Por Berna González Harbour Foto ilustración Luis Tinoco
Revista V (Es)
Hay vida después de Andrea Camilleri, y sobre todo hay una vida explosiva, variada, internacional, muy homologada a las voces del thriller con sabor a película norteamericana o serie de televisión. Si el espagueti western triunfó en los sesenta con esos paisajes áridos de Almería u Hoyo de Manzanares, en los que se podía simular una persecución en la frontera mexicana, algunos hablan ya del espagueti crime, las nuevas novelas negras italianas que están triunfando en decenas de países con su fórmula más global. Luca D’Andrea, Antonio Manzini, Sandrone Dazieri, o Mirko Zilahy están renovando con fuerza las estanterías del género estos meses, al tiempo que llegan a España hoy traducidas voces anteriores como la de Marco Vichi en convivencia con el viejo maestro siciliano que, según los consultados, ha hecho posible todo esto.
“Sin Camilleri yo no estaría aquí”, reconoce Luca D’Andrea, que ha irrumpido con fuerza en las listas de los más vendidos en España con La sustancia del mal. "Él ha creado el espacio en Italia y a partir de él los editores han empezado a alentar esa narrativa”.
El giallo italiano (la novela negra, que allí tomó el nombre del amarillo que marcaba las portadas de Mondadori en los años treinta) floreció en los noventa de la mano de firmas como Massimo Carlotto y Carlo Lucarelli, aupados en una Italia azotada por crímenes en la que, según D’Andrea, “los grandes diarios no tenían mucho dinero para grandes investigaciones periodísticas sobre crímenes”. “Esa generación se dijo: 'lo vamos a hacer', y la novela negra se convirtió en un instrumento de investigación criminal que culminó con Saviano y la Camorra”. La escritora Alicia Giménez Bartlett, buena conocedora del género en Italia, donde su Petra Delicado se ha abierto paso con enorme éxito, cree que “los italianos hace años que leen y aprecian el giallo. Distinguen muy bien entre novela culta y popular”. Dazieri se encuentra cómodo en el término spagueti crime: “Si funciona como el espagueti western, ¡bienvenido!”, ríe en un hotel de Madrid. “Hasta los años noventa en Italia los libros de misterio escritos por italianos no tenían mercado, eran como un derivado de lo americano y lo francés. Entonces llegó una nueva generación, de la que yo también he sido parte, y tomamos la técnica de los escritores internacionales que nos gustaban, pero para hablar del presente de Italia”.
Dazieri se siente portavoz de los bajos fondos y menciona a Lucarelli como retratista de Bolonia, a Carlotto, de la mafia del noreste, a Camilleri, de Sicilia. Bartlett añade a Marco Malvaldi, a Maurizio de Giovanni y Santo Piazzese como exclusivos portadores de un género “completamente autóctono que no remite para nada a los norteamericanos”. Paco Camarasa, comisario de Barcelona Negra hasta 2016 y autor de Sangre en los estantes (Destino), un canon personal y muy particular del género, distingue además de “ese hombre sabio llamado Camilleri”, a Massimo Carlotto, Gianrico Carofiglio y Giancarlo De Cataldo como “los tres mosqueteros del giallo.”
Pero es claro que el género ha dado en los últimos años un salto hacia un perfil más inquietante con sabor a Stephen King, el maestro compartido de autores como Dazieri o D’Andrea. “Camilleri es un gran escritor y sus personajes son fabulosos, pero no es inquietante”, sostiene Dazieri. “Y todos los demás parecen Camilleri de segunda, con historias siempre iguales: comisario de mediana edad, amante de la buena cocina, que investiga en su pueblo. El 20% de la novela es investigación y el 80% son sus asuntos: suena el despertador cuando está durmiendo, luego suena el teléfono, su asistente en comisaría normalmente es un idiota y le informa de que ha pasado algo, se levanta, se viste, piensa en su hija, o en un problema con su novia… y al fin surge el cadáver. Otros hacen lo mismo pero en otra época –el fascismo, el Imperio romano…- para no afrontar las contradicciones del presente, porque es mucho más difícil asumir riesgos. Y luego otros hacemos thriller, cosas más inquietantes y fuertes y espero que esto rompa un poco esta homogeneidad. Yo al menos lo he intentado”.
La novela más reciente de Dazieri, El ángel, toma el azote de los atentados yihadistas como telón de fondo y construye una vertiginosa historia en la que la duda del autor es la protagonista. Ocurre en Italia, pero igualmente podía ocurrir en Niza, Mánchester o el Bataclan de los últimos años. D’Andrea elige a un protagonista norteamericano para desarrollar su thriller en la montaña italiana, conectando el ambiente de las Dolomitas con el espíritu y una mirada de EE UU. Y reconoce que la suya no es una novela italiana propiamente dicha sino que combina “receta italiana y receta internacional”. “Goethe lo llamaba literatura mundial. Mi generación creció leyendo novela rusa, americana, argentina, etcétera, además de tener al alcance la profusión de series de televisión y películas. Crecí con esa cultura metida en mi vida cotidiana”. Y provoca: “Si hoy Borges hubiera escrito con la posibilidad de Google ¿habría cambiado su obra? Creo que no se hablará más de escritores de una generación o un género determinado, sino de las cosas que tienen personalidad. En ese sentido la nacionalidad está en entredicho y lo que importa es la obra. La gente cree que Joël Dicker es americano, no suizo, porque mentalmente situamos el best seller en EE UU. Y es la clave del éxito de los autores internacionales. Como la cocina internacional”.
María Fasce, directora literaria de Alfaguara y una de los artífices de la apuesta por estos autores se apunta a la metáfora gastronómica: “El espagueti crime tiene una gran fuerza narrativa, equivalente a un buen plato de pasta: nada de los insípidos thrillers psicológicos anglosajones: pura historia, puros personajes, y el lector como detective: los ingredientes básicos y poderosos que hacen que disfrutemos a cada bocado. Siempre delicioso, y en manos de un buen chef, inolvidable”. Fasce cree que, al igual que Pierre Lemaitre inauguró una nueva época dorada francesa tras el auge de la nórdica, era de esperar que la italiana resurgiera tras la estela de grandes como Sciascia y Camilleri. “Cuando descubrí No está solo, de Sandrone Dazieri, y luego La sustancia del mal, Gerardo Marín, nuestro jefe de prensa empezó a hablar de la nueva tendencia: el espagueti crime. Y la fórmula empezó a circular”.
Ángel de la Calle, autor y director de contenidos de la Semana Negra de Gijón, cree que “desgraciadamente, cada vez los escritores leen menos y ven más series de televisión”. Mirko Zilahy, por ejemplo “busca el best seller a la italiana. La construye con tiralíneas. Sucede en Roma, pero si me dicen que es Seattle o las afueras de cualquier ciudad americana sería igual de prefabricado el paisaje. Y la historia. Zilahy es muy joven: mejorará”. Se refiere a Así es como se mata, su primera novela, traída a España también por Alfaguara. Entre estos tres, De la Calle prefiere a Dazieri: “Se nota que es productor de televisión, pero de todos ellos me parece el mejor. Si te gustan los asesinos en serie con motivos de venganza justiciera y con ganas de convertirse en ídolos mediáticos. Es un profesional de la escritura, sabe dosificar y utiliza de forma muy interesante la personalidad dispersa de su personaje principal. Esta cuestión del problema psicológico (asperger mayormente, influencia de la serie danesa The Bridge, que ya parece una imposición en cualquier novela o serie que pretenda asustar sin meter miedo”.
Lo cierto es que el propio Dazieri es “neurodiverso” medicado, como relató en entrevista a EL PAÍS, y sin duda esa experiencia la ha aplicado a sus personajes, neuróticos o esquizofrénicos. De la Calle -que habla de espagueti nero o crime”- destaca también a Manzini, un alumno aventajado de Camilleri al que cree que supera. “La influencia de Camilleri es notable, pero es inteligente escribiendo y sus historias son creíbles”. Manzini también es director de cine -como Dazieri es guionista y D’Andrea ha hecho documentales de televisión- y su experiencia como actor también le ha valido para crear diálogos y personajes de gran profundidad en sus novelas, como destaca Anik Lapointe, su editora en Salamandra. “El subjefe Rocco Schiavone, su creación, es canalla y políticamente incorrecto, pero defensor de los más desprotegidos, lamenta y maldice cada día que pasa su destino no deseado: no le gustan las montañas, no soporta el frío y detesta los pueblecitos bucólicos de postal. Manzini narra siempre con agudeza y compasión y aborda a cara descubierta, en la mejor tradición de la novela negra social, temas como el racismo, la inmigración, la corrupción y las mafias. Por todo ello, se ha convertido sin duda en el heredero más aventajado de la gran novela negra mediterránea, que sigue teniendo a Camilleri como máximo exponente”.
Herederos o renovadores, los detectives de hoy fuman porros, inyectan mayor ritmo a sus obras y amplían temáticas con el terrorismo, la inmigración y las amenazas globales. Y sus autores, veteranos y jóvenes, están encontrando un camino fértil en las traducciones internacionales y el cine. La es que la novela negra, hoy, es de ida y vuelta.
En las librerías:
Antonio Manzini, Roma 1964. Sol de mayo, Pista negra, Las costilla de Adán, Una primavera de perros (Salamandra).
Luca D'Andrea, Bolzano 1979. La sustancia del mal (Alfaguara).
Sandrone Dazieri, Cremona 1964. El ángel y No está solo (Alfaguara).
Marco Vichi, Florencia 1957. Un asunto sucio, La fuerza del destino, El comisario Bordelli (Duomo Ediciones).
Mirko Zilahy, Roma 1974. Así es como se mata (Alfaguara).
Andrea Camilleri, Porto Empedocle 1925. Un nido de víboras (Salamandra).
Paco Camarasa. Sangre en los estantes (Destino)