Por Javier García Foto Mario Téllez
La Tercera (Ch)
Lo más probable es que tenga más horas hablando frente a la pantalla de televisión que recitando sus versos en público. Hace casi cuatro décadas publicó su primer libro; sin embargo, Erick Pohlhammer (62) se volvió un poeta mediático, a mediados de los 90, cuando participó como jurado del programa de TV ¿Cuánto vale el show? Allí compartió tribuna con personajes como el escritor Enrique Lafourcade, el comentarista de espectáculos Italo Passalacqua y la actriz Marcela Osorio.
“Armé mi propia agencia de publicidad. Vendo ideas creativas. Hago talleres dentro y fuera de Chile. Hay varias modalidades, por ejemplo, Creatividad y felicidad es una de ellas…”, cuenta sobre su actividad actual Pohlhammer, quien desde hace dos años vive en Concón, región de Valparaíso.
Ahora está en Santiago dispuesto a conversar en la galería Drugstore de Providencia. A 10 años de su último título, Vírgenes de Chile, acaba de llegar a librerías su poemario Bajo la influencia de la poesía, ejemplar que mañana miércoles será presentado en la Feria Internacional del Libro de Santiago. La cita es a las 17.45, en la Estación Mapocho.
Compañero de generación de los poetas Teresa Calderón, Mauricio Redolés, Rodrigo Lira y Jorge Montealegre, Pohlhammer apareció en la literatura nacional en 1979 con Tiempos difíciles. Le siguieron las obras Es mi segundo set de poemas (1985) y Gracias por la atención dispensada (1986). Labor que continuó casi dos décadas después con Vírgenes de Chile (2007).
“Tengo mucho material inédito, cualquier cantidad, poemas largos tipo Walt Whitman, incluso un poema que hace muchos años ganó un premio de poesía barroca con un texto de Enrique Lihn, que aún no público”, dice el poeta y ferviente hincha de fútbol. Le gusta el equipo de Universidad Católica, pero prefiere hablar de la selección nacional. “Es hora que llegue Manuel Pellegrini como entrenador”, cree.
En Bajo la influencia de la poesía hay una serie de odas, a la felicidad, al taca-taca y al jugador Jean Beausejour. Dividido en tres partes, el contenido aborda la ciudad de Santiago y sus calles, la tradición de la poesía chilena y reflexiones cotidianas, en un lenguaje directo y con humor.
“Y que me lean las runas/ Unas runas vikingas/ Entre atrincarme a una gringa/ En la tina de su baño/ O leer a Roberto Bolaño/ Entre Eduardo Anguita/ Y el Bhagavad-Gita/ Me quedo con los dos/ Con ambos dos me quedo/ Yo le enseñé a tomar cerveza/ A santita Teresa”, escribe Pohlhammer en Ningún conflicto.
El poeta comenta que anda más relajado ahora que vive cerca del mar. “Santiago me cansa”, dice y agrega que en las mañanas se baña en una poza entre las rocas. “Quedas como nuevo y te das cuenta de la maravilla asombrosa en la que estamos inmersos”, añade y se refiere a paisajes más cercanos a la naturaleza. “El océano es una sinestesia, te da la posibilidad de contemplar, o sea, reducir el campo de atención. Dejas de pensar en tu rollo”, dice y afirma que la realidad es más alucinante, aunque reconoce haber probado drogas como el ácido. “Fueron tres veces.
Lo pasé genial, pero no vi ninguna diferencia con mi práctica de meditación de 40 años. Incluso es mejor la meditación porque no hay distorsión ninguna”.
¿Recomienda la meditación?
Recomiendo ser feliz. Dejemos de lado la estupidez y volvamos a la poesía. Una de sus funciones es devolverle a las palabras su brillo original. En este mundo prima el discurso político, y ellos utilizan estas mismas palabras de satisfacciones, pero sin resultados.
Su nuevo libro dialoga con la tradición y nombra a Parra, Neruda, Huidobro, De Rokha, Redolés, Maquieira…
Efectivamente el hablante del libro está bajo la influencia de todos esos poetas que mencionaste y muchos más. La poesía chilena es de exportación, el alcohol que posee es impoluto. En cambio el vino, sobre todo últimamente, está afectado por pesticidas. Yo amo la poesía chilena. Hay que tener un amor incondicional por la patria. Pero soy anti (Fernando) Solabarrieta, ese chauvinismo me resulta insoportable.
Hace poco Enrique Lafourcade cumplió 90 años. ¿Lo ha visto?
Hace unos tres años lo vi aquí en el Tavelli. Estaba tomándose un café con una mujer que me dijo: “Es que está con alzheimer, no lo va a reconocer”. Entonces fui a la librería Altamira y pedí su novela Palomita blanca. Y luego me acerqué y le dije: “¡Gánese una Palomita blanca! ¿Quién escribió Palomita blanca? Le doy tres alternativas: Fiódor Dostoyevski, Enrique Lafourcade o Albert Camus”. Me quedó mirando, no me reconoció y me dijo: “Dostoyevski supongo…”. Fue triste.