Por Eleonor Wauquier Foto Darwin Borrelli
El País (Uy)
En un hall de hotel decorado con una gran biblioteca llena de libros y un mapamundi, un señor visiblemente cansado pero sonriente llega al lugar de la entrevista.
Pierre Lemaitre, nacido en París en 1951, es escritor y guionista y ha ganado el premio Goncourt 2013 por su novela Nos vemos allá arriba. Se formó en psicología y dedicó la mayor parte de su vida a la enseñanza de la comunicación, cultura general y literatura para bibliotecarios. Se lanzó tarde al mundo de la escritura, con 55 años, pero recuperó el tiempo perdido logrando múltiples reconocimientos literarios, así como la traducción de sus novelas a más de veinte idiomas.
Es detallista con esta cronista, bromea sobre la cantidad de métodos de grabación, y la trata de paranoica aunque de forma amable. Era previsible: usa ropa negra y no es casual, en sus fotografías más divulgadas viste con indumentaria oscura, como si tratara de ser coherente a un nivel casi delirante. Antes de la entrevista, que se realiza en francés, comienza con un interrogatorio cordial: de dónde, por qué, para qué. Analítico, detallista, puntilloso y didáctico, no deja nada al azar, igual que en sus novelas. Explica todo en forma rápida con énfasis en los conceptos clave, una cualidad quizá adquirida en sus años de docencia para bibliotecarios y estudiantes de secundaria. Ama narrar novelas pero es aventurero en los formatos. En realidad ama las historias. Ha escrito guiones para cómics, un documental sobre un voluntario que ayuda a los sin techo, y ahora quiere transformar su novela en una serie televisiva para el canal francés Arte. Y eso contribuye al efecto enigma: tras haber leído 2.590 páginas de Lemaitre en varias de sus novelas, esta cronista tiene más preguntas que respuestas.
El cólera.
—Es frecuente que usted cite a Hitchcock cuando dice que “cuanto mejor es el malo, mejor es la película”. Sin embargo usted niega lo maniqueo y le gusta difuminar la línea entre el bien y el mal.
—Si uno piensa en la novela Recursos Inhumanos, creo que hay que tomar el sistema de la empresa como un personaje. Los personajes tienen que poder ser tomados en perspectiva y tener distintas tonalidades, si no, uno tiene novelas monolíticas con los buenos, los malos, con fracturas. Aquí el personaje tiene ambigüedad, pero el resto de los personajes están bastante marcados. Sin embargo el propio sistema actúa como un personaje. Es en ese sentido en el que digo que siempre hay un malo en mis libros, pero el malo verdadero puede no ser alguien de carne y hueso. Por ejemplo en la novela Nos vemos allá arriba el malo es el sistema social, y contra él es que lucha el protagonista.
—Pero usted también ejerce ese rol: es en extremo malo con sus personajes. ¿Por qué llevarlos siempre a situaciones límite?
—Es una regla de la novela negra. Se toman los personajes en su pasión cuando están en período de crisis. No existe novela negra en la que no haya una crisis, que puede darse en una pareja o en una amistad; cuando un evento genera la crisis es cuando la novela empieza realmente. Además, volviendo a la pregunta anterior, tener personajes colectivos que están en falta es lo que diferencia a la novela negra de la novela policial. En el policial el culpable es un individuo y en la novela negra es el sistema. Delambre, el personaje de Recursos Inhumanos, no es para nada un estratega, es un táctico. No sabe nada de estrategia a largo plazo, pero de forma táctica sabe jugar y siempre sabe cuál va a ser su próximo golpe. Y en realidad tengo muchos personajes que caen en su propia trampa. Delambre lo hace porque es un buen reactivo. Es decir, está ante el obstáculo y encuentra una solución. Ahí está su trampa principal: si él no fuera bueno en eso, no habría historia que contar. El problema es que es un tipo que tiene las reacciones correctas en el momento correcto. Si no lograra eso, sería más feliz, se quedaría con su mujer, sus hijos... el problema es que lo logra… Me estoy dando cuenta que es una constante en mis libros: los personajes caen en su propia trampa.
—Y qué trampas... ¿Pero cómo llega a ese nivel de oscuridad?
—Hay bastante gente que le dice a mi mujer: “¿Cómo hiciste para casarte con un tipo con esas ideas?” En realidad me estás preguntando eso en forma educada: cómo se vive con un imaginario así. Bueno, sería un hombre muy infeliz si no lo hiciera. ¿Por dónde iba a sacar mi cólera?
— ¿Qué le provoca tanta cólera?
—El mundo no gira como yo quiero. Y estoy enojado por la manera en que gira, entonces siempre estoy enojado. Escribo historias donde trato de retratar personajes que son víctimas de este mundo que no está bien. En Recursos Inhumanos me encuentro con que la empresa es un elemento muy patológico, muy patógeno. Es un sistema que vuelve locos a sus integrantes, ¡y para eso ya tienen a su familia! De la familia a la escuela y de la escuela a la empresa, es un poco severo, ¿no crees? Y por eso estoy enojado, creo que son instituciones que a uno lo vuelven loco, primero porque ya en sí mismas son neuróticas. Pero además no funcionan. Entonces si no tuviera la escritura para sacarme los nervios, quizás sería un militante político. Habría encontrado alguna manera de decir las cosas. Elegí la novela porque más o menos sé contar historias y me da mucho placer. Es un trabajo demiúrgico.
— ¿Por qué?
—Bueno, escribo una escena, en un campo. Si decido que el campo es amarillo, así será. Hay como un poder. O tengo a un personaje y hago con él lo que quiero. Si quiero que esa mujer sea una puta, será una puta. Yo describo a muchos personajes femeninos, es un poco abisal, vertiginoso. Hacen lo que yo quiero. En el absoluto se trata de eso, hay algo un poco machista… y eso que no me gusta el machismo. Fui criado por feministas, pero pienso en la manera en la que hice a mis personajes, y hay algo demiúrgico propio de la creación por un lado, y por el otro de una inmensa comprensión del mundo feminista. El personaje Alex, protagonista de la novela Alex, es una resistente, una mujer que tuvo muchísimas dificultades para sobrellevar la violencia familiar y es una cosa a la cual soy extremadamente sensible. Tengo el poder de ser machista mientras escribo novelas más bien compasivas. En cuanto a la manera que tengo de construir a los personajes, hay como un goce en el hecho de poder hacerlos como yo quiero. Cuando esa pulsión de placer se vincula a la creación de personajes femeninos, pienso que en cualquier otro hombre se revelaría el poder del hombre sobre la mujer —podría llamarse un acto machista. Ahora, políticamente, no tengo miedo de esa crítica porque no me toca. Yo sé lo que soy. No soy un machista, creo que hasta soy generoso con las mujeres, y tengo una sensibilidad muy viva hacia la resistencia femenina.
—Pero deja eso siempre para el final, no siempre es evidente.
—Todo el mundo llega. Tengo un paquete con un hilo y lo que trato de hacer es que la última frase desate el nudo final y todo se abra. Lo ideal sería que el lector lo vea y diga: “bueno, me perdí de todo esto, tendría que releer todo el libro”.
Intriga, angustia, entusiasmo.
—Usted explora muchos temas profundos relativos a los sentimientos del ser humano. ¿En cada uno de sus libros hay una nueva comprensión del mundo?
—No, no soy lo suficientemente polimorfo como para tener una visión del mundo por libro, no tengo imaginación, mi capacidad de análisis se agota. En realidad creo que tengo una visión del mundo, pero no sabría definirla bien. En cada libro adapto mi discurso según la intriga. Para ser claro: cuando voy a escribir un libro, no me pregunto sobre el fondo moral, social o político de lo que digo, del sentido de mi historia, me importa un bledo el significado, lo que quiero primero es una buena historia. En el momento en que comienzo a escribir, cuando me pongo a trabajar, busco que la historia vehicule mis valores. Pero uno también puede escribir la misma historia desde un punto de vista totalmente opuesto. Ves, si yo fuera un machista o un neoliberal exacerbado, podría perfectamente escribir la misma historia pero desde otro punto de vista. Como no soy un novelista de mensajes, un novelista militante, no uso mis historias para darle sentido a la existencia. Tengo colegas que lo hacen muy bien, y eso lo encuentro respetable. No es lo mío. No me veo buscando una historia para servir a una causa. Sin embargo trato que la historia muestre mis valores. Siempre tengo cuidado de no encerrar al lector en un punto de vista único, me gusta que sea libre en su opinión. En uno de mis libros hay un verdadero dilema moral. Alguien decide arrestar a un tipo por un crimen que sabe que no cometió en nombre de un crimen que realmente cometió pero por el cual no puede arrestarlo. Entonces la pregunta está en la diferencia entre la verdad y la justicia. Voy más allá. La última frase del libro es la del juez que realmente hace la pregunta, “De hecho la verdad, la verdad, la verdad… ¿Quién puede decir qué es verdad y qué no lo es, comandante? Para nosotros, lo esencial no es la verdad, sino la justicia, ¿no es así?”.
— ¿Qué elementos conforman para usted una buena historia?
—Yo escribo novela negra y una buena historia tiene que tener los ingredientes propios del género. Tiene que haber algo criminal, que puede ser una violación, una muerte, o un asesinato. Es la regla del género: tiene que contar cómo se llegó al crimen, o que cuente qué pasó después del crimen. También se podría hacer una historia sobre un crimen financiero. Hay que cumplir con la promesa de la novela negra: tiene que existir la posibilidad de rebote, de suspenso, y me refiero a algo que esperamos y que no viene, sea eso intriga, angustia, entusiasmo, crear afectos en el lector. Tiene que haber sorpresas porque si no, me aburro hasta el hartazgo. García Márquez lo decía también en una entrevista: si me aburro, va a ser lo mismo para el lector, entonces tengo que cambiar algo. Cuando escribes una novela, vives un año, un año y medio con la misma historia, no es como un artículo periodístico. Hay que querer a los personajes. Alcanzo una felicidad extrema cuando cuento cosas así. Por ejemplo, el personaje Alain Delambre: su humor me encantó. Y es eso lo que me permite sobrevivir un año entero con los personajes. Un año es mucho. Yo soy un tipo laborioso, no puedo escribir algo en cuatro meses. Nos vemos allá arriba, con toda la documentación, me llevó un año y medio. Al mismo tiempo no me quejo porque no quiero inundar el mercado con mis libros. Es mejor hacerse esperar.
Malo pero sincero.
— ¿Usted se considera entonces más un artesano que un artista?
—Sí, y eso decepciona un poco al público, que tiene ganas de que el escritor sea alguien excepcional. Cuando conocen al tipo y ven que se parece a su vecino de piso no les gusta. Yo los entiendo, pero no voy a hacerme el Miguel Ángel o el Chateaubriand para decir que la escritura me tortura, que tengo la angustia de la página en blanco. Si quieren puedo decirles que escribo con una pluma de oca, de tres a cuatro de la mañana, que estoy angustiado. Pero no.
—Por eso es que les dice a sus estudiantes que hay que confiar en la escritura, a la vez hay que tener cuidado con ella…
—Yo creo que es un buen consejo: tenga cuidado con la escritura, si confían demasiado en ella se van a decepcionar porque la escritura tiene sus límites y la historia puede hacerse trizas. No se le puede dar una tarea que no podrá realizar. Al mismo tiempo hay que confiar en la escritura, porque el proyecto puede modificarse. Ahora tengo un plan para un personaje, es un malo, un hombre político, un diputado. A medida que escribía y avanzaba encontraba que era malo pero sincero. Ves, es un deshonesto, y después en un momento se revela verdaderamente republicano y de repente en la escritura me pregunté a mi mismo si lo mantenía como personaje o no, y allí me di cuenta que era una buena trayectoria. En Nos vemos allá arriba hay un personaje que se llama Merlin, un inspector que piensa en su jubilación, desagradable, que además huele mal, es vulgar y aburrido. Pero es un republicano, y algo lo conmueve: los soldados que están enterrados. Ahí se emociona, se da cuenta de que esto no puede ser así y de repente se vuelve un justiciero. Es asqueroso, vulgar, grosero, maleducado pero de alguna manera es un hombre moral. Y cuando escribía me di cuenta de que tenía que hacer el trayecto al revés porque necesitaba que ese tipo representara la moral.
— ¿No se puede hacer una novela con personajes felices?
— ¿Pero qué quieres? Mira cualquier novela. Una historia es un personaje y un obstáculo. Es la regla de toda historia. Entonces, si hay un obstáculo, es una desdicha porque a priori un obstáculo es lo que te impide ir a donde querías, algo se interpone. Entonces, decirme que se hace una historia con infelicidad me parece tautológico. Mira a Edipo, Agamenón, existe desde los cuentos más antiguos. Sin la desdicha, no veo bien qué tipo de novela se puede escribir.
— ¿Cuál fue la novela más difícil de escribir?
—Esto tiene el riesgo de ser una respuesta de autor. El libro más difícil de escribir es el próximo. Parece una palabra, una vanidad. Pero en realidad es porque cuando uno termina un libro olvida las dificultades. Sabes que te esforzaste como un loco. Un libro, una vez que se termina, se relativiza un poco: si es bueno te olvidas de los malos momentos, y si es malo olvidas los buenos momentos. Preparar una novela, eso es lo más difícil. Ahora estoy preparando el escenario, la intriga principal de mi próxima novela, dos líneas deben cruzarse. Hay una línea que funciona muy bien, de la cual estoy muy contento, pero no encuentro la segunda y eso es muy difícil. Sé que en algún lado hay una historia pero no sé dónde, y eso me frustra. Una vez que encuentro una solución para eso paso a las dificultades técnicas y narrativas y me olvido de las dificultades de la génesis. En los problemas de estilo, un clavo saca a otro clavo. Por suerte es así, porque si uno fuera consciente de que todas las etapas son difíciles uno no escribiría más, sería desalentador. Una vez terminado un libro no lo juzgo como fácil o difícil sino como un objeto terminado.
—Usted dijo: “para mí, un país existe si su propia literatura me lo hace querer o admirar”. ¿Qué países de América Latina existen para usted?
—Fui casi educado por algunos autores latinoamericanos: García Márquez, Vargas Llosa, Octavio Paz, todos los clásicos, que leo mucho y en forma regular. Es un tipo de literatura cuyo imaginario y capacidad de contar un mundo social es absolutamente excepcional. Es un continente con una literatura muy inventiva. Primero porque es grande, hablan el mismo idioma, pero no son las mismas historias: los problemas de Argentina no son los mismos que los de Chile. Y de golpe, visto de lejos, es un continente fascinante desde el punto de vista literario.
IRENE, de Pierre Lemaitre. Alfaguara, 2015. Montevideo, 393 págs.
VESTIDO DE NOVIA, de Pierre Lemaitre. Alfaguara, 2014. Buenos Aires, 291 págs.
NOS VEMOS ALLÁ ARRIBA, de Pierre Lemaitre. Letras de Bolsillo, 2016. Barcelona, 443 págs.
ALEX, de Pierre Lemaitre. Alfaguara, 2015. Barcelona, 383 págs.
ROSY & JOHN, de Pierre Lemaitre. Alfaguara, 2016. Montevideo, 158 págs.
CAMILLE, de Pierre Lemaitre. Alfaguara, 2016. Madrid, 313 págs.
TRES DIAS Y UNA VIDA, de Pierre Lemaitre. Salamandra, 2016. Barcelona, 221 págs.
RECURSOS INHUMANOS, de Pierre Lemaitre. Alfaguara, 2017. Buenos Aires, 389 págs.
El sistema gana
Inspirado en una noticia de la vida real sobre la decisión muy condenada del jefe de France Televisión, Lemaitre desarrolla en la novela Recursos Inhumanos un perverso encadenamiento de sucesos. En un momento en que la sociedad está agotada por la presión en el trabajo o desesperada por el desempleo, el escritor narra un feroz juego de roles en el que se simula una toma de rehenes. Como lo dice el autor, “para un novelista, una información así es casi un sueño”. Algunos jugarán para obtener un puesto de asistente de recursos humanos, y el resto, los altos gerentes, serán engañados y empujados al límite porque el propio departamento de recursos humanos necesita deshacerse de la mayoría de ellos.
Como en todas sus novelas nada es blanco o negro, y ganan los grises en todas sus tonalidades, es decir, la absoluta ambigüedad. Sus obras muestran algo tan fuerte de la sociedad que para soportar lo verosímil se vuelve más poderoso que la verdad: “pedirle a un hombre que escribe ficción que sea verosímil es tan ridículo como pedirle a un pintor figurativo que represente las cosas con exactitud. Lo dice Hitchcock, creo”.
Pero la historia que cuenta Lemaitre no es una acusación directa o una metáfora que describe a los asalariados como rehenes del capitalismo. En ese sentido hay que confiar: sabe de lo que habla después de veinte años golpeando las puertas de las editoriales para lograr ser publicado.
El lector puede experimentar un déjà vu, porque aquí se vuelve a un formato literario que ha ganado muchos adeptos, como había ocurrido con Vestido de novia. La novela se divide en tres partes: antes, durante y después. A eso hay que agregar que el ganador del Goncourt revela sólo lo necesario, sabe manejar al lector y se divierte armando un héroe despiadado, un desempleado víctima de un sistema que Lemaitre cuestiona sin demagogia. Delambre, el personaje principal, un perdedor depresivo que no se conforma con su situación, se vuelve cada vez más inhumano en respuesta a esta realidad. Según el autor, “La escritura de guiones me enseñó que cuando uno se identifica con un personaje, tiende a no querer lastimarlo. Pero para que una novela sea buena, hay que ponerle la cabeza bajo el agua y no dejarlo salir hasta que esté al límite del ahogo”.
Este libro va más allá de la novela negra psicológica y de su increíble efecto page turner, y quiere cuestionar a los que dicen que el dinero no hace la felicidad. Quizás estar solo y rico sea la solución y merece un combate en el que se cometerá lo irreparable para volver a ganar la dignidad. Es lo que Lemaitre terminará de discernir hacia el final de esta oscura novela.