito que liberara a un grillo cautivo con la misma sensibilidad que sufrió la esclavitud del negro que le enseñó a montar a caballo y a amar a la naturaleza. Prefirió inculparse en el Consejo de Guerra para salvar de responsabilidad a su amigo Fermín, aunque esto le representara conocer la tragedia carcelaria y el dolor de las llagas. También, llevado por su sentido de la justicia, renunció a su empleo de maestro en Guatemala, aunque sumiera en la pobreza a su familia, por solidaridad con su amigo y director. Esa justicia que lo decidió a pasear del brazo de la patriota negra Paulina Pedroso y así limar las tensiones raciales entre la emigración cubana en Tampa.
Martí no fue un hombre perfecto, no podemos pretender que los héroes sean dioses. Su majestuosidad radica en el dominio de esas medianías y la genialidad de poner por encima de lo personal lo importante para el colectivo. Martí no fue siempre atinado y certero, pero cuando lo conseguía iluminaba tan fuerte que opacaba cualquier mancha.
Posiblemente le faltó paciencia para entender a los recios y un tanto recelosos Gómez y Maceo al principio de su alianza. A lo mejor no debió acercarse tanto al combate sin conocerlo, llevándose por una valentía ingenua que, de cierta forma, pretendía acallar las sospechas de su discutible protagonismo. Martí no fue inmune a la desidia, por eso un fusilero lo sorprendió y cegó una vida de solo 42 años.
Heredero de una tradición anecdótica que hace a la Historia más accesible y amena, Entre espinas flores. Anecdotario sigue la huella de otros textos que marcaron generaciones: Camilo Cienfuegos. El hombre de las mil anécdotas, Evocando al Che, Así era Lenin, Cuentos del Arañero, Cuentos de la Historia Rusa y muchos otros que han presentado a la Historia como una ciencia a la que le sobre la luz, a pesar de las manchas.