Por Alberto Medina López Foto Luis Ángel
El Espectador
Gerald Foos, como dueño de un motel en Denver, había podido cumplir sus fantasías de voyerista gracias a la ayuda de Donna, su mujer.
“Algunas parejas instalaban en sus casas espejos en el techo, o veían porno duro en la cama, pero nuestra ventaja mientras hacíamos el amor tranquilamente en nuestro desván era la posibilidad de echar un vistazo a un espectáculo de sexo en vivo que tenía lugar unos dos metros más abajo”.
La increíble historia llegó a manos del famoso reportero Gay Talese, cuando el voyeur le envió una carta anónima contándole lo que él calificaba de hazaña e invitándolo a conocer su motel.
Talese aceptó y Foos lo recogió en el aeropuerto. Camino al lugar, le relató sus inicios como voyeur observando a una tía desde la ventana. La veía desnuda y acudía a las artimañas manuales propias de la adolescencia para satisfacer sus deseos.
El reportero le preguntó si no temía un castigo por invadir la intimidad. El hombre aseguró que estaba en los límites de su propiedad y que además los huéspedes no sabían y por lo tanto eso no los afectaba.
Talese conoció el lugar y desde entonces empezó a recibir por fragmentos el diario del voyeur donde relataba con pasión y sin pudor los encuentros sexuales de sus huéspedes, hombre y mujer casi siempre, gigolós y mujeres solitarias, amantes furtivos, tríos, sexo entre hombres, sexo entre mujeres y, en cada caso, una conclusión del analista.
En un encuentro de dos mujeres concluyó: “Por desgracia, la mayoría de los hombres que he observado se preocupan más por su propio placer que por el de las mujeres. Hay mucho menos amor emocional que amor físico. Las lesbianas, por el contrario, son mejores amantes entre sí; saben lo que quiere su compañera, y casi siempre existe una proximidad emocional que un hombre nunca puede alcanzar”.
Foos no quería ser recordado como un pervertido sino como un “pionero de la investigación sexual”. Por esa razón sus anotaciones contenían hasta tabulaciones cuantitativas sobre los tipos de pareja y sus modos de granjearse placer.
Donna murió y Foos se volvió a casar con una nueva cómplice a la que le gustaba ver porno. Ese hecho ameritó otra conclusión para el diario del voyerista. “Casi todas las mujeres prefieren que las miren a mirar a los demás, cosa que explica en parte por qué los hombres gastan fortunas en porno y las mujeres en cosmética”.
El motel del voyeur parece desprenderse de La mujer de tu prójimo, ese texto de Talese que narró la historia sexual del siglo XX, desde la moral y la censura, hasta los excesos de la carne en los salones de masaje y en el mundo del poderoso imperio de la revista Playboy.