Por Andrés Seoane
El Cultural (Es)
Hace escasos días se cumplían nueve décadas de las famosas jornadas poéticas celebradas en Sevilla en honor a Góngora que dieron lugar a uno de los mitos más grandes de nuestra literatura, la Generación del 27. Pero como ya dijo en su día Pedro Laín Entralgo "hay una Generación del 27, la de los poetas, y otra Generación del 27, la de los renovadores (los creadores más bien) del humor contemporáneo". Hablaba aquí el filósofo y ensayista de aquellos escritores que adoptaron como emblema el humor inteligente, que dedicaron sus esfuerzos creativos a lo que Ramón Gómez de la Serna, padre intelectual y creador de una vanguardia castiza por cuya gran brecha humorística se colaron los firmantes en revistas como Buen Humor o Gutiérrez, denominó "humorismo". Los José López Rubio, Enrique Herreros, Miguel Mihura, Edgar Neville y Tono, entre otros, reconfiguraron el humor adaptándolo a los efervescentes movimientos de vanguardia y acercándolo al público a través del cine, los periódicos y las revistas, medios de masas del momento.
De entre toda esta pléyade de autores subversivos con buenos modales, polivalentes en la forma e innovadores en el fondo, destaca por su precocidad y prolificidad Enrique Jardiel Poncela (Madrid, 1901-1952), cuya enormemente famosa aunque poco conocida figura es objeto de la retrospectiva Enrique Jardiel Poncela, la risa inteligente, que inaugura el Instituto Cervantes con el apoyo del Ayuntamiento de Zaragoza. Centrada en el enfoque personal y pionero de Jardiel, la muestra presenta una panorámica extensa de las actividades de este creador plural, que entre otras cosas fue crítico, humorista, empresario, inventor, director de teatro y de cine e ilustrador. Como autor, abarcó la práctica totalidad de los palos de la escritura: dramaturgo, novelista, poeta, narrador, guionista, ensayista..., y dominó el lenguaje literario con gran agudeza, convirtiéndose, gracias a su genio creativo, en un fenómeno literario y cultural de la época.
"Jardiel está en el imaginario de varias generaciones de españoles, y hoy sigue muy vivo", ha asegurado Juan Manuel Bonet en la presentación. Como ya queda dicho, fue en aquel mítico año 27 cuando Jardiel irrumpe en la escena española con un éxito arrollador, su comedia Una noche de primavera sin sueño, que ya anunciaba su pretensión de "incorporar la fantasía y la inverosimilitud y renovar la risa", como él mismo dijo en 1944. Siguiendo la tónica de la época, su ambición era cambiar las viejas estructuras sobre las que se sustentaba el denostado teatro cómico español, cargado de tópicos y clichés, e imponer su concepción del teatro como un mundo irreal, opuesto al realismo de lo cotidiano. Utilizar un humor nuevo para "desterrar de los escenarios de España la vieja risa tonta de ayer, sustituyéndola por una risa de hoy en que la vejez fuera adolescencia y la tontería sagacidad".
Un rojo y un ateo
Sin embargo, si en sus inicios en los años 30 Jardiel sí encontró un abundante respaldo social y artístico, con algún lógico fracaso, la dura realidad de los tiempos que le tocó vivir fue imponiéndose a su ánimo creador y a su vivaz diligencia. A las autolimitaciones propias, Jardiel fue más lejos que nadie en la renovación y la audacia, pero todavía se sentía rehén de su público burgués, se une una crítica obtusa hija de un régimen represor que fue un mal huésped de los muchos talentos que decidieron permanecer en su país. El desencuentro de Jardiel con la crítica llegó a adquirir tintes de una verdadera tortura para el autor, que se defendió de ella con ahínco, de palabra y de obra. "A veces, los críticos me han juzgado injustamente tachando de mala mi producción, pero también yo, en el principio de mi carrera, les juzgué injustamente suponiéndoles inteligencia", afirmaba ácidamente.
También después de su muerte el fantasma de su filiación política con el franquismo, netamente inexistente, continuó persiguiendo a un autor que según Bonet, "sufrió lo que Andrés Trapiello llamaría la derrota de los vencedores que se quedaron en España". Romper este mito es parte de la intención de la muestra, que incide en los orígenes de Jardiel Poncela, cuyo padre era un periodista de corte liberal, cofundador del PSOE y cuya madre, pintora, fue una de las primeras seis mujeres en estudiar Bellas Artes en España. Además, su nieto Enrique Gallud Jardiel, autor de un libro homónimo en el que se inspira la exposición, ha recordado que su abuelo murió a los 51 años en la más absoluta miseria, sin ninguna ayuda y mal visto por todos, excepto por amigos como Fernando Fernán Gómez, a quien descubrió y apoyó, y que incluso pagó su entierro. "Fue muy perseguido por el poder. Todas sus novelas fueron severamente censuradas y tuvo muchos problemas para estrenar varias de sus obras. Era un rojo para el franquismo y un ateo para la Iglesia. En los 70 se le vincula erróneamente a un régimen que despreció y relegó su obra, porque no entendió sus innovaciones ni aceptó su espíritu rompedor y crítico".
De hecho, en los años 40 se llegaron a prohibir varias obras de Jardiel, poco o nada afines a la timorata moral del nacional-catolicismo (Las cinco advertencias de Satanás, Usted tiene ojos de mujer fatal y Madre, el drama padre). Las expresiones tachadas en distintas comedias de Jardiel, de las cuales hay amplias muestras en la exposición, muestran el celo con que los censores leían estas obras. Así, impusieron que la palabra "amante" fuera sustituida por "novio", además de suprimir frases como "¿Quién dijo que cuesta más vestir a una mujer que desnudarla?", entre otras. Debido a esta incesante batalla censora, el autor dejó en su día de escribir novelas para dedicarse al teatro, que le proporcionaba más dinero y prestigio social, y sobre todo, menos disgustos.
Una obra redescubierta
Aunque antes de verse abocado a este triste destino, la aportación cultural de Jardiel, desde todas las ópticas posibles, fue frenética. La exposición recoge alrededor de 150 piezas, entre ellas manuscritos originales, primeras ediciones, revistas, cortometrajes, películas, dibujos y cartas, así como sus iniciativas como empresario, director e inventor. Se reproducen tiras cómicas, carteles y documentación de sus actividades artísticas y literarias, y la muestra se completa con algunas de sus películas y el documental de La 2 Inverosímil Jardiel Poncela, perteneciente a la serie Imprescindibles. Un gran corpus de obras estructurado en base a cada aspecto de su producción que se contagia de esa hibridación de géneros tan característica de Jardiel.
Incide, por ejemplo, la muestra en sus conocidos años hollywoodienses, a donde el autor se embarcó en 1933 para trabajar como guionista de la Fox y donde, para concentrarse en su labor, los estudios le construyeron un rincón propio similar a una cafetería madrileña que fue apodado Poncela's Office. Allí comenzó a adaptar guiones para el mundo hispano, pero finalmente terminaba haciendo una reescritura, lo que le llevó incluso a adaptar alguna obra suya al cine, destacando por su particular olfato cinematográfico. "Siempre escribo teatro pensando en el cine, pensando en que el teatro que hago yo acabará por ser cine", a lo que añadía que daba a sus comedias "el ritmo, la velocidad y la síntesis cinematográfica".
Su relación con el cine también queda patente en la muestra, donde se incluye la primera película en verso del cine español, Angelina o el honor de un brigadier (1935) o los célebres Celuloides rancios que realizó en París superponiendo diálogos cómicos a películas mudas, algo que triunfa hoy en internet pero impensable en aquella época. Sin embargo, Jardiel terminó asqueado del ambiente californiano, y llegó a calificar a los estadounidenses como "niños grandes todavía no acabados de hacer" y a afirmar que "para comprender Estados Unidos hay que adquirir, nada más llegar, una Biblia, un automóvil y un sacacorchos".
Aunque sí se trajo de las Américas un importante tesoro, esa faceta renacentista que empapó todo su trabajo y que nace de la visión de personas como Charles Chaplin, que le dijo que no se podía hacer arte en el cine si la misma persona no controlaba todo el proceso: "si haces una película, tú mismo debes escribir el guion, supervisar la producción, dirigirla y montarla". Jardiel lo aprende y lo lleva cabo en todas sus creaciones. Si escribía una obra teatral, se ocupaba del montaje, el atrezzo, la música...; si escribía una novela con dibujos, él mismo hacía las ilustraciones... Esto se demuestra en aspectos como su faceta empresarial, una de las claves que le llevaría a la ruina tras una desastrosa gira por Argentina, o inventora, plasmada en los bocetos de un nuevo modelo de teatro que el propio Jardiel diseñó.
Humor hacia la libertad
Pero más allá de ahondar en su ingente aportación a la cultura del siglo XX o de despejar ciertos falsos dogmas en torno a Jardiel, como por ejemplo su misoginia, vehementemente negada por su nieto, ("se confunde su obra con su vida, decía que las mujeres buenas y honradas no interesaban literariamente, pero fue muy amante de sus mujeres"), esta exposición, muy fiel a su espíritu, coincide para Gallud Jardiel con una necesaria reivindicación y revalorización de la obra de su abuelo, que en los últimos años está recuperando prestigio y vigencia. "Solo estos últimos meses han aparecido varios libros con cuentos, artículos, poesías..., material inédito que rescatamos los herederos, y solo en Madrid se han representado cuatro comedias suyas". Para su nieto, la clave de poder rescatar a Jardiel en la actualidad reside en que "no hizo una literatura costumbrista y caduca, sino cosmopolita y atemporal, asegurándose de esta manera su perduración".
Largo fue el purgatorio que tuvo que padecer, tanto al final de su vida como su propia memoria, y larga ha sido la espera para que solo mucho tiempo después sea alabada la creación de un teatro de humor diferente, tan disparatado como poético, que de algún modo supuso un precedente para obras como Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura o para los humoristas postreros de revistas como La Codorniz, que fundó el propio dramaturgo. El teatro de Jardiel huía de lo trágico hacia lo cómico como signo de evolución y refinamiento. Contiene una crítica brillante y silenciosa a la vieja moral española y propone una huida interna hacia la libertad plena del hombre que está harto de la realidad ramplona y vulgar que le rodea. Humor inteligente para tiempos de crisis, como lo son todos, que siempre conviene reivindicar.