Por Alberto Ojeda
El Cultural (Es)
La publicación por parte de Acantilado de los seis libros que componen La novela de Ferrara llega en octubre a su epicentro trágico, El jardín de los Finzi-Contini, que es, además, el hito más popular de una saga que algunos se atreven a comparar con A la busca del tiempo perdido de Proust: por su ambición literaria, por su sugestiva y precisa evocación de un universo perdido, por el recurso constante a la memoria sensorial (la de la piel, la del tacto, la del olfato, la visual...). Su lectura procura una inmersión en la realidad cotidiana de la Ferrara de los años 30 y principios de los 40 del siglo XX, época convulsa en una Italia sujeta a los caprichos y la agresividad imprevisible de Mussolini.
La veta trágica de este conjunto de narraciones está en la segregación racial promulgada en 1938 por Il duce. Un trauma que marcó de por vida a Giorgio Bassani, nacido en el seno de una familia hebrea perteneciente a la burguesía de la ciudad. Una de tantas, porque los judíos constituían el nervio cultural, comercial y financiero de Ferrara. Bastaba para comprobarlo echar un vistazo a su guía telefónica de entonces, en la que se especificaban las profesiones: los apellidos israelitas venían asociados a ingenieros, abogados, doctores, académicos, propietarios de empresas... Estaban tan imbricados en una población ferraresa que parecía imposible aplicar una política de depuración quirúrgica y precisa. Pero dicen que Mussolini, consciente de esa circunstancia, tenía a Ferrara entre ceja y ceja. Allí se jugaba su prestigio de cara a Hitler, al que trataba de complacer con su escalada en el hostigamiento de la comunidad hebrea.
Muchos de sus miembros, por esa fusión racial, no creían que acabarían yendo a por ellos. Su optimismo apaciguador recuerda al de los judíos asimilados de Viena, y los de la Europa occidental en general, como explicó Stefan Zweig en El mundo de ayer: pensaba que lo de los pogromos y las purgas era cosa del este, donde sus compañeros de fe habían mantenido sus costumbres y rasgos distintivos, negándose a homologarse con el modus vivendi de las regiones que los habían acogido tras la diáspora. En Ferrara, además, tenían otra razón para confiar en su destino. Lo ha contado la propia hija de Bassani en un documental dedicado a su padre: "Los judíos de allí eran muy ricos, muy burgueses y [ojo] muy fascistas". De hecho, muchos estaban afiliados al partido y financiaban sus actividades. En aquel pequeño pecado llevaría su terrible penitencia. La propia Micol, hija de los Finzi-Contini, lo reconoce en el famoso pasaje de la carroza y la lluvia, cuando el narrador (el propio Bassani, cabe entender, aunque jamás se identifica) intenta un acercamiento físico que aborta la ninfa rubicunda.
Allí se habían refugiado al estallar una tormenta que les impide seguir jugando al tenis, un deporte que practican en los amplios dominios de los Finzi-Contini porque les han expulsado del círculo tenístico ferrarés. Por judíos, claro. Fueron muy pocos los que vieron lo que se les venía encima desde el principio. Bassani estuvo entre ese reducido círculo de visionarios que olfatearon la persecución que se avecinaba. En la magistral Las gafas de oro, segundo título de la serie, el narrador expresa su temor: "En un futuro no muy lejano, ellos, los goyim [término hebreo que alude a las naciones ajenas a Israel], nos obligarán a vivir hormigueando otra vez por allí, por las angostas y tortuosas callejas de aquel miserable barrio medieval del que, a fin de cuentas, apenas habíamos salido hacía setenta u ochenta años. Amontonados unos encima de otros tras las verjas como bestias asustadas, no volveríamos a salir de allí nunca más".
Fueron desoídos sistemáticamente, como Casandra. Los tomaron por agoreros y fatalistas. El padre de Bassani, por ejemplo, siempre rebaja los vaticinios de su hijo en El jardín..., con una actitud pusilánime y conformista, algo que tensa todos los almuerzos familiares. El tiempo le acaba dando la razón a su vástago. Aunque, para ser exactos, lo que vino fue mucho peor que una mera reclusión en la antiguas juderías. En el epílogo se nos informa de la suerte que corrió la acaudalada familia: la policía fascista los detiene en septiembre de 1943 y, después de una estancia provisional en el campo de concentración de Fòssoli, en Carpi, son deportados a Alemania. Esos detalles se ofrecen en el sucinto remate de la novela. Vittorio de Sica lo desarrolla en la versión cinematográfica, estrenada en 1970 y ganadora del Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Los diez minutos que le dedica a su arresto y 'clasificación' son los únicos que le gustaron a Bassani. "Son una verdadera obra de arte", llegó a decir. Pero del resto no quedó muy satisfecho, a pesar de haber escrito algunos diálogos del guión. Parece ser que ciertos cambios le disgustaron y obligó a los productores a eliminar su nombre de los títulos de crédito. También le reprochaba a la visión de De Sica falta de tensión poética.
La publicación de La novela de Ferrara, con nueva traducción Juan Antonio Méndez, arrancó con Intramuros, que Bassani consideraba los cimientos de su ciclo narrativo: son cinco relatos, cada uno sobre un personaje de la localidad padana. Luego continuó con la exquisita y redonda nouvelle Las gafas de oro, centrada en la desgracia del doctor Fadigati, crucificado por los prejuicios contra la homosexualidad (el ostracismo que sufre es análogo al que padecerán los judíos). Tras El jardín de los Finzi-Contini, llegarán Detrás de la puerta, La garza y El olor del heno. Todas conforman un fresco del microcosmos ferrarés, que despertaba en el Bassani adulto sentimientos encontrados. Así lo explicó Italo Calvino: "Su relación con Ferrara y su burguesía es contradictoria: por una parte, siente un amor nostálgico por una época en la que se sabía integrado dentro de ambas; por otro, un odio mortal por la ofensa [la del pogromo antisemita]". En última instancia, prevaleció el primero. Bassani murió en Roma pero no dudó del lugar donde debía ser enterrado: en el cementerio hebreo de via delle Vigne, dentro de los muros de ladrillo de su Ferrara natal. Su lápida la cubren hoy pétalos y piedras.