En una de sus canciones más conocidas, Folsom Prison Blues, Johnny Cash dice textualmente: "disparé a un hombre en Reno sólo por verle morir". En 1969, cuando los presos de San Quintín, la temida prisión californiana, escucharon que El hombre de negro -sobrenombre por el que se conocía a Cash- entonaba la pieza, estuvieron a punto de provocar un motín soliviantados por el artista. Casi medio siglo después de aquel concierto, la sintonía de Johnny con los penados sigue sin tener parangón. En las noticias biográficas del legendario músico, se habla de ella a renglón seguido del lugar que ocupa Cash en la historia del rock & roll, rockabilly, country, góspel, blues... En otras palabras, la totalidad de la música popular estadounidense.
Ante este panorama, cuando mediados los años 80 se supo que Johnny Cash acababa de publicar una novela histórica ambientada en la Palestina del siglo I, con Saulo de Tarso -el más enconado perseguidor de cristianos de los fariseos- como protagonista, lo primero que hizo el primer periodista que tuvo oportunidad de entrevistar al cantante tras la noticia fue preguntarle si Saulo también había estado en la cárcel. "Pues sí -respondió Cash muy condescendiente-. En su mazmorra solía cantar sobre la evasión". Porque, como cualquier conocedor del Nuevo Testamento sabe, Saulo de Tarso, tras caer del caballo al encontrarse con "su más íntimo enemigo" en el camino a Damasco: Jesús de Nazareth, no volvió a ser el mismo. Al levantarse había comenzado a convertirse en el futuro San Pablo, el Apóstol de los gentiles y de las naciones que nunca habría de contar entre los Doce.
El hombre de Blanco, la novela en cuestión, acaba de conocer su primera edición española en la colección Reservoir Books de Penguin Ramdom House. Con todo, este acercamiento a uno de los pilares del cristianismo por parte de uno de los músicos que participaron en el legendario Million Dollar Quartet -la jam sesión que el cuatro de diciembre de 1956 reunió a Johnny en los estudios de la Sun Records de Memphis con Elvis Presley, Jerry Lee Lewis y Carl Perkins- es menos sorprendente de lo que pueda parecer a simple vista. Aquella cita marcó uno de los primeros jalones en la historia del rock & roll y el rockcabilly, o lo que es lo mismo: del Ritmo del Diablo. Pero no hay que olvidar que todos aquellos músicos habían crecido en la tradición cristiana del sur estadounidense, uno de los lugares más puritanos del planeta. De hecho, en Folsom Prison Blues Johnny también recuerda que siendo un niño su madre le advertía sobre los peligros de jugar con pistolas y entre las canciones que grabaron en aquel encuentro en la Sun Records -horror de los adultos temerosos de Dios porque ponían a los jóvenes a bailar enloquecidos como afroamericanos- no faltaron piadosos villancicos.
Y todavía hay más. Ese par de milenios que separan la vida del santo y la del cantante no son tanto a la vista de las similitudes que presentan las experiencias de uno y otro. Es el propio Cash quien viene a comparar en el prólogo sus desintoxicaciones de las anfetaminas con la conversión de Saulo en Pablo.
El hombre de negro empezó a pensar en aquel encuentro del fariseo con El hombre de blanco -como un hombre de blanco imagina que Saulo vio a Jesucristo- en 1978. Fue algo así como el colofón a las lecturas iniciadas a finales de la década anterior tras su primera superación de las pastillas. Entre aquellas páginas, el intérprete de canciones tan entrañables como I Forgot to Remember to Forget, Ballad of a Teenage Queen o I Walk the Line descubrió las obras de Tácito, Flavio Josefo, Plinio y otros clásicos. Siempre dándole vueltas a lo ocurrido en el camino de Damasco, el músico estudió las tradiciones hebreas y cristianas más ancestrales con devoción. Estamos ante un libro piadoso, que no ante la biografía desmitificadora que cabría esperar.
Ya experto en el tema, la primera redacción de la novela estaba lista en 1982. Pero el ajetreo de las giras, las grabaciones y demás servidumbres del estrellato hicieron que la olvidara. Fue a raíz de un ingreso hospitalario, tras haber sufrido una perforación de estómago a consecuencia de la ingestión desmedida y continuada de pastillas en una recaída en las anfetas, cuando Johnny Cash, entre las alucinaciones provocadas por la morfina que le administraron para calmar los dolores, retomó su manuscrito. Había vuelto a sentir esa llamada de la virtud para la superación del vicio, que según viene a decirnos guarda tantas concomitancias con el encuentro de Saulo con el Nazareno en el camino de Damasco. Y, entonces sí, llevó a fin esta novela que, más de treinta años después, acaba de conocer su primera edición española.
Tomado de El Mundo (España)