Por Ángela Paloma Martín
El País (ES)
Dice que es periodista y sin embargo encaja más en el perfil de “activista de la realidad”. Hacerle preguntas resulta casi imposible. No contiene la respiración; él habla y habla con ese deje andaluz que lo caracteriza y del que es fiel defensor. “Que ya he encontrado piso, nena”, me dice antes de empezar a preguntarle con la misma pasión con la que cuenta en qué está trabajando ahora. “Hay que sacar a las mujeres transexuales de la ecuación LGTB porque esta ecuación confunde identidad sexual con orientación, y está dominada por los hombres gays que además son blancos y ricos”, arranca contundente. El ruido del teclado va marcando el ritmo de un tiempo que no espera.
Raúl Solís Galván se dice así mismo y al mundo que es un andaluz nacido en Mérida en 1982. Y ahora se está recorriendo buena parte de la geografía española para conocer las historias de ocho mujeres transexuales que derribaron las barreras del franquismo y sortearon las dificultades de la transición española. Unas historias que plasmará en su libro La doble transición. Para que vea la luz, ha escogido a la editorial Libros.com, cuyo modelo de financiación se centra en el crowdfunding. Este método, sin duda, es una oportunidad para él porque al mismo tiempo que llega a más personas, puede reunirlas en torno a una causa.
Les pegaban, las maltrataban. “Las mujeres transexuales no pueden esconderse porque no tienen armarios, tienen vitrinas”, dice, “porque tú puedes esconder lo que sientes, tu orientación sexual, pero tú no puedes esconder que seas una mujer o un hombre”. Además, “su supervivencia dependía de ser visibles. La lucha LGTB no habría avanzado sin las mujeres transexuales”. Relata que, a pesar de que la primera manifestación en España data de 1976 donde sólo participaron mujeres transexuales, la que pasó a la historia fue la de Barcelona de 1977. Había gays, pero los gays no estaban representados en la pancarta. Eran todas mujeres transexuales, incluida Silvia, una de las mujeres que retrata en su libro, y también “gays con mucha pluma, porque los gays con bigote y barba iban a los locales de noche, pero por el día no daban la cara”.
Cuándo lean tu libro, ¿qué reacción esperas?, le pregunto. “Me gustaría que se enamoraran de estas mujeres, de sus vidas, que las acaben queriendo, admirando y respetando; y que acaben pensando cuánto les debemos como sociedad”. Y sigue: “Porque cuando estaba prohibido ser libre, ellas lo eran. La democracia y la libertad no se han construido sobre la nada, se han conquistado ejerciendo las libertades”.
El calor sevillano desde el que se expresa no derrite sus palabras, suenan, si cabe, más rotundas: “Las metían en los calabozos todas las semanas, las detenían por andar, casi por respirar. Para muchas de ellas su primera experiencia sexual fue una violación. ¿Y sabes qué?” ¿Qué?, pregunto. “Que lo más importante de todo es que se rieron de Franco en su cara. La burla fue su truco para no morir de tristeza en un país que las rechazaba, que les negaba el derecho a la educación, que se han tenido que prostituir para vivir. Ellas el bullying lo han vivido en las escuelas, en sus familias, en la calle y en el entorno laboral”.
La mayoría de mujeres transexuales, asegura Raúl, son mujeres pobres, porque tienen una pensión no contributiva ya que el franquismo, según cuenta, les negó la posibilidad de tener un trabajo cotizando y no les quedó más alternativa que el estraperlo. Raúl relata una realidad que, aunque vemos, desconocemos. Resultaría casi imposible caminar por la calle y reconocer en sus rostros la historia que ignoramos, seguramente porque no repararíamos en ellas. “Cuando las vestían de niño, estaban disfrazadas de lo que no eran”.
¿Ninguna de ellas se rindió frente al maltrato? “Ninguna, escogían las palizas y la cárcel a estar disfrazadas de hombre, incluso la persecución. Han sido mujeres muy valientes”. Raúl vuelve a mencionar el caso de Silvia, que hoy tiene 68 años. Le contó que era una gran estudiante y a los 16 años consiguió que le dieran una beca. Quería ser médico, pero para ser usuaria de la beca tenía que dejarse la barba y vestir como un hombre. Ella la rechazó y se puso a trabajar como moza de almacén, acarreando la ropa sucia de los hoteles de Gran Canaria. Años después, al viajar a la península, acabó ejerciendo la prostitución. Prefirió ser mujer antes que ser médico.
Le pido que me cuente anécdotas de la mili que ellas le relataran. “En la mili se hartaron de follar”. Ríe y en su sonrisa notamos que está escribiendo un libro dese la alegría. “A Soraya —otra de las mujeres que ha entrevistado— la arrestaron un día porque se puso a tocar las palmas y a bailar, y los soldados empezaron a jalearla. Ella, aunque se vistiera de soldado, se pintaba ‘como una puerta’. No las tenían haciendo maniobras, las tenían en la cocina o limpiando”. ¿Y qué te han transmitido estas historias? “Petróleo y Salvaora me transmitieron que no quieren dar pena, no quieren que profundice en la dureza de lo que han vivido”. Son mujeres que le agradecen a la vida ser así, mujeres que, sin referentes, se han hecho las unas a las otras en una red social en blanco y negro.
En su libro, Raúl quiere dibujar relatos humanos, la historia de sus vidas, de sus amores y de sus sueños. ¿Y qué soñaron? “Soñaron con ser mujeres y mujeres libres. Es verdad que todas lo han conseguido, pero el coste de su libertad ha tenido un precio demasiado alto”.