Por Michael Paulson. Traducción: Román García Azcárate
The New York Times
Edward Albee murió el otoño nórdico pasado. Pero el famoso dramaturgo está haciendo un último pedido desde el más allá: quiere que dos de sus amigos destruyan todo manuscrito que haya dejado incompleto.
La instrucción –incluida en un testamento que Albee hizo en Long Island, donde vivía y murió– es inusual, pero tiene precedentes. Hay una expresión en el mundo legal para tales instrucciones –control de mano muerta– y, si bien su cumplimiento ha variado y su aplicabilidad es opinable, distintos artistas han intentado hacerlas funcionar, desde Franz Kafka hasta uno de los Beastie Boys.
Hasta el momento, la incidencia del testamento de Albee es un misterio. Por intermedio de un portavoz, los albaceas –un contador, Arnold Toren, y un diseñador, William Katz, ambos viejos amigos del dramaturgo– se negaron a contestar cualquier pregunta. No quieren responder si ya se han destruido algunos papeles de trabajo. Pero sí han estado ocupándose de otros aspectos del testamento.
Este otoño, por pedido de los sucesores, Sotheby’s subastará más de 100 obras de arte que coleccionaba Albee; las utilidades, estimadas en más de u$s 9 millones, favorecerán a la fundación que lleva su nombre (el dramaturgo, que era gay, nunca se casó, no tenía hijos ni parientes cercanos). Los albaceas han dejado en claro que piensan honrar los deseos de Albee, aun si fueran controvertidos. En mayo, por ejemplo, se negaron a permitir que un pequeño teatro de Oregón pusiera un actor negro en lugar de un personaje rubio en la puesta en escena de la obra más famosa de Albee, ¿Quién teme a Virginia Woolf?, haciendo referencia a las intenciones que el autor expresó en vida.
Ahora están en juego, mínimamente, los borradores más recientes del último proyecto conocido de Albee, Laying an Egg (Poner un huevo), sobre una mujer de mediana edad que se esfuerza por quedar embarazada. (Un aspecto del argumento se relaciona con el testamento del padre de la mujer). La obra se programó dos veces para su puesta en escena en el Signature Theater, una organización sin fines de lucro de Nueva York, off Broadway, y las dos veces Albee la levantó, diciendo que no estaba lista.
Aunque los albaceas destruyan el borrador, pueden existir otras copias —una productora de Broadway, Elizabeth Ireland McCann, dijo que tenía una versión parcial del libreto— pero no se sabe con certeza si Albee le ha agregado al proyecto más trabajo que solo ha visto él. Tampoco queda claro si ha dejado otros manuscritos incompletos o si las expresiones del testamento podrían interpretarse de tal modo que se apliquen a borradores anteriores de sus obras publicadas.
“¿Me decepciona? Sí, porque todo pequeño fragmento de cada cosa que un escritor haya escrito facilita una percepción del proceso creativo del escritor”, dijo David A. Crespy, presidente de la Sociedad Edward Albee y profesor de dramaturgia de la Universidad de Misuri. “Pero, ¿me sorprende? No. Albee ejercía un control estricto sobre el material que tenía acceso público”.
A Albee se lo conoce sobre todo por ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, un intenso drama suyo de 1962 que fue adaptado para una película protagonizada por Elizabeth Taylor y Richard Burton. El ganó el premio Pulitzer tres veces –en 1967 por Delicado equilibrio, en 1975 por Seascape (Paisaje marino) y en 1994 por Tres mujeres altas– y el premio Tony dos veces, en 1963 por Virginia Woolf y en 2002 por La cabra, o ¿Quién es Sylvia? También ganó en 2005 un premio Tony por su trayectoria. La obra del dramaturgo, que murió en setiembre a la edad de 88 años, se representa frecuentemente; el año próximo se estrenará en Broadway una nueva versión de Tres mujeres altas con Glenda Jackson y Laurie Metcalf.
El testamento, firmado por él en 2012, fue presentado en la Corte de Sucesiones del condado de Suffolk; la disposición en cuestión dice en una parte: “Si en el momento de mi muerte yo dejara manuscritos incompletos, instruyo por el presente a mis albaceas para que destruyan los mismos”. Hay una disposición cuyo contenido puede generar complicaciones, en la que se establece que queda a criterio de los albaceas determinar qué material se considera incompleto.
Diversos artistas entrevistados apoyaron el derecho de Albee de decidir la disposición póstuma de sus escritos. Hay una larga historia de herederos que sustituyen con sus propios juicios los de los artistas muertos y poca jurisprudencia al respecto en cuanto a si eso está bien. Entre los ejemplos más famosos: Kafka le pidió a su amigo que quemara sus diarios y manuscritos, pero en cambio el amigo autorizó la edición de sus novelas sin publicar; Eugene O’Neill no quería que Viaje de un largo día hacia la noche se publicara ni se representara hasta 25 años después de su muerte, pero la viuda lo permitió al cabo de tres años; Adam Yauch, uno de los Beastie Boys, incluyó en su testamento una disposición en la que prohibía la utilización de su música en publicidad, pero la validez de la disposición fue rápidamente cuestionada.