Revista Pijao
El Tiempo muerto de Margarita García Robayo
El Tiempo muerto de Margarita García Robayo

Por Santiago Díaz Benavides

El Espectador

“Lo raro no son las infidelidades (…) Lo verdaderamente raro es mirar al otro y preguntarse quién es, qué hace ahí, en qué momento le cambiaron tanto los rasgos de la cara. El desconocimiento es el saldo del tiempo acumulado, nadie puede decir con exactitud cuándo se planta la semilla. Empieza como un síntoma de desinterés, algo minúsculo que después se naturaliza y ambos dejan de preguntarse cómo es que siguen ahí, adobando la abulia frente al otro, asintiendo a lo que dice como un trámite: excediendo el período en el que aquello que decía parecía interesante. O digno de ser escuchado” (p. 49).

Pocos son los libros que logran establecer una distancia con el lector y agradar al mismo tiempo. En ocasiones, los temas suelen ser tratados por los autores de tal manera que el lector pueda sentirse enganchado a la trama, pero no es esto una fórmula que garantice el impacto de la narrativa en quien la recepciona. Depende de cada narrador tomar las decisiones correctas para contar lo que quiere y así establecer un vínculo con el público lector. No importa cómo sea dicho vinculo, sino cuán preciso. Y es cierto eso de que no importa tanto lo que se cuenta sino cómo se cuenta; ése es, precisamente, el caso del nuevo libro de Margarita García Robayo, la autora cartagenera que reside en Argentina, quien fuera ganadora del Premio Literario Casa de las Américas en el año 2014 por Cosas peores, una colección de cuentos editada posteriormente por Alfaguara.

Tiempo muerto es la historia de Lucía y Pablo, una pareja de esposos que a lo largo de los años han ido distanciándose y, de repente, lo único que surge entre ellos es la tensión de saberse juntos e imposibilitados ante lo evidente: su matrimonio ha llegado al ocaso. Tomás y Rosa son sus hijos, unos niños pequeños que son cuidados por Cindy, quien está encargada del servicio de la casa y demás asuntos materno-caseros, por ello los niños pasan más tiempo con ella y da la impresión de que disfrutan en un grado mayor el hecho de estar en su compañía que en la de su madre. Los niños son apáticos, ni de este o aquel lado, ni grandes ni pequeños, perdidos en el mismo limbo que entre sus padres se ha creado. Por un lado, está Tomás con sus comentarios racistas y sus actitudes de niño genio con problemas de socialización; por el otro, la pequeña Rosa, el claro ejemplo de lo que puede llegar a sucederle a una niña que es expuesta desde temprana edad a los ritmos descaderados del reggaetón sandunguero y restregón. Sin embargo, hago la aclaración, no es que los niños de este matrimonio fracturado sean raros o sumamente exóticos, dando la impresión de que han sido maleducados, consentidos hasta la saciedad y puestos frente al televisor más horas de lo normal, protegidos por una versión barata de Jennifer López que lava platos, pisos, ropa y hace de comer, prepara bailes en la sala de la casa y llega sin avisar, a la hora que le pega la gana. No, estos niños son como son a causa de aquellos vacíos que se gestan en quienes van de un lugar a otro, esperando encontrar al fin un sitio para encajar, sentirse realizados, acoplados, un sitio que se ve a lo lejos y promete la tranquilidad, un sitio que se hará concreto hasta que pase un huracán.

Aprovecho la intertextualidad para mencionar otro de los títulos de la autora (Hasta que pase un huracán, 2012. Reeditado por Laguna Libros en 2015) en donde explora aquel interés por la identidad y la imposibilidad de pertenecer. Los personajes de Margarita García Robayo siempre van en busca de algo, tanteando, esperando, reflexionando acerca de la posibilidad de vivir y nada más, saberse presentes en un mundo repleto de ausentes. A lo largo de su obra, esta escritora se ha planteado tratar lo referente a la diáspora latinoamericana, la disolución de las identidades nacionales, los clanes familiares, los conflictos raciales y de clase.

Volviendo a Tiempo muerto… Aquí, no solo trata el concepto de la pérdida de identidad inmerso en un matrimonio que se viene abajo, también lo hace a partir de la figura de la madre, que no tiene hijos para que sean suyos, sino para que sean simplemente personas. Los ha parido, sí, y visto crecer, pero eso no le da acceso a nada, no le garantiza nada. “¿Qué es ser madre?”, es la pregunta que a través del personaje de Lucía se hace la autora de esta novela en la que la vida se teje al interior de una bola de estambre, en donde nada entra y nada sale. Y pasa el tiempo, pasa el tiempo, pasa el tiempo. El lector así lo siente en cada pasaje, con cada personaje: Lety, Sarakey, Kelly Jane y su mamá, Gonzalo y Elisa, su hijo extraño, las holandesas, David Rodríguez, Rosario…

La historia del amor destruido entre Lucía y Pablo es un retrato fino de ese tiempo vacío que se da entre dos personas que se aman, pero que se desconocen por completo; de ese viento tenue que sopla en los rostros y mueve los cabellos, que no acaricia sino que abofetea de a poquitos; el retrato de algo que fue y que ha decidido dejar de ser, una vida que se pensaba en plural y se ha dado cuenta de que no puede ser, de que no se pueden fijar momentos, no se pueden guardar recuerdos frescos para siempre, pues somos todos víctimas inconclusas de ese tiempo muerto que va pasando y arrasando en cada gesto.


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