Por Karina Sainz Borgo
zendalibros.com
Este libro, el número doce de Gabi Martínez (Barcelona, 1971), cuenta la historia real de un médico que contrajo la enfermedad que investigaba. Ocurrió en el año 2006, cuando el neurólogo Camilo Escobedo enfermó por causas desconocidas y fue internado en un psiquiátrico. La paradoja está servida. Un médico enfermo a quien sus colegas no pueden diagnosticar; un caso entre tres mil millones, en el que el sistema inmune se vuelve en contra del organismo que defiende, hasta dinamitarlo.
No hay entrevista más complicada que aquella en la que la que el entrevistado se entrevista a sí mismo. Y este es el caso; no nos engañemos. Del mal empezamos al punto y final. Aunque, claro, esto no acaba hasta que acaba. El relato sobre la naturaleza y el proceso literario detrás de una novela de alguien que se ha vuelto loco es lo que aporta sentido a cuanto pueda salir de este encuentro. “¿Hace cuánto no vemos un loco en la literatura española contemporánea?”, pregunta Gabi Martínez para hablar de Camilo Escobedo. Aquel hombre que se presentó ante él un día de Sant Jordi, le contó quién era, qué le había pasado y le pidió, a quemarropa, que escribiera su historia.
Las defensas es la gran encrucijada entre la Ficción y la No ficción de Gabi Martínez. En ella coinciden las razones por las que alguien como él se ha dedicado a escribir y viajar, dos modalidades continuas de movimiento. De transformar y ser transformado. Aunque él lo explicará con detalle, su obra literaria está marcada por un ciclo del que forman parte Una España inesperada, además de Sudd, una novela basada en un viaje por el Nilo; Los mares de Wang, un recorrido por Asia a través de la historia de su guía; Sólo para gigantes y En la Barrera, un título que Gabi Martínez insiste en señalar como el punto de inflexión que lo condujo a su novela Voy (Alfaguara), la versión más destilada de sus preocupaciones literarias. El paso previo a Las defensas.
Gabi Martínez no quería quedarse enganchado a Umbral; dice. Lo suyo era llegar a Philip Roth, a Jonathan Franzen. ¡Ave María purísima! Sus abominaciones tienen una explicación larga, que comienza en un cubo de pintura y acaba en la pandilla que forman, juntos, el Pijoaparte de Marsé, el Watusi de Casavella y el Jonnhy Thunders de Sanón. El tema, de momento, es Las defensas, una novela ambiciosa, ejecutada con técnica y tripas. En sus páginas existe una enfermedad individual y colectiva, un terreno donde nadie es del todo víctima ni verdugo. La vida que cuenta Gabi Martínez en Las defensas es la de Camilo Escobedo, pero también la de cualquier profesional de clase media sometido a la presión de un entorno que nos busca los costados, como los puños al sparring.
— ¿La defensas es una novela sobre la enfermedad individual o colectiva? ¿Sobre el sistema político o sanitario? ¿Sobre la empatía o la falta de tal cosa? ¿Todo a la vez?
Este libro permite abordar el organismo individual y colectivo, el físico y el social. Nos educan bajo la idea de que vivimos en un mundo limpio, donde los sueños son más o menos posibles y los esfuerzos tienen recompensa. Que la familia permanece firme y que la autoridad es justa. Pasa el tiempo y te llevas una gran decepción. Ante eso, hay que recomponer y de ahí el título: Las defensas. Hay gente que lo consigue, dependiendo de las que elija. El organismo social, en cambio, avanza en paralelo a esas enfermedades autoinmunes que atacan las defensas de ese organismo. Pero esta no es una historia de enfermedad, sino de cómo nos relacionamos con nuestro entorno.
—Por inverosímil que parezca, su protagonista fue a buscarlo usted para que la contara.
Eso demuestra que en ocasiones se cumple ese tópico de que la realidad supera a la ficción. En Sólo para gigantes, las cosas ocurrieron de una manera exótica y en Las defensas también. Yo estaba en un Sant Jordi cuando apareció este hombre, el médico protagonista de esta historia, que es un gran lector. El día en que se acercó lo hizo hablando de Philip Roth y de Proust.
— ¿Cuál es el viaje que conecta Las defensas y su pentalogía anterior? ¿Hay una relación entre este médico y la realidad que acude a su encuentro en aquellos libros de viaje?
En mis cinco primeros libros quise darle al lector lo que había recibido de la literatura: potencia y una fuerza conmovedora. Aquellos libros no los firmé como escritor, sino como periodista. No tenía la certeza de ser capaz de ofrecer lo que quería dar. A partir de Una España inesperada, en el que fui a buscar mi país y escribí aquellas seis crónicas de lo que había visto, por primera vez me definí como escritor. Ocurrió en el paso de una frontera a otra, cuando me preguntaron cuál era mi profesión. Escritor, respondí. Porque sabía ya tenía una voz suficiente para ofrecer algo que valiera la pena.
—Las defensas tiene el espíritu social de Una España inesperada. ¿Cuál es el tamaño que ocupa el malestar en su obra?
Las defensas comparte espacio geográfico con Una España inesperada, al mismo tiempo que conecta con En la barrera, que forma parte de aquel ciclo de libros de viaje. Esos dos libros son los que tienen las conexiones más obvias con esta novela. En la barrera arranca en un momento en que estoy con mi hijo en el acuario de la Barcelona y veo un mensaje que dice: si la temperatura del planeta aumenta dos grados, el 90% del coral morirá. Los corales adquieren un color blanco cuando mueren. La gran barrera de coral de Australia es el único organismo visible desde el espacio exterior, por tanto, si lo de la temperatura llegara a ocurrir, desde la galaxia podrías ver un lugar blanco de muerte. Ese desasosiego de qué hacemos con nuestro entorno es el que mueve este libro, Las defensas —Gabi Martínez hace una pausa y agrega—. Pero ahora voy a desarrollar por qué esta novela tiene relación con todas esas (…).
***
Entre la frase que usted, lector, ha encontrado antes y la que encabeza este párrafo ha sido necesario fracturar. Mejor dicho, taponar con un punto y aparte. Lo que seguía a ese anuncio de desarrollo de Gabi Martínez era un alegato de 50 líneas. Un folio entero —y casi seis minutos de transcripción— en los que el escritor no se deja regatear la pausa, mucho menos la repregunta. Clic. Clic. Clic. Clic. El sonido que hace el bolígrafo al presionar y liberar el acople delata la creciente desesperación de quien escucha. Más que una respuesta, lo que Gabi Martínez ofrece es una inundación. Un análisis exhaustivo de sí mismo. En el renglón veinticinco, el escritor frena. Adquiere un tono serio, incluso más afectado. Y quien escucha no sabe si se gusta o si acaso mete tantas florituras justo por la razón contraria. Como si el retrato que hace de sí mismo corrigiese otro.
Ante una mesa en la que no hay ni siquiera un vaso con agua, tan sólo las cenizas de quien escucha y fuma, Gabi Martínez habla. Al hacerlo, lleva la barbilla hacia el pecho. Como si fuese a dar el do. En lugar de su biografía, Gabi Martínez parece describir una categoría. Un concepto dentro de un sistema. Se demora, va, viene. Traza una historiografía de sí mismo. “Después de que comienzo a firmar como escritor, hago una primera novela clásica partiendo de la idea de Joan Miró: demuéstrate que sabes pintar una casa clásica y luego introduce la abstracción (…) Me di cuenta, después de aquellos cinco libros, de que nunca había abordado la estructura clásica de novela y de que tenía que demostrarme que sabía hacerlo. Eso fue lo que hice con Sudd. Después de ese libro, procuré un libro de viajes clásicos, Los mares de Wang”.
Gabi Martínez se detiene de golpe, otra vez —ahora en plan trincherazo— y explica: “Viaje clásico. Arranco de un lugar, propongo un desarrollo y llego a un destino. Como lo hicieron Paul Theroux o Steinbeck. Viaje convencional”. Suaviza el tono, ahora recitativo. “Siguiente viaje: periodismo literario, con más riesgo formal, tirando más a la vanguardia: Sólo para gigantes. Cuarto libro, En la barrera, que es donde me voy a Chatwin, después de entender lo que él hizo. Porque nadie entiende a Chatwin. Lo citan sin entender la importancia de lo que hizo, desestructurar el relato del viaje. Entonces me di cuenta de que no había seguidores de esa corriente, que nadie experimentaba con la No ficción”. Fue en ese momento cuando, dice Gabi Martínez, decidió pasar a la “vanguardia total” en En la barrera. Para cerrar etapa, explican él y su modestia.
En ese proceso e impactado por Verano, la tercera de una serie de memorias noveladas del premio Nobel sudafricano J.M Coetzee, Gabi Martínez pensó cómo contar la persona que había sido en todos estos aquellos años —el viajero, el periodista, el escritor—. “Así que me doy cuenta de que al recorrido de Coetzee en esa novela, yo puedo aportar una luz distinta. En aquel libro, a partir de cuatro mujeres, Coetzee se concibe como punto de fuerza inmóvil. Yo —dice— decido que voy a ser un punto de fuerza, pero uno que se mueve por el mundo. Decido hacer un relato de cómo he crecido como persona a partir de aquellos que han viajado conmigo. Y así comencé Voy”, dice.
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—Parece usted un oráculo de sí mismo
Ya —ni caso a la ironía—. Eso lo ves después, no mientras está ocurriendo, porque los hechos siempre van por delante. Es justo en este proceso cuando ocurre lo de Las defensas. Cuando estoy pensando que voy a escribir sobre Barcelona, sobre mi ciudad, aparece un médico y me dice: ‘tengo una historia para ti’. Una historia que ocurre en Barcelona y que, en el fondo, es un libro sobre mi geografía y que remite a cómo se vive en España —Otra vez, Gabi Martínez hace una pausa del tipo guion y dice, afectadísimo—. La masculinidad española…
— ¿Contada a partir de las nueve mujeres que rodean al médico que protagoniza su novela? Así, en plan Coetzee, ¿no?
-Es una mirada almodovariana, pero como si lo hiciera alguien mucho más oscuro. Una de las grandes fuerzas de Almodóvar proviene del hecho de que, al venir de una resistencia homosexual, describe España de otra manera. Coloca el foco en las mujeres. Deja que se explayen y que expongan una mirada distinta. Con el protagonista de Las defensas ocurre algo parecido.
— ¿Por qué?
-Es un loco. Quien habla es un loco ¿Hace cuánto que no vemos a un loco hablar de España? Dices que hay algo de oráculo, pero son los hechos. Mira el poema del Mío Cid, el Quijote y Tirant Lo blanc, tres libros ibéricos fundacionales, libros de viaje ¿Dónde hemos dejado el viaje? ¿Dónde ha quedado el gran viaje en la más reciente literatura hecha en España? ¡No está! Un viaje a la altura de Steinbeck, de Melville, de Josep Pla, de Unamuno. Antes de la guerra surgieron agrupaciones excursionistas, tanto en Madrid como en Cataluña. Del espacio sólo te enamoras si lo conoces. En ese momento, se transmitió el amor por la tierra y se buscó educar en función de esa relación. ¿Cómo educamos hoy a la gente desde la tierra?
—Pensé que Las defensas se ceñía a una idea base de la enfermedad propia y colectiva.
Es así, claro. Pero he llegado hasta aquí después de contarte todo lo anterior. Las defensas tienen muchas patas y puedes desarrollar cualquiera de ellas.
—Hay también una reflexión sobre la empatía, la relación con la enfermedad y la muerte propia y la de otros.
Claro. La idea es que cualquier persona se vea reflejada. Que quede al menos la sensación de que el lector también podría estar a unos pasos de lo que vive el protagonista. Que cualquiera pueda preguntarse: ¿en qué punto del test de estrés estoy?
—Pero…
Vamos… —Gabi Martínez coloca dos puntos con su lenguaje corporal y escupe, así sin más—: este libro está solventemente bien escrito —un vapor de amor propio carga el aire—. Está presente la presión descomunal de las ciudades actuales. Por eso digo que Las defensas conecta directamente con En la barrera y la pregunta sobre qué mundo estamos creando.
—Ha hecho una exégesis de su obra, pero me queda la duda. Toda la arcilla con que moldea las historias está fresca. Viene de la realidad. ¿Por qué?
Es lo que comentaba de las posibilidades de la No Ficción. Chatwin, que es una forma de periodismo literario avanzado así como en muchas de sus novelas, habla de su tiempo. Lo hace con el barro de la realidad. Cuando Dostoievski presenta a Raskólnikov, Stendhal a Sorel o Philip Roth a Zuckerman, hablan de su tiempo. Algo que responde a vivencias muy directas y una capacidad para imaginar mundos. Pero creo, y en eso vuelvo a Coetzee: no puedes escribir esas cosas si no estás trabajando con esa materia de la que hablas. Eso me gusta y me interesa porque me permite proyectar en un entorno conocido mi propia emoción.
—En Las defensas hay poco lirismo, por no decir ninguno. El lenguaje es magro. La prosa está por completo al servicio de la historia…
Hubo un primer momento en que me fasciné por Baroja, Unamuno, Valle Inclán. Pasé luego por Borges, Vargas Llosa. Cuando ya había leído mucho en español, me fasciné Umbral. Conforme voy desmenuzando lo que me aportan distintos escritores, veo que Umbral no podrá ser un gran novelista porque la prosa se lo come
—Pero le he preguntado por su prosa.
Ya, pero es para llegar ahí. Entonces me empiezo a interesar por otras cosas: la ironía maravillosa de Josep Pla, la poesía de Antonio Tabucchi. Te hablo de hits, ¿eh? No de los mejores escritores sino de momentos en los que vi cosas. Después entra Foster Wallace, que me flipa, porque… —hace una pausa—. Es que… podría explicarte más cosas, pero tendríamos para una conversación muy larga. En fin, después de fascinarme por Foster Wallace y la vanguardia, decido escribir Una España inesperada bajo el aliento de Foster Wallace.
—¿Por cuál Foster Wallace se fascinó: el periodista o el novelista?
Por ambos. Es que con Foster Wallace pasa como con Chatwin, rompieron el molde en la literatura de viajes y en la novela. Foster Wallace, el periodista, con Algo supuestamente divertido propone otra manera de retratar Estados Unidos. Pero el novelista me da un momento epifánico con La broma infinita —Gabi Martínez habla sin pausa, como si se recitara—. En la página 827…
—Será usted uno de los pocos que ha llegado tan lejos
Cuando llego a la página 827 —él sigue sin atender a la impertinencia— digo: ¿por qué estoy leyendo este libro? ¿qué me está dando? La broma infinita es un libro que trata sobre adicciones que matan: a la película, al tenis, a las drogas. Cuando llego a esa página digo: si no vamos a llegar a ningún lugar, ¿por qué sigo leyendo este libro? —Gabi Martínez hace una pausa dramática—. Porque es tan bueno y él es tan bueno escribiendo, que si a ti te gusta la literatura, lo vas a leer. El final es la muerte. Se acabó. Da igual. Lo que es brutal. Es su nivel literario. Y cuando he entendido a Foster Wallace y he disfrutado como un enano con Jonathan Franzen me digo…. ¿y tú donde te sitúas?
—Son completamente distintos. Sospecho que se detestaban y eso que eran amigos
¡Pero son dos grandes de la literatura! Es como si tú me dijeras: ¿eres del PP o el PSOE? ¡Ese es el gran problema de España! Y en literatura, de quién eres: ¿de Franzen o Foster Wallace? Ese es el grave problema de este país. Hay puntos en los que cualquiera de ellos.
—Tampoco se ponga así. Le he hecho una pregunta sobre su prosa y hemos acabado aquí.
Es que así como Chatwin, que crea unas estructuras innovadoras y vanguardistas, la auto ficción puede conseguir otras cosas. Coetzee lo hace. Puedes meterte en una gran novela de ciudad desde un punto de vista diferente y es aquí cuando te hablo de técnica, de cómo se ha construido este libro. Las defensas, después de todo lo que hemos hablado, viene de una ruta. Moral y técnicamente todo me ha conducido hacia este libro.
***
En toda charla que pasa de la oralidad a la palabra escrita hay cirugía. Entre la conversación original y lo que encuentra usted, lector, hay bisturí. En esas largas exégesis de sí mismo a las que Gabi Martínez se prodiga y este párrafo, el escritor ha hablado de Peter Matthiessen, un autor capaz de ganar el Libro del año, en dos categorías distintas. La de No ficción con el Guepardo de las nieves, y en Ficción, con El País de sombras, una trilogía de 1.200 páginas, en las que el naturalista y escritor norteamericano —quien dedicó una vida entera la literatura de viaje— narra la muerte de E. J. Watson, un hombre asesinado en 1855 en el estado de Florida. Lo hace desde tres perspectivas: la de la comunidad que lo rodea, incluyendo a sus asesinos; la de su hijo, quien emprende su propia investigación sobre el padre y una tercera visión, en primera persona, la de Watson.
Con la impronta de Matthiessen, Gabi Martínez ejecutó su intento de contar en primera persona una historia que no había vivido, la de Camilo Escobedo. Para conseguirlo, usó tres niveles: la voz del médico en tiempo presente; la de quienes lo rodean —sus hijas, su ex mujer, sus amantes— y la del propio personaje, en pasado. “Desde el presente, seco, cuento lo que pasa. El pasado, que es una voz más armoniosa del protagonista que conserva recuerdos. Y el futuro, la de quienes lo rodean. Eso no lo ha hecho nadie. Esa ha sido mi búsqueda en esta novela: dar con el ángulo que no está, avanzar en ese proceso con el mayor disfrute posible además de recibir un impacto moral, porque esta ha sido un libro duro”, dice.
—Este libro no incurre en la desolación, tampoco en el relato redentor.
El territorio que más me gusta para la literatura es la ambigüedad. No saber cómo posicionarse ante un personaje. Si estamos a favor o en contra Así somos nosotros. Podemos entendernos en un momento y en otro no. Para mí, esa es la vida.
—El trabajo de los escritores es escribirse, no explicarse. Si fuese así al cien por cien, las entrevistas estarían…
De sobra
—Sí, de sobra. Pero bueno, usted no tiene problema alguno: es capaz de generar un relato y un análisis de su propia obra con tanta petulancia como lucidez
Hay un aparato teórico al que no estás acostumbrada. Es así.
—Ha de ser terrible para usted tener interlocutores tan simples, ¿a que sí?
Yo no digo eso, simplemente hay gente que llega a ciertas conclusiones sin estructurarlas.
—Lo que intento decirle es que tiene una capacidad para separarse y analizarse que no es común, como si fuese un bibliotecario de sí mismo
Bueno… Fui bibliotecario en el servicio militar –estalla la risa en quien pregunta y contesta.
— ¿Por qué tiene usted una conciencia de autor tan clara?
¿Por qué en literatura tiene que ser diferente? ¿Por qué no le pedimos a la literatura un análisis distinto? Veamos, ¿por qué existe el surrealismo? Porque han analizado lo que existía antes y han pretendido avanzar. Cuando te dije por qué dejé a Umbral, estaba tratando de explicar lo que pienso de la literatura. Hay mucha gente que se ha quedado enganchada a Umbral en este país. Yo quería llegar a Philip Roth, a Jonathan Franzen. Conseguir lanzar frases potentes de la manera más sencilla posible en estructuras complejas. Así juegan Messi o Maradona. Parece tan sencillo pero… ¿cómo lo hacen? Yo jugaba al fútbol, pero no podía jugar así.
—Déjeme adivinar, ¿juega en el centro del campo?
Ahora soy defensa
— ¡Defensa! ¿Una labor tan ancilar para alguien como usted que está llamado a refundar la novela contemporánea?
Alterno entre lateral y el centro del campo. Cuando no me quedan fuerzas, paso al lateral. Pero, a ver, lo que te decía: todo eso tiene que ver con una reflexión que no es técnica. Es una reflexión moral. Yo firmo como Gabi Martínez, porque cuando empiezo a escribir mi primer libro y debo decidir cómo me presento ante el mundo, veo que me rodean autores que firman con dos apellidos. ¿Ves? Otro ejemplo de quien estaba rompiendo en ese momento es Loriga, que firmaba como Ray. Él incluso se va a Estados Unidos. ¿Qué está planteando él? Una relectura de sí mismo. ¿Crees que él no tiene un aparato teórico brutal detrás de lo que él escribe? Es un poco lo mismo.
—Volvamos a su firma, por favor.
Yo firmo así después de pensar cuál es mi sociedad, cómo está jerarquizada culturalmente, cómo se ve al escritor que se presenta con dos apellidos, de manera rimbombante. Alguien despegado y que se considera por encima de la sociedad. Los escritores que me gustan, como Walt Whitman, dicen: quiero hablarle a los lectores como hablo a mis amigos, así de Walt. Me gusta hablar al lector de manera horizontal, entre otras cosas porque yo no vengo de donde la mayoría de los escritores parece que viene. A partir de ahí comienza una manera escribir y pensar. ¿Por qué llegamos a la Generación Nocilla? ¿Por qué aparece esa gente que dice que no le interesa la política? ¿Por qué después de que muchas apostaran por autores como Ray, Lucía Etxebarria, Mañas, o el mismo Juan Manuel de Prada hubo tanto silencio hasta los Nocilla?
—Dígame usted, que es el hombre de los razonamientos
Se apostó por los jóvenes. Una política a lo yanqui. De aquella apuesta surgió, diez años después, una propuesta estetizante que rechaza la política, que es Nocilla. Es verdad que hay situaciones que ocurren de manera espontánea. Si Ray firma como Ray, si le generación Nocilla aparece o yo firmo como Gabi no es casual.
—Ajá…
Ya, sé que ahora te parezco un monstruo de las galletas que está contando cómo ha llegado a este aparato teórico. Pero, ¿sabes algo? Yo todavía juego al fútbol, me muevo por instinto. Si me dedico al viaje es porque he ido a ver cómo la gente ha conseguido sobrevivir por instinto y además con una inteligencia distinta a la de occidente. Eso es lo que he aprendido. Mientras el instinto me llevaba a problemas gordos; a jugarme la vida a Pakistán he podido aprender a mirar y contar. Las defensas vienen de ahí. Es una destilación de todos los años que llevo de escritura.
— ¿Tiene Gabi Martínez una causa literaria?
¿Una causa?
—Todos sus razonamientos obedecen a una especie de plan maestro.
Vengo de un mundo muy instintito, conducido por una razón suficiente que nunca se llegó a sofisticar. Vengo de un barrio que tuvo que sobrevivir.
— ¿De cuál?
De La Torrassa, un barrio de Hospitalet. Vengo de un lugar en el que recibí una educación suficiente. Si el mundo crece a partir del dinero, yo desde un comienzo tuve claro que si yo crecía o quería hacerlo, tenía que ser partir de la cultura.
—En su familia…
Mi madre era pastora en un pequeño pueblo de Ciudad Real y mi padre pintor de paredes. Cuando comencé a ayudarlo, me di cuenta de que no quería pasar toda mi vida pintando paredes. Mi abuelo, mi padre y mi tío eran pintores de paredes. Cuando llegaba a casa destrozado de pintar con mi padre, me dije: espabílate ya, porque esto no puede ser tu futuro. Hay algo importante, así que ponlo —Gabi Martínez señala la libreta—: los personajes que más me han fascinado de Barcelona, y que son protagonistas en Barcelona, se llaman Pijoaparte, Watusi y Johnny Thunders. Repito —Gabi Martínez congela el gesto y añade, dramático—: Pijoaparte, Watusi y Johnny Thunders. Tres tíos de periferia que firman con seudónimo. ¿Crees que eso es casual? A mí me toca escribir el Pijoaparte del siglo XXI, porque vengo de ahí.
***
Gabi Martínez no rebaja la tensión de su tono de voz. A estas alturas, qué sentido tiene intentar detener o repreguntar. Si este hombre habla así, de corrido y sin parar, preguntándose y respondiéndose a sí mismo, es porque algo a todas luces lo empuja. Y aunque parezca sobreactuado en ocasiones, está claro que él es su proyecto literario más ambicioso. “¿Cuál fue la conclusión a la que llegué después de patearme el mundo?”, la pregunta es retórica por supuesto, porque arranca al instante y se responde así mismo. “Pues que a mí me fascina Vargas Llosa aunque no esté de acuerdo con lo que dice. Me gusta porque es capaz de meterse en la cabeza de un garimpeiro. ¿Cómo puede contar tan bien algo que yo conozco? Es ahí cuando digo: no puedo quedarme en mi rincón de periferia y seguir contando el mundo desde el lugar que me tocaba ocupar. No quiero ser del PP o del PSOE. Ni de Wallace ni el de Franzen. Yo quiero tener una vida propia y esa vida pasa por Vargas Llosa y Foster Wallace y Umbral. Yo quiero ofrecer algo hermoso y memorable. O al menos la aspiración es ésa; ya veremos lo que sale”.
En la mesa hay un ejemplar de Las defensas con su cubierta de guantes rojos de boxeo. Gabi Martínez lo señala. “Este hombre que se llama Camilo Escobelo, alguien normal, que estaba determinado a vivir de una manera sencilla, se convierte en un personaje inesperado. Está loco y me permite conectar con esa tradición de la locura y el viaje. Eso es Camilo Escobelo, un loco escrito por un autor en español y que en su interior se dice, más o menos: me cago en España y me cago en Cataluña. Será el lector quien decida si se caga o no. O su incluso si cargarse suena a poco”. Y entonces ríe. Gabi Martínez ríe. Por primera vez en toda la tarde, ríe.