Revista Pijao
¿Es sexista la lengua española?
¿Es sexista la lengua española?

Por David Marcial Pérez   Foto Héctor Guerrero

El País (Es)

El español divide entre masculino y femenino, pero el finlandés, el turco o el persa son lenguas sin marca de género. El griego tiene tres, mientras que por ejemplo el polaco distingue entre cinco: neutro, femenino, masculino personal, inanimado y animado. Entonces, ¿qué tiene que ver la gramática con la discriminación sexista? “Nada –responde Concepción Company, doctora en filología por la UNAM– porque la gramática es neutral, es un mero recipiente. Somos los humanos los que discriminamos, pero no con la gramática, sino con el discurso que hacemos valiéndonos de ella”. Es decir, lo te que emborracha no es la botella, sino el whisky que contiene la botella.

En tiempos de oleaje feminista global, las reflexiones sobre la discriminación a través del lenguaje han estado muy presentes en ponencias, charlas y debates durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), el certamen editorial en español más grande del mundo. “Por toda la feria –añade la académica mexicana– hay colecciones de nuestro clásicos, y a nadie se la ha ocurrido decir nuestros clásicos y nuestras clásicas. Porque el género masculino gramaticalmente es indiferente al sexo, que sí es siempre binario”.

Las apuestas de gobiernos latinoamericanos por el llamado lenguaje incluyente se repasaron también durante la feria, como el caso de la constitución venezolana que ha crecido de 100 a 600 páginas al desdoblar todos los presidentes o presidentas, magistrados o magistradas, procuradores o procuradoras, ministros o ministras.

“La lengua es como la piel del cuerpo social que refleja el movimiento de ese cuerpo. Por eso, si la sociedad es machista, la lengua es machista. Pero intentar cambiar ese organismo vivo por decreto casi nunca da buenos resultados”, apunta la escritora española Rosa Montero, quien reconoce que “el todos y todas, es de un cansino que mata”. Porque el escollo no es la gramática sino el sesgo cultural e ideológico, las relaciones de poder que pesan sobre sus reglas. La palabra “señorita”, por ejemplo, va poco a poco desapareciendo en España, “porque –añade Montero– es demencial que a una mujer se le consideré de diferente modo por estar o no casada”. La elección de las palabras es una cuestión más política que gramatical.

“La misoginia no está en el idioma, es nuestro uso del lenguaje el que refleja nuestra postura con respecto al problema de la igualdad de género”, apunta la escritora mexicana Brenda Lozano. Así, los nuevos encajes entre esas relaciones de poder se van destilando por el esqueleto del idioma. Esta misma semana, la Real Academia Española (RAE) anunció que como respuesta a una campaña ciudadana añadirá un nuevo uso, “discriminatoria o despectivo”, a término “sexo débil”.

Sólo cuatro escritoras han sido reconocidas con el premio Cervantes en 41 ediciones y sólo seis mujeres tienen un lugar entre los 46 asientos de la RAE. “¿Crees que la mujeres han sido tratadas en la historia de la literatura española como Don Quijote trató a Dulcinea?”, le preguntó en una de las mesas Elena Poniatowska, (Cervantes 2013) a Soledad Puértolas (silla g de la REA), que respondió con una genealogía de la academia: “Hasta 1978 no había ninguna mujer. Cuando se funda en el siglo XVIII las mujeres no podía salir de casa. Solo algunas recibían en sus salones. Y para eso había que tener una casa y ser rica. Aún hoy en día las escritoras somos antes mujeres, que escritoras. Y eso se dice con una intención”

La lengua otorga identidad, conciencia de uno mismo, atraviesa la vida y nos coloca en un determinado lugar del mundo. “Es el sedimento secular y milenario de hábitos y rutinas históricas”, como la define la académica de la UNAM. Por eso la escritora mexicana Claudina Domingo subraya que “el cuestionamiento del sexismo en la lengua española es algo que debe ser atendido y discutido. Porque lo que hablamos es el resultado de épocas en las cuáles se impuso una visión patriarcal de la sociedad”

En ese espejo deformado del lenguaje, la escritora cubana Wendy Guerra ha descubierto que “no es lo mismo construir frases en una sociedad machista leninista donde todo está en función de una marcialidad, de un hermetismo creado y amparado por hombres, que estructurar un lenguaje equilibrado desde la plena igualdad”. Y añade: “¡Ojo! Puedes decir: compañeros y compañeras, niñas y niñas, pioneras y pioneros, para ser políticamente correctos y luego no referirte nunca más a las mujeres y ensamblar ejemplos, nombres, conceptos destinados o referidos únicamente al universo masculino. Esa ha sido la banda sonora de mi vida. El discurso aparentemente igualitario pero blindado de machismo”.


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