Revista Pijao
El escritor brasileño que murió para contarlo en una novela
El escritor brasileño que murió para contarlo en una novela

Por Ezequiel Viéitez

Clarín (Ar)

Casi por accidente, el escritor João Paulo Cuenca se entera -en una comisaría- de que tres años antes el Estado brasileño lo dio por muerto. Lo cuenta en una novela, en la que aparecen reproducciones del expediente judicial real. Alguien robó su identidad. ¿Para qué? ¿Quién era la persona que murió? ¿Por qué a la Policía -al Estado- no le interesa saber qué sucedió?

Descubrí que estaba muerto (con la historia, además, Cuenca filmó una película que se vio en el BAFICI) transcurre en Río de Janeiro. Hay un escritor que investiga su propio caso en clave de novela negra. Hay una crítica social ácida y una pintura de la corrupción. También, un narrador que quiere escribir una novela pero que termina cuestionando su propio oficio y el alcance de la literatura.

Corre 2011 y Río está transformando su perfil. Su identidad. Se vienen los Juegos Olímpicos 2016: la fiebre inmobiliaria es imparable. Los privados y el Estado respiran la prosperidad del “Brasil potencia”, mientras la Policía desplaza pobres y reprime en los morros. Lo importante es ordenar, encontrar terrenos, construir. “Sustituir enteramente a los habitantes de la ciudad por turistas”, parece ser el plan, escribe Cuenca. En una escena, el escritor se suma a una fiesta de intelectuales y periodistas. Algunos invitados ofrecen consejos de inversión: el mercado financiero de “Brasil potencia” en auge. Por las ventanas del departamento se escuchan disparos de la guerra policial antinarco, mientras ellos continuarán la noche con drogas. Nadie se conmueve exageradamente, porque lo que está pasando es lo habitual.

La novela explora, también, el dilema creativo del escritor. “Desde que empecé a publicar me invitaron a festivales y mesas redondas en los que preguntaban por eso -explica Cuenca-. Y yo veía que el discurso sobre el escritor vendía más que su libro. Hay un fetichismo en la figura del autor y eso me incomodaba”. Su respuesta fue llevar esa inquietud del sistema literario establecido a la novela. “¿Quieren saber realmente cómo es ese proceso? Lleno de dudas, de misterios y de problemas”, adelanta Cuenca.

El Brasil de Lula y Dilma en el que se ambienta el texto era, para este escritor y periodista, “un masivo esquema de corrupción con una cara social”, situación que nunca dejó de denunciar. Aunque algunas políticas distribuían riqueza y ayudaron, las injusticias, los negociados, continuaron. Igual, advierte: con la llegada de Temer la realidad empeoró.

- ¿Por qué?

- El gobierno del PT pactaba o participaba en relaciones espurias y que ponían al Estado al servicio de intereses privados y no de la gente, aunque con matices. Ahora no tenemos un gobierno que suela hacer acuerdos con esas fuerzas sino que directamente tenemos un gobierno de esas fuerzas. Eso vuelca la balanza brutalmente.

- ¿La literatura tiene un papel ante estos escenarios sociales?

- Me encantaría que llegara a un público grande, pero temo que llega apenas al grupo de lectores de literatura, que cada vez está más restringido a la elite cultural. Entonces, es una actividad de excepción. El libro es consciente de eso y lo problematiza.

- ¿Cómo lo problematiza?

- El personaje narrador es un escritor que es muy crítico de la actualidad de las letras en Brasil. ¿Qué puede hacer un libro entonces? Un libro no debería ser amigo del poder, cualquiera que sea, de derecha, de izquierda. Me parece que la literatura tiene que tener un papel peligroso, iconoclasta, corrosivo. Es una de las críticas que hago al medio literario en Brasil.

- ¿Entonces qué función tendría que tener la literatura?

- No sé si llego a esbozarlo en el libro, pero sí sé lo que no es su verdadero papel. Los mejores libros son aquellos en los que terminamos llenos de dudas, de cuestionamientos, de incertezas. No es la literatura que te conforta y que te ofrece una versión del mundo que te permite decir: “Mi alma está pacificada”. Pero como se convirtió en una actividad de excepción, yo veo a muchos escritores asumiendo un papel de evangelizadores: “Yo voy a la escuela a transmitir el evangelio y si vos lees esto vas a ser una persona mejor”. No me parece.

- ¿Eso pasa cuando se plantea un canon que indica qué leer?

- Hay un libro de Tzvetan Todorov, La literatura en peligro, en el que se describe cómo en el siglo XX el estructuralismo convirtió una forma de arte, la literatura, en materia de estudio en el colegio y mató una generación de lectores. El libro tomado como un remedio: “El gusto es amargo, pero hay que tomarlo porque va a ser bueno para vos”. No puede ser así. Me parece injusto con una tradición literaria milenaria que jamás tuvo que ver eso. Me refiero a la tradición que marca que no es un remedio para hacerte más adaptado. Es algo que es peligroso, que es desestructurador.

- Justamente, tu texto parece ir contra las estructuras. Atrapa, pero siembra dudas. Combina géneros. ¿Es una novela policial? ¿Un retrato de Río de Janeiro? ¿La historia de un autor buscando su identidad?

- Cuando lo escribí, tenía la sensación de que estaba viviendo a la deriva. En la novela el narrador siente que “cualquier camino que tome va a ser un desvío del camino principal”. Esta sensación la reproduje en el texto. Al final el libro tiene unos cuatro o cinco desvíos importantes. Si hubiera escrito una novela policial de inicio a fin o una novela social de inicio a fin faltaría algo para pintar el panorama que significa vivir y morir en Río. Me parece interesante que estos varios caminos sean sorprendentes, como un tren fantasma que lleva a un lugar que no se esperaba.

- ¿Qué efecto buscaste en el lector?

- Transmitir un sentimiento de susto. De “no puede ser posible que esto esté pasando”. Intentar sacarlo afuera de la fotografía. Mirarse y mirar el mundo un poco desde afuera, porque el lector es coautor. Yo cuento con su colaboración.

- ¿Cómo? ¿A partir de qué?

- A partir de que el texto sea permeable, muchas veces incompleto. Que cierta duda o angustia sin respuesta pueda ser completada por él.

- ¿Esas incógnitas son como un contrapeso de discursos cotidianos?

- Sí, estamos todo el día contaminados por certezas. Abrís el Facebook o ves comentaristas en los medios de comunicación y son todas certezas. En las librerías, la parte más visible en los estantes es la de los libros que te enseñan cómo hacer cosas, cómo ganar dinero, cómo ser feliz. Son lecciones muy positivas. En el espacio de la literatura, los libros te sacan las certezas y yo busco ese lugar.

Lea aquí el primer capítulo de "Descubrí que estaba muerto"

http://static0.planetadelibros.com.ar/libros_contenido_extra/36/35299_DescubriQueEstabaMuerto_PrimerCAp.pdf


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