Por Jacinto Antón
El País (Es)
Mientras la gente ya celebraba el Nobel a Kazuo Ishiguro, yo aún estaba escribiendo entusiásticamente sobre que se lo dieran al keniata Ngugi wa Thiong’o, que era el candidato –según me habían dicho- que tenía más probabilidades. Vaya por Dios: por una vez que tengo a un casi Nobel bien leído, entrevistado y hasta con un libro dedicado (sus maravillosas memorias de infancia, Sueños en tiempos de guerra, en Rayo Verde), y va la Academia sueca y me lo fastidia, qué tíos. No es que tenga nada contra Ishiguro, al contrario, pero la próxima vez, señores, me avisen antes. Aunque es verdad que puedo guardar el artículo para el año que viene...
Ngugi, al que entrevisté en mayo, me pareció un hombre encantador y un escritor y pensador admirable, lo que me coloca, he de confesarlo, en un grave aprieto porque él detesta a algunos de mis autores favoritos, como Rider Haggard, Isak Dinesen y ¡Nicholas Monsarrat! E incluso pone como chupa de dómine (a parir, vamos) a un personaje de ficción que adoro, el célebre piloto Biggles (un generoso amigo que no merezco, el mayor William Raymond, me acaba de regalar precisamente una primera edición de una de sus aventuras, Biggles delivers the goods, 1946).
A Rider Haggard ya le defenderá si quiere Allan Quatermain, que bueno es, o Ignosi, el esbelto y aguerrido rey de los kukuanas. Y que Ngugi le pegue un viaje a Dinesen / Karen Blixen (dice que Memorias de África, con su “racismo conmovedor”, es uno de los libros más peligrosos que se han escrito sobre el continente) no me molesta del todo: yo reivindico a los malos de la historia de Blixen, los secundarios Bror von Blixen, gran white hunter y amante, y la aviadora Beryl Markham). Pero Monsarrat.. Me da mucha pena que Ngugi se despache con Monsarrat, autor de la extraordinaria Mar cruel, mencionándolo varias veces (en Descolonizar la mente y Desplazar el centro) como ejemplo de “literatura popular racista”. No sé cómo el pobre Monsarrat, que sirvió con distinción en destructores y corbetas, pudo hacer “literatura popular racista” en sus historias de heroísmo en los buques de escolta aliados en la Batalla del Atlántico luchando contra los submarinos nazis. Supongo por tanto que Ngugi se referirá a otras novelas (como The Tribe that Lost Its Head, que trata de África pero que no he leído) o a que cuando escribía Monsarrat le daba preferentemente al clarete.
El caso de Biggles es diferente, porque el propio Ngugi reconoce (véase el precioso capítulo de Desplazar el centro titulado Biggles, Mau Mau y yo) tener el corazón partido. Él leía en unas circunstancias muy especiales las novelas para jóvenes (y no tanto) de W. E. Johns protagonizadas por el jefe de escuadrilla James Bigglesworth alias Biggles, cuyas deliciosas aventuras cubren un amplio espectro temporal (e incluyen una gran variedad de aviones), desde la I Guerra Mundial (32 victorias) hasta los años sesenta. Ngugi las leía en la Kenia colonial en la que los colegas de la RAF de Biggles bombardeaban despiadadamente a los guerrilleros del Mau Mau entre los que a la sazón se contaba su hermano mayor. Ngugi sufría la contradicción de disfrutar con las emocionantes novelitas de Biggles, “el as de los cielos”, y saber que de ser un personaje real hubiera tratado de matar a su querido y admirado hermano. Pese a criticar la visión del mundo racista y excluyente de Biggles, Ngugi no puede evitar seguir queriéndolo como solo se quiere a los primeros amores y las primeras lecturas. Injustificablemente, incondicionalmente.