Por Pablo Marín
La Tercera (Ch)
Cada tanto ocurre que el mundo se ocupa nuevamente de Leonardo di ser Piero Da Vinci (Vinci, 1452 – Amboise, 1519). La vez anterior, se diría, no fue para mayor gloria de su arte y ocurrió de rebote: el éxito planetario de El código Da Vinci convirtió a un thriller cursi, mediocre y descabellado en una saga literaria superventas y en una sucesión de blockbusters estelarizados por Tom Hanks. Previniendo que se sacudiese en su cripta, por así decirlo, ahora el regreso del florentino no tuvo la forma de una colosal conspiración en cuyo centro hay una revelación insólita encriptada en un dispositivo ficcional por él diseñado.
Esta vez, al menos, la reemergencia en la esfera pública va de la mano de un auténtico Leonardo.
El lienzo Salvator Mundi, de su autoría, rompió el pasado miércoles cuanto récord tuvo al frente, tras ser vendido en US$ 450,3 millones. La pintura realizada hacia 1500 y que muestra un Jesús de medio cuerpo frontal, había sobrevivido a los bombardeos nazis y se había vendido en 1958 por 90 dólares, siendo la única de las 20 a él atribuidas que seguía en manos privadas.
Christie’s de Nueva York, la casa que lo subastó, supo poner el tema bien arriba. Con el título The last da Vinci: The world is watching, produjo e hizo circular un video promocional del remate que muestra a algunos visitantes, entre ellos su tocayo Leonardo DiCaprio, subyugados por la belleza de la mencionada obra. Loïc Gouzer, presidente del Departamento de Arte de Posguerra y Contemporáneo de la entidad, justificó la iniciativa al tiempo que sintetizó algunas de las razones por las cuales acostumbramos volver a Leonardo:
“Es la figura más icónica del mundo, pintada por el artista más importante de todos los tiempos. La oportunidad de traer esta obra maestra al mercado es un honor que se tiene una vez en la vida”.
El artista por antonomasia está de vuelta con ganas. Y no sólo por Salvator Mundi, que ya sería bastante. Está también la aparición e inmediata escalada en los ránkings de Leonardo Da Vinci, oportunísima y voluminosa biografía escrita por Walter Isaacson, el autor superventas de Steve Jobs, Einstein y Benjamin Franklin. An American life. Un libro que propició el entusiasmo del crítico de The New Yorker (“Un estudio de la creatividad: cómo definirla y cómo alcanzarla”) y que fue objeto de una puja entre dos estudios de Hollywood para hacer una película que va a protagonizar el mencionado DiCaprio. De ahí que la aparición de este último en The Last DaVinci parece ser cualquier cosa menos una simple casualidad.
Artista, además
Para cuando cumplió los 30 años, poco más o menos, Leonardo da Vinci escribió una carta al duque de Milán. En ella enumeraba la lista de razones por las cuales él pensaba que deberían darle un empleo. Hasta ese momento le había ido relativamente bien como pintor en Florencia, pero le estaba costando terminar los encargos que se le hacían y buscaba nuevos horizontes.
En el décimo párrafo que consideraba la misiva, Da Vinci promociona sus dotes ingenieriles, incluidas sus capacidades de diseñar puentes, acueductos, cañones, vehículos blindados y edificaciones públicas. Sólo al final del undécimo ítem de la carta incorporó el hecho de que era un artista. “En pintura, igualmente, puedo hacer todo lo que sea posible”.
“Y claro que pudo”, anota Isaacson en la introducción de su libro, tras describir los contenidos de la carta. “Llegaría a crear las dos pinturas más famosas de la historia: La última cena y la Mona Lisa. Sin embargo, para sí mismo era igualmente un hombre de ciencia y de ingeniería. Llevado por una pasión tan juguetona como obsesiva, realizó innovadores estudios de la anatomía, de los pájaros, de fósiles, del corazón, de máquinas voladoras, de la óptica, la botánica, la geología, los caudales hídricos y la artillería. Así, se convirtió en el arquetipo del Hombre del Renacimiento y en una inspiración para todos quienes creen que las ‘obras infinitas de la naturaleza’, como las llamó, se entretejen en una urdimbre de patrones maravillosos”.
No es que no se supiera, pero conviene refrescarlo: siendo ya una figura colosal de lo que llamamos las bellas artes, Leonardo se valió de ellas para explorar el mundo visible, aunque en el contexto de una expedición donde contaba con multitud de herramientas y competencias. Por eso pensamos en él como un artista total -aun si en su tiempo el término “artista” apenas se usaba- y por eso, a la hora de revisitarlo, nos resulta enorme al tiempo que extraño.
El propio Isaacson problematiza el uso del término “genio” al abordar su figura (ver recuadro) y se esmera en dar cuenta de las distintas capas que deben abordarse para desentrañar el misterio Da Vinci, si tal cosa fuera posible, al tiempo que subraya lo que a su juicio fue la pasión que lo movilizó: “Nada menos que conocer todo lo que había por conocer en el mundo, incluyendo cómo calzamos en él”.
En las 600 y más páginas cabe mucho. De su nacimiento fuera del matrimonio a su formación de autodidacta, de sus problemas con la autoridad a su orientación homosexual. Por cierto, la curiosidad y la pulsión de observarlo todo se evidencian persistentemente, así como la necesidad de desafiar la sabiduría convencional y los dogmas acumulados. O así lo veía este creador nada intelectual que alguna vez firmó, “Leonardo da Vinci, disscepolo della sperientia”. El discípulo de la experiencia.
Ahora bien, sea o no la de Isaacson la biografía definitiva de Da Vinci, lo que aún parece no existir es un Leonardo absoluto en la pantalla. Cuesta, en medio del centenar de series, telefilmes, shows y películas, encontrar uno que marque época. Pero también podría haber acá novedades. Y, quién sabe, alguna estatuilla.
Según reportó Deadline Hollywood en agosto último, antes de que la obra de Isaacson llegara a los escaparates, Paramount le ganó a Universal la pulseada por los derechos de adaptación al cine. En el contexto de un trato con la productora de Leonardo DiCaprio, Appian Way Productions, el gigante hollywoodense pagó un monto de siete dígitos para asegurarse el filme. Y si bien falta el anuncio de las fechas del proyecto, así como el nombre de su director (el sitio de referencia imdb.com todavía no se da por enterado), no hay dudas de quién encabezará el reparto.
El interés de la estrella de Titanic no es coincidencia, planteó una nota de Variety. Su madre, Irmelin Indenbirken, ha contado más de una vez que le puso Leonardo a su hijo porque lo sintió por primera vez patear en su vientre mientras veía una obra de Da Vinci en la Galería Uffizi de Florencia, en 1974. A la larga, una cosa llevó a la otra.