Por Enrique Planas
El Comercio (Pe)
Muchos la consideran una obsesión. El poeta y periodista Enrique Sánchez Hernani prefiere diagnosticar a la escritura como una manía para explicar esa euforia exagerada, la testaruda idea, el estado de agitación y delirio que algunos hombres o mujeres sienten frente al papel o la pantalla. Se respalda en su propia experiencia poética, así como en su cercanía a numerosos escritores, sea como periodista confidente o amigo ídem. "Mientras que la obsesión es voluntaria, la manía es incontrolable. Y en todos ellos advertí una especie de compulsión por escribir", afirma el autor de "La manía de escribir", volumen donde uno de los fundadores de La Sagrada Familia compila una década de producción periodística, reflejada en perfiles y entrevistas a más de 60 escritores publicadas buena parte en El Comercio.
— Ya que hablamos de términos psicoanalíticos, ¿es la literatura una forma de reemplazar al diván?
Muchas veces, el escribir le ahorra al escritor la terapia con el psicoanalista. Todos sabemos que la base del proceso psicoanalítico, al igual que de la confesión católica, está en el contar, el desnudarse, el sacar lo que tienes dentro.
— ¿Una persona feliz, satisfecha consigo misma, podría ser un buen escritor?
Las personas felices no pueden ser escritores. Quizá podrían ser músicos, pintores incluso. Pero la escritura es una vocación artística marcada por el dolor, la angustia, la insatisfacción permanente.
— Son esencialmente autores mayores los que desarrollas en tu libro, los más jóvenes son de la generación del 60. ¿Crees que ellos fueron los últimos en tener vidas interesantes para el lector?
Todos los textos que escribo parten de la curiosidad sobre un escritor. Se trata de generaciones que empiezan a brillar en los años 50 en adelante, y en su mayoría, próximas a mi curiosidad. Pienso que mucho de la vida del autor presenta vasos comunicantes con su obra o parte de ella. Eso siempre me ha inquietado. Las historias que protagonizan los escritores de este libro están motivadas por los grandes conflictos en sus personalidades.
— Entre esas personalidades complejas, quizá la que más destaca en tu libro sea la de César Calvo. ¿Lo crees?
César y otros más. Pero Calvo, siendo poeta, fue un personaje de novela. Era uno de los últimos con una vida y una imagen arquetípica, la del poeta dedicado solo a su creación. Desbordaba simpatía y anécdotas, pero era sumamente extraño. No solo era un poeta clave de la generación del 60, sino que además era un dandy, un donjuán, un amigo a carta cabal. Nunca he conocido a un poeta más simpático como él, y que me perdone Toño Cisneros.
— A Toño no le gustaría escuchar eso...
Quizá he aprovechado que no está para decirlo. Pero Toño también era una persona con muchas cosas que contar. Cuando lo entrevistabas, había que conocerlo un poco para que te dejara espacios para conocer la verdad. Solía decir cosas muy sinceras, pero también ocultar otras.
— Hemos hablado de grandes personalidades. Hace pocos días nos dejó Arturo Corcuera, quien más bien cultivó la modestia como quien cuida un jardín...
Arturo es el gran poeta lírico peruano. Tenía una personalidad bondadosa y excepcional. Cuando fui a su velorio, me di cuenta de la enorme cantidad de personas que lo recuerdan y conservan una anécdota con él. Gente de distintas generaciones que han ido a visitarlo a su casa en Chaclacayo. Será uno de los poetas peruanos a quienes sus contertulios más van a extrañar.
—"La manía de escribir" reafirma la memoria de autores fundamentales, pero también la de escritores injustamente olvidados. ¿Qué escritores deberían ser redescubiertos?
Manuel Scorza, por ejemplo. Su obra poética nos remite a la nostalgia, pero resulta menor dentro del concierto de la poesía peruana de la época. Sin embargo, su obra narrativa, sobre la violencia y el hombre andino, es importantísima. Otro es Clemente Palma, famoso por haber ninguneado a Vallejo, y por lo mismo castigado con el olvido, siendo autor de una narrativa breve fantástica. No sé cuánto se le lee hoy al poeta Juan Gonzalo Rose, quien pudo combinar la preocupación social con la lírica más intensa. Pienso también en Manuel Moreno Jimeno, uno de nuestros grandes poetas, ausente en todas las antologías.