Por Jorge Andrés Osorio Guillott
El Espectador
Las letras de este escritor alemán no son fáciles de digerir. Parte de su personalidad apática y su escritura rencorosa pudo surgir de los problemas de violencia doméstica con su papá en la infancia. Pocos son capaces de aceptar que el realismo sucio es algo que nos empapa a todos, ya sea en las cuatro paredes de nuestro hogar o en el asfalto por el que compartimos con la sociedad. Del realismo sucio se puede decir que nació entre los años de 1970 y 1980 en Estados Unidos, precisamente a manos de Bukowski y de su personaje insignia: Henry Chinaski. Este último aparece en novelas como Mujeres (1979), La senda del perdedor (1982) y Hollywood (1989). Chinaski es considerado su alter ego y su figura autobiográfica, pues en él se plasma el gusto visceral por el alcohol, las mujeres y la vida marginal. (Lea: Bukowski presidente)
Debido a la importancia transversal del personaje Chinaski en la obra del padre del realismo sucio, Barbet Schroeder, director francés, decidió realizar en 1987 la película Barfly: el borracho, que data la vida del personaje ficticio y que lleva el libreto del mismo Bukowski para dejar algunos referentes y algunas pistas de su vida personal. Barbet Schroeder siempre estuvo interesado en proyectos relacionados con el realismo sucio y la vida de los suburbios, tan es así que, como dato curioso, colaboró con la adaptación de la película sobre la novela de Fernando Vallejo La virgen de los sicarios.
Visto como un escritor degradante y soez, Bukowski se llenaba de coraje para escribir sobre adicciones al alcohol, al sexo y a una vida sin pudor. Su cruda sensatez y su prosa sin censura lograban generar grandes polémicas entre aquellos que aceptaban que su literatura es un espejo de lo que somos y aquellos que veían en el escritor alemán a una persona irreverente y sin una narrativa locuaz y elegante. Textos como La máquina de follar (1972), Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones (1972) o Música de cañerías (1987) son algunos de los títulos que generan rechazo y prejuicios en aquellos que han visto por primera vez estos libros.
Fue muy amigo del actor estadounidense Sean Penn, a quien alguna vez le aceptó una entrevista para Interview, en 1987. Allí, nuevamente no dejó espacio para la camaradería y afirmó con cierto tono de anarquía por las figuras establecidas que “Shakespeare es ilegible y está sobrevalorado. Pero la gente no quiere escuchar esto. Uno no puede atacar templos. Ha sido fijado a lo largo de los siglos. Uno puede decir que tal es un pésimo actor, pero no puede decir que Shakespeare es mierda”. De ahí que también haya generado revuelo entre los literatos de la época y de las editoriales, que muchas veces lo rechazaron. Por eso se mantuvo fiel a Black Sparrow Press, editorial comandada por John Martin, quien vio en Bukowski una oportunidad de engrandecer su espacio para las letras. Así, luego de que Bukowski trabajara más de una década en el servicio postal de Los Ángeles, Martin ofreció pagarle 100 dólares mensuales con la condición de que se dedicaría a la escritura y a la creación de nuevos textos llenos de esa realidad espesa y grisácea que lo rodeó siempre.
En medio de ese realismo sucio, a Bukowski también lo atrajo la poesía para volver a los lugares comunes de su escritura. Habló de mujeres, de la cerveza y el vino, de su afición por los caballos –que nació como un método para aislarse de la bebida– y de su interés por realzar una estética de los perdedores y los no-aceptados en la sociedad. Sin embargo, la poesía no fue el centro de atención en su obra a pesar de haber escrito más de 30 poemarios. Algunos de los textos más conocidos fueron Arder en el agua, ahogarse en el fuego: selección de poemas 1955-1973, y El amor es un perro del infierno (1974).
Vagabundos, viciosos y conflictivos. En pocas palabras, a Bukowski siempre lo permearon los personajes marginales. Su literatura se basó en una consolidación de la derrota y del alzamiento del fracaso como un discurso de la realidad.
Sus personajes fueron siempre en contra del sistema, en contra de la corriente y de la superficialidad que imponen el mercado. Y, a pesar de su estética de la fealdad y su constante intensión por negarlo todo, siempre rescató el ejercicio de la escritura, pues como dijo alguna vez: “ganarse la vida con una máquina de escribir es el milagro de milagros”.