Por Èel María Angulo
Especial para El Espectador
Juan nació en Tenerife hace 68 años y padece horror vacui, aquel singular temor que experimentan los artistas ante la posibilidad de que uno que otro inexplicable espacio en blanco intoxique su obra de nada y le reste autenticidad. Algo equivalente al miedo a esa sensación de vacío que aprieta el estómago de los periodistas cuando el silencio paraliza a sus fuentes. Casi que un reflejo de las concomitancias entre pintores y escritores.
Él hizo su primera entrevista con un pantalón gris que le había comprado su madre. En esa época, estudiaba periodismo y faltaba a clases. Lo conocí 50 años más tarde, tras medio siglo desde su primer encuentro con el etnólogo español Julio Caro Baroja, un académico de la historia que murió dos días después de mi cuarto cumpleaños.
Para entonces, Cruz era un jovencito y Caro era un veterano. Tras las primeras siete respuestas, el jovencito le preguntó al veterano por qué la leyenda de su último libro, ‘El señor inquisidor’, rezaba “Y… otras vidas por oficio”. Y, fiel a las descripciones claras, el veterano le respondió: “en la vida del abogado, a este le “toca” defender una causa “por oficio”. Esto es, la vida por oficio es la que se le quiere imponer a uno, no lo que uno quiere hacer”.
Tras un par de recuerdos literarios sobre ese jovencito al que conocí cuando ya se había convertido en veterano, pensé en la fortuna que tengo de poder ser feliz con lo que hago, en la libertad de amar por oficio, de escribir por oficio, de vivir por oficio.
Nadando en párrafos y volando entre términos, me diluí imaginando cómo colapsarían los estantes en una biblioteca eterna a la que no la desgastara ni el olvido ni el tiempo. Entonces, tras otro par de recuerdos, pensé en la marea de versos que recorre el universo de quienes deseamos vivir y morir escribiendo.
Ya no es martes, pero todavía estamos en julio. Sigo aquí, detrás de un teclado, en la redacción de una plegaria por más madres que compren pantalones grises para que sus hijos vayan a sus primeras entrevistas, así como también lo hizo la mía una noche antes de que conociera al cronista Ernesto McCausland. Por más jovencitos curiosos y más veteranos amplios. Por más reporteros trasnochados por cotejar datos, por más redactores emocionados con sus hallazgos. Por más inquietud, por más entrevistas, por más periodismo.
En la vida de un periodista hay primeras planas y planos de detalle. Hoy quise hacer de la mía un titular que encierre la gratitud de navegar en los mares del deleite mágico que me permite ser feliz por oficio, que me otorga el regalo diario de pasarme la vida preguntando y escuchando.