Por Javiera Guajardo Foto Christian Zúñiga
La Tercera (Ch)
Si antes eran los libros y las polémicas intelectuales, hoy lo que más parece robar su atención son los pájaros, las plantas de su jardín y las imágenes de la naturaleza. Atrás quedó la escena cultural de la que Enrique Lafourcade (1927) fue protagonista y agitador, luego de que en 2008 su memoria comenzó a fallar y fue diagnosticado con Alzheimer.
El escritor emblemático de la generación del 50 lleva una vida retirada y silenciosa en la IV Región desde 2010. Se levanta a las 11.00 y se acuesta entre las 20.30 y 21.00 horas, pero lo que hace durante el día depende de su estado de ánimo y condiciones físicas. Pasea por los jardines de su casa de Peñuelas, Coquimbo, y hace arreglos florales. “Le gusta mucho cortar flores y armar floreros, disfruta mirar la naturaleza, a los pajaritos”, cuenta su mujer, la pintora Rossana Pizarro, quien lo acompaña desde hace más de 20 años. Junto a ella sale a caminar por el barrio.
De lunes a viernes dos cuidadoras están con él, una por la mañana y otra por la noche. Dedica las tardes a actividades o trabajos manuales: recortar, hacer collages, leer, dibujar. “Lee según sus posibilidades, porque hay días en que está mejor que otros”, afirma al teléfono Rossana Pizarro, agregando que también ve un poco de televisión ya que le gusta leer los subtítulos de las películas.
Hoy el viejo polemista cumple 90 años. Resistido y admirado, el autor de Palomita Blanca (1971), una de las novelas más populares de la literatura chilena y que el director Raúl Ruiz llevó al cine en 1973, celebra con ellos una trayectoria literaria con más de 50 títulos, entre novelas, cuentos y columnas.
Su pasión por escribir se manifestó pronto. Nació en Santiago, en una familia de cinco hermanos, y su padre, Enrique Lafourcade, se quejaba constantemente porque usaba muchas velas para leer y escribir. Al menos eso le contaba a su hija Dominique, quien actualmente vive en Alemania. Ella junto a su hermano Octavio, ambos nacidos de su unión con la artista María Luisa Señoret, tienen una imagen viva de las horas que el autor de Pepita de oro destinaba a su labor de escritor. “Se encerraba por lo menos ocho horas todos los días, sábados, domingos y festivos, temprano y hasta medio día, escribía sus novelas, alguna vez sus artículos… Después de la siesta normalmente escribía cartas”, cuenta a través de correos. “La vida social era al almuerzo donde casi siempre había invitados, y también por la noche”, agrega.
Los hijos recuerdan que al escritor le gustaba hablar: de su trabajo, sus novelas, sus jefes y colegas. “Usaba un porcentaje altísimo del espacio auditivo de cualquier reunión… debo decir que no quedaba otra que escuchar”, afirma Dominique, quien se reunió con su padre por última vez hace 10 años y quien, buscando recomponer recuerdos de su infancia se topó con el archivo epistolar del escritor y crítico literario Fernando Alegría (1918-2005) en la Universidad de Stanford. Entre ellas hay un centenar de cartas inéditas firmadas por Lafourcade que datan desde inicios de 1960 a mediados de los 70.
Vida literaria
En las cartas, enviadas principalmente desde Santiago y EEUU, el escritor de Pena de muerte le contaba al autor de ¡Viva Chile mierda! (1965) sobre sus proyectos. “Querido Fernando”, empezaban, y en una o dos páginas desarrollaba sus ideas, le pedía consejo y recomendaciones literarias, expresaba sus inquietudes y opiniones, algunas mordaces, sobre la literatura del momento o el contexto político nacional.
“Aquí la vida literaria es intensa, tumultosa. Una violenta polémica sobre la Generación del 50 trae los ánimos exaltados, pero ayudan en gran medida a despertar interés por nuestra literatura”, escribió en enero de 1959. La polémica en torno a su generación, compuesta por José Donoso, Claudio Giaconi, Armando Cassigoli, Jorge Edwards, Stella Díaz Varín y Enrique Lihn, entre otros, no cesaría nunca.
En esa misma carta, el ex cronista le anunció sus próximas obras: Cuentos de la Generación del 50 y La fiesta del Rey Acab (1960).
Una a dos cartas por mes, a veces tres, pero el silencio epistolar nunca se prolongaba por más de mes y medio. Y junto a cada sobre iba una encomienda con libros, recortes, fotos, artículos o revistas.
Ya en 1960 el escritor se instaló en la U. de Iowa con una beca Fullbright; después fue a la U. de Stanford a recibir lecciones sobre literatura norteamericana. Alternaba las clases con la escritura.
“Escribo como demonio, como Asmodeo, ataco la máquina… y avanzo en mi quinta novela La mujer cibernética”, le enviaría en febrero del 61, desde California. Principalmente le contaba sobre qué y cómo estaba viviendo, qué escribía y que pretendía hacer. Descriptiva, nostálgica y muchas veces poética, la correspondencia que mantuvo con Alegría refleja las ideas que tenía esos años como profesor visitante de varias universidades en EEUU.
La curiosidad también se expresaba en ellas: qué tal el último libro de Luis Oyarzún, qué hace Enrique Lihn y José Donoso, qué es de Nicanor Parra, Hernán Poblete, “Rojas abandonó la poesía?”, preguntaría en algún momento.
Después, cuando Lafourcade residía en Santiago y Alegría en EEUU, el primero le contaba sobre las ferias literarias en el Parque Forestal, de la primavera, los vinos, los arrollado de huaso picantes, sus idas y venidas por bares y fiestas.
Durante 1964, la correspondencia se redujo y la escena política se hizo presente en ella. ¿Allende o Frei? “Yo votaré en blanco y seguiré cada vez más reaccionario como el viejo Unamuno cuando le preguntaron: ¿a qué partido político pertenece usted?- A ninguno, todavía estoy vivo”, le escribió. En septiembre concluyó Novela de Navidad, en la que trabajó “como un animal” y por la que descuidó otros asuntos, en especial su familia, apuntaría.
Siempre estaba en movimiento. Cuando lo dejaba, el país en que creció se convertía en una piedra en el zapato que le molestaba : “Chile era un obstáculo. Santiago, asfixiante”, expresaría en 1969, aludiendo a que en EEUU se conceden ciertas libertades que permiten trabajar como escritor. Luego pasaba a la nostalgia y esa piedra era el motor que le daba razones para teclear duramente su máquina.
Lengua mordaz
Trabajaba en la U. Utah cuando Nicanor Parra recibió el Premio Nacional de Literatura (1969). Se alegró bastante, le comentó a su amigo, pero no le gustaba lo que el premiado había escrito en los últimos años. “Creo en él como poeta, pero pienso en la obra de cierta época… El premio acaso, despierte a Nicanor”, cerró la carta del 8 de octubre.
Desde EEUU se mantenía atento a todo lo que se publicaba y sucedía con sus amigos y escritores rivales. En diciembre de 1970 dudó de la amistad de José Donoso, todo por un artículo de una revista estadounidense dedicado a la literatura latinoamericana. En él se destacaba a Donoso y Edwards como lo mejor de la narrativa chilena. Lafourcade sospechó del autor de Coronación. “Se hace acompañar por Jorge -que en mi opinión es un escritor frío, sin imaginación, formal y más o menos olvidable… No existe Carlos Droguett, Fernando Alegría o el propio Lafourcade”, argumentaría por correspondencia. Resaltando que él, como escritor y crítico, siempre incluirá a Donoso, o a quién sea, mientras piense que su obra es necesaria.
Ya para el 70 la tensión política era evidente, y no se escapó al ojo ni al puño del remitente. “No se ve nada muy claro, más creo que hay síntomas en aumento de golpe o de actos extremistas”, le diría en diciembre de ese año, mientras preparaba una nueva edición de la Antología del Cuento Chileno (1954).
Los primeros días de junio de 1971 publicó una novela corta: “Palomita Blanca, a ver qué pasa”, escribió. En enero del año siguiente su última novela ya estaba en vías de consagrarse como un hito de la literatura nacional: “La palomita pasó los 50 mil ejemplares, va ya en la décima edición y sigue… Vienen a filmar una película basada en el libro a fines de febrero y en general las perspectivas profesionales se presentan bien este 1972”, escribió, comentando que Carmen Balcells era su nueva agente literaria.
Después vino Salvador Allende (1973), obra en la que el autor se “colocó adentro de él”, explicó. Con este título se ganó la animadversión de la izquierda. Más adelante sucedería lo mismo desde el otro extremo con la publicación de El gran taimado (1984).
El autor de Mano Bendita (1993) ya no escribe. Editó su último trabajo, Viaje al corazón, en 2010. Quien una vez fue centro de atención por su afilada lengua hoy habla menos. “Conversa harto, pero de repente no, va y viene, le gusta comunicarse de alguna manera”, explica Rossana Pizarro.
Hace años se levantó el proyecto de publicar su obra poética. Aún está pendiente. “Sus archivos están guardados, con tiempo y tranquilidad habrá que hacer una revisión, pero en este momento no hay tiempo, la vida a uno lo lleva y esta etapa ha sido difícil”, agrega la pintora, quien celebrará los 90 años de Lafourcade con una fiesta íntima.