Con la misma floritura descriptiva de varias de sus obras anteriores William Ospina irrumpe con “ Guayacanal”,una narración sobre sus ancestros del flanco oriental de la cordillera central caldense . Es una catapulta que dispara hasta la última página sus gigantescas balas de fuego poético y que acumula ,familia por familia, la crecida parentela de apellidos paisas, temperamentos díscolos y actitudes verticales que llegaron, a lomo de mula, a tomar posesión con su sudor de las tierras que las concesiones de Aranzazu y González no delimitaron y en donde a más de la inteligencia bondadosa de William Ospina iban a surgir “Desquite” y “Sangrenegra”,aquellos dos bandidazos de la década del 60 del siglo pasado que ya casi nadie recuerda.
Escrita sobre el filo de la navaja que resulta siendo a la larga el peligroso oficio de narrar haciendo descripciones poéticas para enmarcar personajes y paisajes, y al mismo tiempo, contar el accionar impactante de semejante familión, el libro termina enmarañando al lector. Son tantos los personajes que a veces ni el narrador, personaje principal de sus memorias, llega a distinguirse sucumbiendo ante la permanente fotografía de la naturaleza, de su flora, su fauna, sus montañas, sus cañones, sus ríos tormentosos o sus aguas cristalinas.
Pero posee un dechado de virtudes que la hacen amable para cualquier lector mayor de 30 años: su cadencia narrativa que termina volviéndola más una pieza musical que literaria. Su batalla por el recuerdo basado en fotos y entrevistas y la insistencia en hacernos ver que es una crónica de viaje guiada por la mano tutelar de Mario Flórez Moreno, el gran gurú de ese núcleo intelectual que ha amamantado la carrera literaria de William Ospina, convierte el libro en un texto muy humano y muy creíble. Y, obviamente, en un homenaje grato y generoso a su gurú. Me la gocé leyéndola.
Gustavo Álvarez Gardeazábal
Tomado de ADN