Por Alberto Gordo Foto Daniel Mordzinski
El Cultural (Es)
Dice José María Merino (La Coruña, 1941) que su alter ego, el profesor Souto, tiene la manía de “reclamar para sí” algunos de los cuentos que escribe. Hasta ahí llega la imbricación de autor y personaje, entidades intercambiables de un juego metaliterario que es ya parte central de la obra del escritor leonés.
Así lo entiende Merino, y así lo entiende también Ángeles Encinar, encargada de editar estas Aventuras e invenciones del profesor Souto (Páginas de Espuma): “Hace tiempo que Ángeles, quizás en contacto con el profesor Eduardo Souto, me venía diciendo: ‘Merino, quizás convendría que reunieses estos cuentos...'. Y yo siempre contestaba con escepticismo, pero, en fin, aquí estamos”.
No suena muy convincente el escritor al relativizar la importancia de un libro que le hace feliz: es Souto -y se nota- su más querida creación. Su lector conoce bien a este profesor de Lingüística obsesionado con las palabras, por momentos tan parecido a su creador que resulta imposible distinguirlos. Tienen una relación, dice Merino, fortuita, siempre en el alambre: “Nuestras colaboraciones son casuales. Me viene una idea y de pronto se me aparece Souto y me dice: “¡Este cuento es mío!”. Y Merino, claro, le da el gusto.
Con El viajero perdido (1990) hicieron público lo suyo, y hoy el trato es ya “de familia”. Merino se sirve de Souto para explorar los temas clásicos de su narrativa, que enumera él mismo: “el tema del doble, el de la penetración de lo imaginario en lo real, el juego con el tiempo, los signos y su significado...”.
Pregunta.- ¿Cuánto le debe Souto al Quijote? Como con él, uno ha de decidir: genio o loco.
Respuesta.- Mucho. En ambos está el delirio, ese delirio que forma parte de la realidad. El delirio sólo se puede explicar a través de la literatura. Por eso, aunque Souto es un personaje delirante, su delirio puede ser comprendido con la ficción.
P.- ¿Tiene Souto para usted unos contornos claros?
R.- No, y además ha evolucionado. Cuando lo empecé a tratar estaba obsesionado con el sentido de las palabras y temía que éstas se convirtieron en sonidos sin significado [aquí Merino cita indirectamente su primer cuento]. Con los años Souto se ha hecho más racional...
P.- ¿En qué sentido?
R.- Hoy es una persona extraordinariamente fina al buscar el sentido de los signos, pero, por otro lado, es muy capaz también de equivocarse a menudo. Lo cual le hace contradictorio.
Lo que uno nota al leer las aventuras de Souto es que Merino se ha divertido, y mucho, escribiéndolas: “Yo es que con la literatura me lo paso muy bien. Disfruto muchísimo. La literatura es para mí un instrumento de diversión y conocimiento”.
P.- ¿Dónde hay que buscar el origen de la metaliteratura? En sus libros siempre ha estado.
R.- Y estaba mucho antes, en otros autores. De niño me enterneció Niebla de Unamuno. Me encantó que de pronto el personaje entrase en la novela para hablar con el autor. ¡Y en el Quijote! Piense que en la segunda parte está ya publicada la primera. Y en el Ramayana, el autor, Valmiki, está dentro del libro escribiendo ese mismo libro. Lo metaliterario es tan viejo como la humanidad.
P.- ¿No cree que haya margen para que el escritor innove, para que invente algo?
R.- Lo que pasa es que hay un paquete de arquetipos, y los utilizamos siempre. Podemos darles una vuelta, pero poco más.
P.- Un arquetipo sería el del doble, tan presente en este libro.
R.- Ese es uno de los primeros temas de la ficción, sí. Es el tema de la sombra. La sombra es ese otro que siempre te acompaña, uno de los temas más viejos de la literatura. Los románticos lo convirtieron en un tema inmortal. Ya sabe, el doble está en nosotros, somos lo que se llama la simetría bilateral: tenemos dos ojos, dos brazos, dos piernas. No somos de una pieza.
P.- Háblenos de otro de sus temas: la penetración de lo imaginario en lo real.
R.- Yo siempre he creído que la ficción tiene que agredir a la realidad. La ficción es una manera de que vayamos viendo cómo es la realidad, de que la entendamos mejor. Muchos modelos de comportamiento, como el amor cortés o lo que sabemos sobre sexualidad, fueron posibles por la ficción.
El arte de la poda
Merino, o Souto, ensalza en el libro “el arte de la poda”, con guiño socarrón incluido a aquellos que, ante la duda, escriben. Y escriben de más: “No puede haber un buen cuento sin tijera. En la novela la poda no es tan importante, pero es aconsejable. Hay grandes novelas que, de haber sido podadas, habrían mejorado. Pero aún así son inmortales, como el Quijote y Guerra y Paz”.
P.- ¿Cuándo sabe que tiene un cuento entre manos?
R.- El cuento es una iluminación, como el poema. La novela es un viaje de exploración. El cuento lo ves o no lo ves. Cuando lo has visto, te planteas el punto de vista, quién lo cuenta... Hay que tener claro lo que sobra, decir lo imprescindible. Por eso el cuento requiere la colaboración del lector y por eso hay lectores a los que se les atraganta.
P.- ¿Y por eso el lector de cuentos es un lector literario, mientras que el que es poco lector prefiere los best sellers largos?
R.- Eso viene de un problema de formación. Los alumnos deberían entrar en la literatura a través del cuento literario. El cuento te hace reflexionar, inventar, suponer; es decir, te forma como lector. El secreto de esos best sellers tan largos es que, como repiten todo veinte veces, el lector no necesita esforzarse.
P.- ¿Es más flexible el relato que la novela?
R.- Sí, porque cabe todo, y no exige fidelidad. Uno puede escribir un día un cuento fantástico y al día siguiente uno esotérico. El cuento no es un matrimonio, es una aventura temporal breve. Y uno se puede permitir muchas aventuras.
P.- Decía Eloy Tizón que al cuento le han estallado las costuras. Pero intuyo que usted piensa que esas costuras estallaron hace mucho, ¿no es así?
R.- Es que nunca ha habido costuras. El cuento siempre ha sido muy libre. Uno puede leer cuentos del siglo XVI o, no sé, las mismas Novelas Ejemplares de Cervantes, que siguen teniendo una gracia especial, y ve la originalidad que admiten. El cuento tiene que ser libre, pero no puede dejar de ser cuento.
P.- ¿A qué se refiere?
R.- A que hay cuentos que parecen basarse en una ley: “Voy a hacer lo que me da la gana”. Y no. Hay que contar algo, una historia. Souto dice una cosa muy cierta. Está en el libro: “Postcuento: No érase ninguna vez”. Quiere decir que el cuento ha de estar anclado en el “Érase una vez”, y sin “Érase una vez”, no hay cuento.
P.- ¿Quiénes son sus modelos de cuentistas? Y no me diga los que todos conocemos...
R.- Yo he leído y leo de todo. De pequeño, en mi casa, era el lector oficial de Bécquer. Enseguida conocí a Hoffmann, a Poe, de quien todavía tengo sus obras completas en aquellas ediciones de Aguilar... luego descubrí a Maupassant. Y a Clarín. Sólo hablamos de Clarín por La Regenta, pero es un cuentista soberbio. A doña Emilia Pardo Bazán, que tiene unos cuentos preciosos. Y luego hay que decir Chéjov, claro, que fue el maestro de toda la escuela norteamericana. Los latinoamericanos, por supuesto: Cortázar y sus cuentos poehoffmannianos. Y Borges. Y los escritores del cincuenta español, que están olvidados pero eran muy buenos. Me gustan los cuentos realistas de Aldecoa, que se alejan de ese realismo chato que vemos tan a menudo. Y los de Carmen Martín Gaite y los de Ana María Matute. Fui lector de cuentos temprano y muy abierto. Me gustan de todo tipo, y sigo lo nuevo con entusiasmo. Mire, es muy sencillo, sólo hay una ley para que un cuento sea bueno: que hable de lo que hay por debajo de las apariencias.
P.- A Borges, por cierto, lo menciona en el libro para enmendarle un poco la plana. Dice que tuvo una aproximación superficial, anecdótica, al Quijote... ¿de verdad lo cree?
R.- Desde luego. Su lectura del Quijote no fue profunda. Si lo hubiese leído profundamente, hubiera descubierto al doble, que es un tema que le interesaba mucho. En la segunda parte está el descubrimiento desdichado del pobre Cervantes de que le han robado el libro y de que hay otro Quijote por ahí, el de Avellaneda. En la segunda parte del Quijote aparecen dos Quijotes, y de eso Borges no se enteró. En el Pierre Menard, que es un gran homenaje a Cervantes, ya se dice que el Quijote no es un libro imprescindible. Su relación era, creo, ambigua.
Sorprende en un narrador tan literario como Merino las numerosas referencias a la actualidad que hay en estos cuentos de Souto. Merino incluye un apartado titulado “Micronaciones” en el que habla del nacionalismo de hoy, “una nueva enfermedad infantil de esta sociedad posmoderna -dice-, pese a su condición de eco de las sangrientas Cruzadas”. Merino, como señala Encinar, tira de ironía para tratar el asunto: “Yo veo lo de Cataluña como una gran españolada. Un imposible que ha provocado el tercer gran ataque a la Constitución Española, después del de Fernando VII y del de Franco. Es una demostración más de que los españoles -en este caso catalanes- no somos tan realistas, y nos creemos que vivimos en el gran teatro del mundo, en la vida como sueño. En Cataluña hoy impera más el delirio que lo racional”.
P.- Usted, Aparicio o Luis Mateo Díez han escrito de León, recuperando tradiciones como el Filandón. ¿A qué distancia les queda el regionalismo?
R.- Para nosotros fueron maestros Gamoneda o Crémer, de quienes aprendimos a hacer una literatura que, aunque sea de un sitio, en este caso de León, debe trascenderlo, plantearse desde una mirada universal.
P.- ¿Hay relevo en esa generación leonesa?
R.- Sí, y de mucha altura. Le cito a tres, aunque me dejo a otros: Luis Artigue, Cristina Peñalosa y Raquel Lanseros.
Recortes en la RAE
P.- ¿Se han acostumbrado en la RAE a trabajar en tiempos de escasez presupuestaria?
R.- ¡Qué remedio! Pero trabajamos mucho. La Academia francesa está preparando la novena edición de su diccionario y tiene casi ochenta años más que la nuestra. Nosotros estamos preparando la 23ª del nuestro. No paramos. Ni siquiera el edificio que tenemos, que lo donó la Reina Regente, es nuestro. Es sorprendente que no se valore todo este trabajo.
P.- ¿Y entiende las críticas? Ya es un clásico el cachondeo que hay cada vez que entra un término nuevo...
R.- Se deben creer que nos los inventamos... Nosotros somos el ICONA de las palabras: vemos las especies que hay y decidimos. Hay críticas absurdas, como cuando decían escandalizados: “¡Han aceptado almóndiga!”. No, hombre, no. Entre en el diccionario y verá que pone “vulg.” y remite a “albóndiga”. Pero si ocho millones de personas dicen “almóndiga” hay que incluirlo para que la encuentre ese noruego que la escucha en la calle. La mayoría de las críticas a la Academia provienen de estereotipos.
P.- Otro estereotipo (o no) es que se llevan mal. ¿Nunca se han tirado los trastos a la cabeza?
R.- Qué va. Hay muy buen ambiente, aunque haya debate. Allí todos decimos lo que pensamos. Pero hay cordialidad porque se respetan las normas de la academia originaria. Yo estoy encantado.