Por Isaías Pela Gutiérrez
El Espectador
Aunque se convirtió en un autor de culto y su destino ha sido el de permanecer oculto (al contrario de muchos autores de culto), Néstor Sánchez no ha dejado de ser una referencia polémica en las letras del mundo. Lo fue en la década del 60 del siglo pasado, cuando publicó sus primeros libros. Sin embargo, las nuevas generaciones —del 80 para acá— no saben nada de él. Entre nosotros, los estudiantes de creación literaria y los escritores jóvenes no lo tienen en sus listas. Incluso, muchos argentinos lo ignoran. Federico Andahazi me dijo alguna vez que Néstor Sánchez era mexicano.
Cuando publicó Nosotros dos y Siberia blues, en 1966 y 1967, sus primeras novelas, con el entusiasmo de la Editorial Sudamericana de Buenos Aires (el mismo año de Cien años de soledad), se prendieron las alarmas rojas. Sánchez apenas llegaba a los 30 y ya sus artículos críticos aparecían en revistas y periódicos nacionales (Primera Plana, Artiempo, Confirmado). Pronto se iría contra el naciente Boom de la narrativa latinoamericana. En 1963 había publicado el libro de cuentos, del que renegó, Escuchando a tu hijo. Y luego, con cada nuevo libro suyo —en vida no fueron muchos—, cambiaría la orientación de su escritura e iría buscando nuevas rutas para su lenguaje literario. La antinovela y las expresiones que rompieran con todos los cánones de la historia de la literatura se convertirían en sus mejores banderas. Rehusó, desde el comienzo, la golosina del mercado del libro: sentía aversión por la literatura “dedicada al buen negocio de la facilidad y los lugares comunes” y no quiso adherir al “compromiso” intelectual alegado por las ideologías que llegaban de Francia. Anduvo en contravía y se animaba con las lecturas de la Beat Generation, de sus compañeros de Opium y Sunda, y de los que leía y traducía: Céline, Klossowski, Claude Simon, Pavese, Michaux, Caillois, Enrique Molina, Madariaga, etc. Antes de ser publicado en francés por Gallimard y reeditado por Seix Barral en España, Julio Cortázar salió en su defensa: “No soy crítico ni ensayista ni pienso defender a Sánchez, que ya es grandecito y sale solo de noche”, “Sánchez es un novelista muy criticado y muy combatido por el carácter experimental, muy audaz, de su obra”, “Néstor Sánchez tiene una imaginación muy extraña y trabaja con base en síntesis fulgurantes”, “Es un hombre que rechaza los moldes ordinarios de la literatura”, que “está lleno de belleza porque va en contra de todos los lugares comunes”.
Luego de sus dos primeras novelas, en 1968, Néstor Sánchez comenzó su misterioso periplo por el mundo. Se inicia como traductor del francés e italiano. Le otorgan la que será una de las becas más famosos entre los escritores latinoamericanos: la International Writing Program, de la Universidad de Iowa. No la resiste por más de cuatro meses y viaja a Caracas. Y luego a Roma. En 1969 publica, dedicada a su hijo Claudio, su tercera novela, con Sudamericana, con más variables en su escritura, siempre enmendándose a sí mismo y sin dejar la posibilidad de que esta novela sugiriera otra nueva: El amhor, los orsinis y la muerte (1969). De esta novela haría un guion cinematográfico que, luego de leerlo, Truffaut le diría: “Es un excelente guion para escribir una novela”. Julio Cortázar y Julio Ortega la elogiarían. Mientras tanto, en 1970 prepara una antología de Cesare Pavese para Monte Ávila de Venezuela. E instalado en Barcelona comienza a escribir su cuarta novela, Cómico de la lengua, para lo cual Seix Barral le dará todo el impulso necesario, así Sánchez maldiga a los escritores del Boom. La editorial de los “poetas” se la juega con los dos bandos. Cortázar libra su batalla de la liberación por la liberación. Antes había escrito: “A Sánchez no lo he visto nunca, a veces me escribe unas cartas entre sibilino y retobadas”.
Esa cuarta novela aparecerá en 1973, en Seix Barral, pero para ese momento ha comenzado la etapa crucial de Néstor Sánchez, quien pasará de autor de culto a escritor oculto.
Es el tiempo en que conoce a Gurdjieff y Carlos Castaneda y se apasiona por ellos. Viaja a París, donde trabaja con Gallimard como traductor. Sigue pensando en la muerte. ¿Cómo es que no nos damos cuenta de que todo conduce a la muerte? ¿Cómo podríamos prolongar la vida? Fueron catorce años de fuga. Al regresar diría que simplemente se trataba de “su enorme capacidad de generar conjeturas”. En su fuga, sin embargo, coordina talleres de creación literaria en Niza (Francia) y en Los Ángeles (EE. UU.), y mientras tanto aparece su cuarta novela, Cómico de la lengua, en España (Seix Barral, 1973) y traducida al francés (Gallimard, 1975).
Cuando vive en los Estados Unidos, bajo las orientaciones de su maestro Gurdjieff, Néstor Sánchez sale de onda. “Viví catorce años dedicado por entero a lo que creía una experiencia iniciática”, “Yo buscaba vivir más. Estaba convencido, en mi enfermedad, que se podía vivir 300 años”.
En 1986, su familia lo rescata de la calle, absolutamente deteriorado, irreconocible, vencido. El olvido ha caído sobre su cuerpo y sobre su nombre. Ocho años antes, en Buenos Aires, sus amigos se han reunido para rendirle, y le rinden, un sentido homenaje. Todos lo daban por muerto. Estaba muerto Néstor Sánchez, el anticanon, el antinovela, el poeta que escribía novelas sin temas, el poeta que había roto con las normas de la novela tradicional, el escritor poeta que no había podido inventar nada en Nosotros dos y en todas sus novelas porque sólo quería caer en el fondo de sí y de sus amigos, del ritmo del jazz y de la poesía.
Sánchez había sido en su juventud bailarín de tango en la compañía de su amigo de barrio Villa Pueyrredón, Juan Carlos Copes. Desde muy joven había hecho periodismo. Había leído poesía todos los días, más que prosa. Y en 1960 había tenido a su hijo Claudio para que lo protegiera del olvido (sin saberlo, por supuesto).
Los últimos años de Néstor Sánchez, después de 1986, fueron intensos, breves. Volvió a vivir de los talleres de creación literaria, pero decía que ya se le había acabado la vida que podía contar: “Me quedé sin épica”. Nunca había inventado nada en sus novelas, todo había sido la poética de su realidad. En 1988, la Editorial Sudamericana publicó su último libro de cuentos, La condición efímera, donde se destaca un cuento titulado Diario de Manhattan (“que escribiré en permanencia, por primera vez, con la mano izquierda”), lo ha dicho Federico Barea, un joven investigador literario, editor, que ha venido a Bogotá a mostrar en la Universidad Central el documental sobre la vida y obra de Néstor Sánchez, Se acabó la épica, de Matilde Michanie.
Néstor Sánchez murió en Pueyrredón el 15 de abril de 2003. La policía lo encontró dos días después.
Claudio Sánchez, su hijo, en la editorial La Comarca Libros, ha venido editando muchas páginas más, con sus monólogos, sus entrevistas, su didáctica, su fuego. Su amhor y sus orsinis y su evidencia de la condición efímera de nosotros dos, de nosotros todos.
* Escritor. Autor de once libros, desde Cinco cuentistas (1972) hasta El universo de la creación narrativa (2010). Maestro y creador del Taller de Escritores desde 1981, fundador y director de los programas de creación literaria de la Universidad Central. Autor de sello Pijao Editores, que hace parte de la Colección de Cuento Colombiano Contemporáneo.