Por Marilyn Bobes
Diario Granma (Cu)
Dueña de un lenguaje y estilo muy propios, Elaine Vilar Madruga da pruebas de su indudable talento con el poemario Escudo de todas las cabezas que obtuviera el Premio Hermanos Loynaz en 2014.
Publicado en la colección Laurel, de Ediciones Loynaz, este título se encuentra entre los mejores de los que han obtenido el galardón en los últimos diez años, dadas las cualidades formales y el virtuosismo con que la autora ha abordado sus contradicciones internas y su conocimiento de la cultura universal.
Casi una veintena de textos resultan suficientes a Vilar para expresar, con eficacia y desgarramiento, una concepción del mundo que ve, en el paso del tiempo, la intemporalidad de los problemas existenciales tratados en el libro con profundidad filosófica, acudiendo a los tropos, pero siempre mostrando un poder de comunicación que nada tiene que ver con facilismos o concesiones sentimentales.
Sorprende en esta joven autora la limpieza, el poder de síntesis, la originalidad de sus metáforas y un aliento sin altibajos que agradecerán los lectores de buena poesía, a veces escasos pero siempre dispuestos a consumir lo que verdaderamente hay de valioso en el actual panorama de las letras cubanas.
Como reza la nota de contracubierta «estos poemas, poemas de madurez, nacen gracias al modo en que su autora pulsa cuerdas—temas como el encierro que implica la insularidad, el exilio, la egolatría y sus posibles consecuencias…».
La poeta, pese a su corta edad, ha sabido captar con sutileza y sin alardes esa condición femenina que va más allá de los temas y aparece como una corriente subterránea en unos textos que no por desgarrados apelan a la manipulación como recurso de identificación con el receptor.
Y si bien el tiempo, su paso, sus interconexiones entre el pasado y el presente tienen un protagonismo en el cuaderno, es la voz femenina del sujeto la que predomina en sus visiones cargadas de un culteranismo muy bien asimilado.
La economía de medios, lo pulido, ese poder de síntesis que sirve de contención a cualquier desbordamiento ofrecen una sensación de encontrarnos ante textos casi perfectos donde nada sobra y nada falta.
Las evidentes conexiones con la mitología clásica griega están muy bien entronizadas con la realidad de una autora que no se circunscribe y evita lo circunstancial en aras de una intemporalidad que abre las significaciones en un sugerente entramado que se dibuja; sobre todo, en el sentido o sin sentido de la existencia.
Quedaste sola es uno de los mejores exponentes de esa disociación y falta de asidero que Vilar Madruga resume en estos versos: «nadie me mira, nadie entiende/no es tan simple entender».
En ese poema fragmentado, el sujeto lírico apela al desmembramiento simbólico para expresar su condición de ente aislado en un mundo donde la incomprensión parece ser el resultado de una cosmovisión del mundo decididamente individualizada y solitaria.
Ese aliento, en menor o mayor medida, recorre todo el poemario donde según declara la poeta «esas cosas que amaba parecen haber envejecido».
No faltan tampoco referencias a Frida Khalo y Marina Abramovic, con la que la emisora establece una identificación poco previsible pero muy bien expresada por intermedio de una tropología que, lejos de oscurecer, ilumina los significados de los poemas.
Resulta conveniente resaltar esta pequeña joya de un premio que parece muy bien ganado.