Revista Pijao
Héctor Abad Faciolince: 'Tengo derecho a hablar mal de mí'
Héctor Abad Faciolince: 'Tengo derecho a hablar mal de mí'

La vida literaria de Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) podría dividirse en antes y después de 'El olvido que seremos', la novela que publicó en el 2006, basada en la vida de su padre asesinado hace 25 años. Aunque ya era reconocido, con este libro el público se rindió a sus letras.

Ahora, en el abultado volumen de 'Lo que fue presente', Abad Faciolince recoge sus diarios íntimos –con los pensamientos, encrucijadas amorosas e inseguridades–, que dan cuenta del antes de su obra cumbre. Son las notas que tomó desde los 27 años, en 1985, cuando dudaba de su vocación , hasta la víspera de la salida al mercado de 'El olvido que seremos'.

Los diarios ahora encabezan listados de ventas, pero su publicación trajo para el autor algunos temores previos:

“El temor más grande era publicar la intimidad de otras personas -dijo Abad Faciolince en entrevista por escrito con EL TIEMPO-. Tengo derecho a hablar mal de mí, a contar lo que hice y dejé de hacer, pero no a decir que esto me pasó con tal mujer o con tal amigo. Hubo casos en que pedí permiso y fui autorizado a revelar detalles privados; hubo personas que me dijeron: ‘No me importa’. Otras me dijeron: ‘No quiero estar ahí’. Dependiendo de los casos, corté episodios, cambié nombres, circunstancias y pormenores para que ciertas personas no fueran fácilmente identificables”.

“También me angustiaba la reacción de mi familia. Pero ellos saben todo lo que los quiero y no les consulté ni les pedí permiso. Lo bueno de la familia mía es que es incondicional y ellos me sabrán perdonar. En cuanto a mis hijos, la angustia mayor, me dijeron: “Publícalos tranquilo, que nosotros no los vamos a leer”.

¿Se sorprendió al releer lo que escribía siendo más joven?

No me gusta releer lo que escribo. En el diario se cita una frase de Clarice Lispector, dura, pero cierta: “Releer lo que uno ha escrito es como comerse el propio vómito”.

Al copiar estos diarios me di cuenta de la medida de mis olvidos; hay cosas que sé que viví simplemente porque están escritas, no porque las recuerde. Supongo que hay olvidos voluntarios. Se me han olvidado pedazos feos, también cosas alegres y bonitas. Yo no releía, salvo que quisiera buscar algo concreto. Siempre he vivido el presente. Me interesa el pasado solo en cuanto fue presente, y por lo que de él se proyecte hacia el futuro.

En la introducción aclara que hay aspectos de su vida quedan por fuera en el ejercicio de hacer diarios. ¿Le habría gustado complementar la historia?

Me hubiera gustado, pero sería imposible. Los diarios tienen un nivel de precisión y de detalle que la memoria (mi memoria) no tiene. Así que llenar los vacíos, contar los días o los períodos en que tuve una vida muy feliz (y estoy casi seguro de haberlos tenido) con un esfuerzo de la memoria, sería más bien inventar, escribir una novela, pura ficción, alegrías imaginarias.

¿Cuál fue el criterio de edición?

En la medida de lo posible, lo dejé tal cual. Corregí errores de ortografía, de gramática o de puntuación. Tampoco dejé repeticiones faltas de lógica. Tuve la tentación de mejorar a veces la escritura, el estilo, pero me pareció que era falsear los diarios: en ellos debía verse cómo evoluciona la forma de escribir de alguien que aspira, precisamente a dedicar la vida a ese arte, a ese oficio. Lo que sí tuvimos que hacer -entre los editores, algunos amigos y yo- fue recortar mucho. Si este libro tiene 600 páginas, el archivo de todo lo transcrito tenía el doble de palabras.

La edición consistió sobre todo en recortar. De algún modo he sido un grafómano y un obsesivo. Pusimos los diarios a dieta. y recortamos más que nada las repeticiones, porque los pensamientos y la vida se repiten, y más en un neurótico.

¿En algún momento pensó en convertir los diarios en un libro de memorias?

Yo llevaba diarios porque desde siempre he sabido que tengo una memoria muy frágil.
Si algo quería recordar, tenía que apuntarlo. Por eso nunca podría escribir memorias. Lo único que pude hacer fue transcribir los diarios, eso que se escribió siempre en caliente, desde hace muchos años, casi 35.

Y es verdad que los diarios van cambiando a medida que pasa el tiempo. Al principio soy un joven más melancólico y más angustiado, inseguro, quizá por eso más centrado en su propia insatisfacción. Madurar, creo, es irse liberando de uno mismo y empezar a ocuparse con más interés e intensidad de los otros y del mundo. Cambia la persona, cambia la escritura, cambia el ritmo. 

¿Qué evaluación hizo de percibir esa evolución convertida en un libro?

Prefiero al tipo que escribe al final. Al joven del principio le tengo cierta simpatía porque me da casi pesar de él. Es un pobre angustiado que se da látigo todo el tiempo. Un joven muy católico todavía, muy inhibido. Las mismas relaciones con las mujeres de quienes me enamoré y fueron importantes en mi vida, me fueron transformando y madurando. No es tan raro que los hombres maduremos despacio, mucho más que las mujeres. Yo vine a madurar muy tarde, creo que casi llegando a los 40. Antes solo era un costal de remordimientos y de inseguridad. Tal vez madurar sea un trabajo de toda la vida. Y cuando al fin uno madura, se muere.

El diario termina cuando está a punto de su gran éxito literario: 'El olvido que seremos'. Sorprende ver las veces que temió no alcanzar ese sueño. ¿Qué le dio impulso para no detenerse?

Lo que me ha dado la confianza en publicar las páginas que he escrito es la confianza que mi padre tenía en mí. A él le gustaban hasta los garabatos y las historias inconexas, los malos poemas que yo escribía cuando niño y adolescente. Si a él le gustaban, ¿qué importa que no me gusten a mí? Confío más en su criterio que en el mío. En el diario se ve que cuando estoy a punto de terminar 'El olvido', yo pensaba que había fracasado otra vez en la escritura de ese libro. En realidad, casi nunca estoy del todo satisfecho con lo que he escrito.

Como escritor reconocido puede ser que a través de su obra haya sido idealizado por algunos lectores ¿Puede ser que parte de esa idealización se vea en peligro ante diarios con temas tan personales y a veces tan íntimos?

Me parece bonita la aspiración humana a ser ángeles o santos. Yo mismo tuve alguna vez ilusiones de ese tipo, y sería agradable poderle decir que soy un ángel o un santo, que he tenido una vida ejemplar que se pueda poner de modelo. No. Desgraciadamente, soy solo un ser humano, como los ingenieros, las monjas, los pilotos, las maestras. En el grupo humano de los escritores la vida no tiene por qué ser muy distinta a la de las otras categorías sociales o profesionales.

Tengo un oficio hermoso: luchar con las ideas, las historias y las palabras. Pero he tenido una vida común y corriente, con actos innobles y actuaciones correctas, con lealtades y deslealtades. Ni ángel ni demonio. Y si algunos lectores idealizaron al escritor, me parece bien que se desilusionen y tengan una visión más realista. O que lean solo las ficciones y no los diarios.

Hay un episodio que narra un aborto.  ¿Cómo lo afrontaría hoy? 

Hay en mi vida -pero no creo ser en esto tampoco una persona excepcional- actuaciones tristes e irresponsables. Crecí en una época en que el sexo se vivía con cierta frivolidad, con alegría, pero superficialmente.

Tengo amigas y amigos a quienes les ha ocurrido lo mismo. Incluso en la biografía de García Márquez, de Gerald Martin, se cuenta como una novia del gran escritor en París, una actriz española, decidió someterse a un aborto porque no consideraba que su pareja la amara lo suficiente.

No lo digo para justificarme, sino para señalar que en la vida son cosas que ocurren con cierta frecuencia, y no solo entre las personas menos educadas, sino también entre médicos, arquitectos o artistas, incluso entre curas: Hay niños por fuera del matrimonio, hay abortos, hay hijos que se reconocen e hijos que se abandonan y se desconocen. El episodio del aborto que cuento en mi diario fue muy doloroso, muy triste, y lo será siempre. No me siento orgulloso de él, pero es lo que fue: forma parte de mi vida.

Y si hoy me pasara algo parecido (aunque no lo veo posible) creo que mi reacción sería parecida. No hay que fecundar, ni tampoco traer al mundo hijos que no se desean.

¿Cómo evolucionó su relación con García Márquez después de los episodios que cuenta en los diarios?

Con García Márquez, después de un comienzo catasfrófico y casi humillante para mí, la relación fue cada vez mejor. Él y sus colegas de la revista me llevaron a trabajar como columnista en 'Cambio'; me pidió un prólogo para un libro periodístico suyo que publicó en esa misma revista. A él y a Mercedes los visité varias veces en México y en Cartagena. También fui tallerista en la Fundación que lleva su nombre. Pero sobre todo mi admiración por él y por su obra es enorme y en general no tiene grietas, aumenta con el tiempo. Hasta su última novela 'Memoria de mis putas tristes', de la que tantas personas hablan mal, a mí me parece extraordinariamente buena. Era un genio, y tuve la suerte de conocerlo.

 

TOMADO DE LILIANA MARTÍNEZ POLO
Cultura y Entretenimiento

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