Revista Pijao
Fabián Casas: 'La literatura es colectiva. Escribo con un montón de gente'
Fabián Casas: 'La literatura es colectiva. Escribo con un montón de gente'

Por Carolina Esses   Foto Soledad Aznarez

La Nación (Ar)

Para muchos Fabián Casas fue en los años 90 -esa década donde los poemas circulaban a través de fotocopias y, en palabras del escritor, todavía éramos mortales- un gran descubrimiento: la poesía podía encontrarse en el agua cayendo hacia "el vientre de la pileta" o en el hombre que carga una bolsa de basura. Era poesía, pero se leía como prosa. Después vinieron, Ocio (2000) y Los Lemmings (2005): era narrativa, sí, pero estaba atravesada por el mismo lirismo urbano de los poemas.

Ya se sabe, el tiempo es despiadado. No conoce de modas, y es capaz de derribar cualquier obra, por más aparato crítico que se empeñe en sostenerla. Sin embargo, a más de diez años de su publicación y reeditados por Emecé (sello que está sacando todo lo de Casas), la novela Ocio y los cuentos de Los Lemmings ofrecen la resistencia de lo que perdura. No sólo eso, sino que, leídos junto a los flamantes Diarios de la edad del pavo (2017) y los ensayos reunidos en Trayendo a casa todo de nuevo (2016) rinden cuenta de la contundencia de una obra orgánica, sólida.

A pesar, quizá, del propio Casas. Es que si hay algo a lo que le huye es a quedarse quieto, a las etiquetas, a esos cajones que, como dice, "instala la academia porque, como Hegel, la academia tiene que trabajar con certezas". Por eso admira a Ricardo Zelarayán, un poeta nómade, liberador, que le enseñó que una novela puede ser un poema, un poema una obra de teatro, un ensayo una canción de rock. Casas rehúye de cualquier solemnidad, por más de que lo que esté narrando sea trágico y de una verdad conmovedora. No quiere ser ese Gran Escritor del que se burla en "Casa con diez pinos". Aunque el cuento se base en alguien admirado: "Son escritores que se convierten en culones. Dejan de leer: no leen a sus contemporáneos. No se pueden levantar del asiento. No quiero ser asociado a eso. No soy escritor. Soy escritor cuando escribo. Ando por la calle y no me conoce nadie, eso es una bendición. No entiendo por qué la gente quiere ser conocida. El verdadero budista es el hombre común, el que a la noche está en su casa, lava los platos, mira una película y pasea al perro, sin ninguna aspiración de trascendencia social."

Acaba de terminar el guión de una película para Gastón Gaudio, está por estrenar Luis Ernesto llega vivo, una obra de teatro que escribió el año pasado, cuando vivía en lo de Gaudio y que está dedicada al tenista. "Mirá vos, en el peor revés de mi vida -cuenta- me fui a vivir con un maestro del revés". Escribió una "Oda a la pizza de muzzarella" -uno de sus versos dice: "¿no será que el alma humana tiene la forma de sus trabajos?"- a pedido de una marca de cerveza, y acaba de retomar El parche caliente, la novela en la que se basó para escribir el film Jauja y que había quedado inconclusa.

-Parece que no parás de escribir...

-En lo concreto escribo poco, lo que no puedo es parar de leer. Desde que empecé a leer, de muy chico, leo muchísimo, cinco, seis libros a la vez; ensayo, novela, filosofía. No soy un tipo que escribe todos los días; de golpe pasan seis meses, un año sin escribir. Ahora con la columna que hago en un diario sí o sí escribo una vez por semana, me obliga y está bueno pero en realidad tardo mucho. Entre mis primeros libros de poemas hay siete años y son libros de veinte, de treinta poemas, no más.

-Tu prosa tiene el engaño de parecer sencilla, coloquial, sin embargo según contás en Diarios de la edad del pavo hay un gran trabajo detrás de cada texto.

-Trabajo mucho la prosa, reversiono mucho los poemas. De cada poema puedo tener veinte versiones. Ahora tengo cien, no escribía poemas hace mucho. Me separé y eso para mí fue muy doloroso, entonces empecé a tomar Prozac. Les digo a los chicos de la editorial que escribí poemas en Prozac.

-Estás contando algo bastante trágico y enseguida incorporás el chiste; en tu narrativa sucede algo parecido.

-El horror, a determinado nivel de ebullición, si no se convierte en risa te vuelve loco. El humor está para salvarnos de la locura y de la tristeza profunda. Yo tengo muchos amigos, son centrales en mi vida. Si tuviera que decir de qué trata todo lo que escribí diría que habla sobre la potencia de la amistad.

-¿Cómo fue que decidiste publicar estos diarios?

-Durante seis, siete años estuvieron en el estudio de un amigo que quiero mucho, Diego Bianchi. Diego se los dio a Santiago Vega (Washington Cucurto). Y Cucurto me insistió. Me decía: esto lo tenés que publicar. Contrató una tipeadora. Yo no los volví a leer. Le fue muy bien y después los quiso sacar la editorial. A diferencia de los diarios de Ricardo Piglia que son hermosos, que son los diarios de una persona hiperliteraria, los míos son otra cosa. Si bien yo trataba de escribir también trataba de mantenerme, de indagar en el amor. En esos años descubrí el mundo, descubrí a mis amigos que, en muchos casos, eran los que estaban escribiendo conmigo. De ahí me viene la idea de que la literatura es colectiva; escribo con un montón de gente.

-A diferencia de lo que vino después, de la mano de las redes, la época de la revista 18 Whiskies pareciera ser el último momento de cierta épica poética.

-Supongo que ahora también debe existir algo así. Y estoy a favor de los cambios que vinieron de la mano de las redes sociales, de lo que no estoy a favor es de que te dominen. Estar con un amigo y que esté mirando el celular. Cuando era director de una revista me querían dar un teléfono y no lo agarré hasta que la mamá de los nenes quedó embarazada. Le escapo mucho a todo eso. No estoy en las redes. Antes cuando estabas en una fiesta eras mortal. Y para mí la condición de ser mortal es tener experiencia. Ahora estás en una fiesta y todo el tiempo te están diciendo que hay otra en otro lado, te están llamando para estar en otro lugar. Ahora, incluso en una fiesta, donde nadie debería identificarse, te piden que digas quién sos, de qué trabajás. Siempre es el capitalismo, somos construidos por el capitalismo. Ocio es una novela que pensé como una forma de responder a esa opresión que sentía al estar inmerso en el capitalismo, porque el ocio es condenado en el capitalismo. Es una parte creativa y productiva para mí, el momento en el que no pensás en hacer cosas para conseguir algo, sino que estás meditando, trabajando. El aburrimiento es muy creativo.

-Pero en Ocio está presente el tema del trabajo, de conseguir plata.

-Sí, tener que mantenerme, no vivir en lo de mi papá, vivir con la chica que vivía en ese momento -con Lali- construirme como persona, tomar determinadas elecciones. A lo largo de todo eso fui aprendiendo mucho de mis amigos. Por eso cuando estuve como periodista en situaciones sindicales peligrosas, preferí renunciar antes de echar gente. Y hay un montón de gente que lo ha hecho conmigo y que me ha dado su ejemplo. Yo no soy Ernesto Guevara. Tengo que pagar el colegio de mis hijos. A mis libros les va muy bien pero no soy un autor que vende 500 mil libros y que con un libro se compra una casa y se queda tranquilo, que es lo que me gustaría hacer.

-En uno de los ensayos decís que Estados Unidos tiene una literatura de la clase media, que supo construir una heroicidad de la clase media, en cambio nosotros no. Nuestra clase media, decís, es mezquina y salvaje.

-Eso piensa también Lucrecia Martel en sus películas. Cuestiona la clase media y esa cosa salvaje de las personas que en vez de preocuparse por la gente que se muere de hambre en la calle, se preocupa de que no le corten la luz, o el cable. Y todo porque tienen esperanzas. La esperanza es la forma que tiene el capitalismo de que te quedes en el molde. El budismo no tiene esperanzas, y eso es muy liberador. Porque estás viviendo en presente todo el tiempo. Estás ejecutando cosas. Es la religión de la que más cerca me siento.

-¿Pensás que en Los Lemmings, en Ocio hay algo así como un retrato de la clase media?

-Mirá, yo soy de clase media baja. No tengo pretensiones de retratar cosas, ni de dar cuenta de algo. Convierto la vida en ficción. No tengo mucha imaginación por lo cual trabajo con muy pocos elementos. Me doy cuenta de que la vida sin ficción es un infierno.

-Por otro lado en los cuentos decís: "Todo lo que voy a contar es verdadero".

-Sí, pero es verdad porque es ficción; no porque sea lo que pasó. Esa es una modificación que les hago ver a mis alumnos. Cuando querés trabajar sobre una persona real, es muy probable que esa persona real te impida que la escribas. Si le ponés ficción, va a poder ser escrita.

-Decís que necesitás vivir para escribir, que vida y literatura son lo mismo.

-Para mí una técnica que te sirve para escribir, si no te sirve para vivir, no sirve para nada. Técnica y metafísica siempre van unidas. No puedo entenderlas por separado. Para entender un libro no tenés que leer libros que te lo expliquen: tenés que vivir.

-También planteás que la inteligencia no es un valor en sí mismo y que tampoco te parece un valor demasiado importante para un escritor.

-Puede ser que ayude y acompañe al escritor. Pero, pensá en Borges, uno de los escritores aparentemente más inteligentes de nuestro país y sin embargo la potencia aparece en el momento en el que está agobiado por una pérdida amorosa y ese dolor lo convierte en aventura. Eso es lo que tenemos que hacer todos. Él lo hace: escribe Otras inquisiciones y después va y escribe "El Aleph" que es el recuerdo de la ruptura con Norah Lange.

-Los guiones, la obra de teatro, la novela, todo lo hacés con el mismo placer.

-Sí. Sobre todo lo que no entiendo, eso es lo que más me gusta hacer.

-El trabajo, pensado como una tarea ardua, ¿lo vinculás más con el periodismo?

-Sí. El periodismo me dio algo contra lo que tuve que trabajar, que fue cierta habilidad de estructura narrativa. Porque vos sabés que tenés que entregar la nota. A diferencia de la literatura, el periodismo siempre está en estado de respuesta. Aunque hay periodistas que pueden hacerle trampas a la matrix. Del periodismo me llevé los mejores amigos del mundo. Titanes del coco es una especie de vindicación de los amigos que te creás en el infierno. En el infierno aprendés todo. El señor de abajo es tu adversario, el que te pone los límites para que muestres quién sos cuando las papas queman.

-En los ensayos se ve una erudición, lecturas que no tienen todos los escritores.

-Puede ser. Creo que contrapeso la poca imaginación con curiosidad. Desde chico soy muy curioso. Si me hablan de un libro que me interesa, lo analizo hasta el fondo, hago un trabajo vertical.

-Hay tres nombres que se repiten en los diarios, en los ensayos: Juan Gelman, Ricardo Zelarayán y Joaquín Gianuzzi. ¿Qué te marcó de cada uno de ellos?

-Juan fue el primer poeta que leí cuando pensaba que estaba muerto, cuando tenía diecisiete años. Me fui de viaje dos años, conseguí un libro de Juan en un camping de Salta y me fascinó su poesía. Ahora es un poeta muy grande, un poeta que trabaja mucho el peligro: puede ser muy cursi. Yo eso lo reivindico; escribir en el borde de la cursilería es increíble. Con Gianuzzi es así: yo le robé a Gianuzzi para construir mi voz. Un día en una librería de saldos encontré un libro que se llamaba Señales de una causa personal, me metí en la cama a leerlo y cuando salí de la cama ya lo había terminado y yo era otra persona. Entonces le quise robar todo. Una vez lo hablaba con Saer: para qué vas a robar un kiosco si podés robar un banco. Yo fui y le robé a Gianuzzi. Y Ricardo Zelarayán es el escritor central de las lenguas. Vos agradecés haber nacido en su lengua porque es imposible de traducir. La piel del caballo y La obsesión del espacio me parecen obras maestras, lo que pasa es que es muy difícil que trasciendan porque la gente está atravesada por Polka, Tinelli. Hay que luchar contra eso, es difícil. Seríamos otro país.

-¿Pensás todos tus libros como una larga autobiografía?

-Muchas veces me lo dicen. Puede ser. Mucha gente se hace tatuajes, yo escribo libros. No tengo tatuajes. Puede ser que los libros signifiquen distintos momentos de mi vida.

-Me gustó mucho esta frase: "No soy de esos que se desvelan por la verdad".

-Está relacionado con el tema de sobre qué se escribe. En periodismo también me pasaba. Yo inventaba cosas.

Biografía

Fabián Casas nació en Buenos Aires en 1965, más precisamente en el barrio de Boedo, recurrente en sus libros. Publicó principalmente poesía, que fue reunida en Horla City y otros. Toda la poesía, 1990-2010. También publicó los cuentos de Los Lemmings (2005), la nouvelle Ocio (2006) y Titanes del coco (2015).


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