Por Isabel Peláez
El País de Cali
Aclara que su nombre es ese, Alma Estela, y que firma sus libros como Alma Guillermoprieto, así, todo junto. Es una reconocida periodista que ha trabajado con The Guardian, diario británico para el que cubrió la insurrección nicaragüense; el Washington Post, periódico estadounidense en el que reveló la masacre del Mozote en El Salvador.
En los años ochenta fue jefa para América del Sur de la revista Newsweek. Y ha escrito sendos reportajes para las revistas The New Yorker y The New York Review of Books.
Es autora de media docena de libros publicados en inglés y en español: En Samba (1990) narra una temporada en una escuela de samba en Río de Janeiro; ‘Desde el país de Nunca Jamás’ (2011) es una antología de crónicas que hablan de ‘La masacre más grande de América Latina’, de Sendero Luminoso, del grupo de pop Menudo y de las sectas religiosas en Brasil.
Sobre Colombia ha escrito diferentes crónicas en la antología ‘Al pie del volcán te escribo’ y ‘Las Guerras en Colombia: tres ensayos’.
Esta periodista mexicana criada en Nueva York, ha dado diversos talleres para jóvenes colegas latinoamericanos y entre los múltiples reconocimientos que ha recibido por su labor, ganó el Premio Ortega y Gasset de Periodismo (2017).
¿Usted pudo ser cantante de blues o bailarina, por qué finalmente se decidió por el periodismo o este llegó a usted?
Sí, yo no me decidí por el periodismo, fue un accidente, la vida se compone de accidentes, más que de las cosas que uno quisiera que pasaran. Lo que me llevó al periodismo fue la curiosidad de conocer el mundo. Fue esa suerte y la de contar con editores que siempre pensaron que yo tenía talento para reportear y escribir y que me alentaron a hacer algo que no se me hubiera ocurrido nunca.
Usted quería ser bailarina, ¿por qué no siguió en ese camino? ¿Es cierto que no la admitieron en la academia danza?
No estuve en una academia ni la danza se hace en una academia. Yo fui bailarina en México y en Nueva York, pero consideré que no tenía el talento necesario para bailar con la relevancia que hubiera querido.
¿Pero sí es cierto que el periodismo llegó a usted por una circunstancia: que no había corresponsales para ir a Nicaragua y la llamaron? ¿Cuál fue la mayor lección que tuvo como corresponsal en Centroamérica?
Después de los años de ilusión en que pareció que nació un mundo maravilloso y que pensamos que el resto de Centroamérica iba a tener unas revoluciones que derrotarían dictaduras y acabarían con las violaciones a los derechos humanos, lo que yo aprendí, que es una lección difícil, es que la mayoría de las personas no quieren una revolución, la mayoría quieren es vivir en paz y estar un poquito más tranquilas, más estables, y si se puede, un poquito más prósperas. Pero la mayoría de la gente no quiere ser héroe.
Precisamente, respecto a la paz, después de la firma de esta en Colombia entre gobierno y guerrilla, ¿cuál considera que es la tarea que tiene nuestro país para reparar a sus víctimas?
La tarea más importante es darle un futuro a los jóvenes y eso tiene que ver con el sistema educativo y con las posibilidades laborales. Pase lo que pase con el proceso de paz en sí, me parece que el cambio que se va a necesitar es a largo plazo y va a requerir de paciencia y no celebrar triunfos antes de tiempo.
Usted dijo en alguna ocasión que el periodismo estaba en decadencia, luego rectificó que había sido muy pesimista, ¿cuál es su visión ahora de este oficio, con todo y los avances tecnológicos que juegan a favor y en contra?
Sí, yo creo que nunca dije que el periodismo estaba en decadencia, que es una condición casi moral, lo que pienso hasta la fecha es que el periodismo que hemos conocido, en el que yo me he criado, es un periodismo que se está muriendo. Es diferente. Yo hago un periodismo que ya no se seguirá haciendo por muchas razones, entre estas el cambio tecnológico. La polarización, no solamente en Colombia sino en el mundo, ha hecho que los periódicos pierdan mucha credibilidad. Lo que trajo el Internet es la posibilidad de que cada quien haga su propio periódico en línea. Cuando uno asume las cosas que cree de antemano, pierde el interés por el periodismo.
El periodista, dice usted, no debe perder nunca la capacidad para sorprenderse, ¿qué otros consejos le daría a los reporteros actuales?
Sí, el periodista nunca debe perder la capacidad de sorprenderse, es la primera clave en el periodismo, nunca se puede abandonar. Uno nunca debe dejar de hacer preguntas y debe saber también cuándo tiene una historia que es la que hay que contar. A los jóvenes, que se preocupen no por hacer el periodismo que hicimos nosotros, sino el periodismo que va a tocar en el futuro, que se va a definir por la revolución tecnológica y de las ciencias biológicas. Que se preocupen realmente por el cambio más importante que está ocurriendo en el mundo que es ese.
¿Por qué considera que Colombia es el mejor lugar para pensar?
Aquí se rompieron tantos lugares comunes y han fracasado tantas respuestas fáciles, que estar en Colombia da la posibilidad de pensar todo de manera nueva.
Me llama la atención que en algunas entrevistas usted habla de un jardín, ¿Cuándo empezó a cultivarlo y qué siente cuando está en ese lugar?
Yo tiendo a pensar demasiado y un jardín es un lugar adonde uno no piensa sino que ve, siente, trabaja, suda y se alegra. El jardín ha sido muy importante para mí.
Y es cierto que su vicio es comer pan y también sabe hacerlo muy bien...
Sí, la cocina también ha sido de mis grandes placeres. Soy de naturaleza bastante doméstica, me dio por aprender a preparar pan y creo que me queda muy bien.