Por Rodrigo Zuleta
Agencia EFE
Alemania conmemora hoy el centenario del nacimiento de Heinrich Böll (1917-1985), escritor clave de la postguerra y parte de la conciencia moral alemana que durante su vida fue un intelectual incómodo que causaba irritaciones continuas en diversos sectores de la sociedad.
Su obra literaria recibió en vida prácticamente todos los reconocimientos que puede recibir un escritor, incluyendo el Premio Nobel de Literatura, que obtuvo en 1972.
Algunas de sus novelas -como "Retrato de grupo con señora", "Billar a las diez y media", "Opiniones de un payaso" o "El honor perdido de Katharina Blüm- pueden leerse hoy como documento de la vida cotidiana y las discusiones de la vieja República Federal de Alemania.
La obra de Böll está marcada por una melancolía prácticamente incurable y es posible que él haya entendido su misión de escritor como una resistencia permanente ante la euforia y el optimismo engañoso generados por el llamado milagro alemán.
El propio Böll, que había tenido que luchar como soldado en la II Guerra Mundial, definió en una ocasión su literatura como "de escombros". Los escombros, sin embargo, -una de las tantas herencias de la guerra- habían sido retirados lo más rápidamente posible de las ciudades alemanes.
La insistencia en volver la vista a atrás convirtió a Böll en uno de los escritores emblemáticos de las décadas de los sesenta y los setenta, cuando muchos alemanes empezaron una tarea de elaboración del pasado, muchas veces ante la resistencia de fuerzas conservadoras.
"Nuestros hijos no saben lo que pasó hace diez años. Aprenden nombres de ciudades que relacionan con un desabrido heroísmo: Leuthen, Waterloo, Austerlitz; pero de Auschwitz no saben nada", se quejaba Böll en un artículo sobre Paul Celan publicado en 1954 en "Die Literatur", una de las varias revistas creadas por el llamado grupo del 47.
A algunos, la protesta contra el pasado los llevó incluso al terrorismo. El rechazo a la generación de los padres fue una de las raíces de la llamada banda Baader-Meinhof y esto, a la vez, generó una reacción del Estado y de la prensa conservadora que retrospectivamente se ha calificado de excesiva y de responsable de la escalada de terrorismo que condujo al otoño sangriento del 77.
Algunos aprovecharon esa escalada terrorista para dividir el mundo en amigos y enemigos y, para determinados sectores representados entre otros por el consorcio mediático Axel-Springer, un crítico del statu quo como Böll estaba del lado de los enemigos.
Tras el asesinato del jefe de la patronal Hanns-Martin Schleyer en 1977 el diario "Bild" orquestó una campaña contra Böll al que llega a poner incluso bajo sospecha de ser cómplice del terrorismo.
"Fue amado, fuera de Alemania admirado con reverencia y le dio a muchos lectores una idea de libertad que iba más allá de la economía social de mercado. Tal vez también por eso fue odiado hasta la muerte por una jauría de políticos", escribió Günter Grass en un ensayo dedicado a Böll.
Recientemente, se publicó una carta de Böll a Horst Mahler, uno de los cabecillas del Ejército Rojo (RAF) que ahora es un militante neonazi, en la que pedía al grupo que abandonase la violencia.
Böll, a diferencia de muchos, nunca vio el capitalismo renano de la RFA como una especie de paraíso en la tierra. Pero también sabía que el paraíso no estaba al otro lado de la cortina de hierro.
De hecho, cuando en 1974 el escritor ruso Alexandr Solzhenitsin fue expulsado de la Unión Soviética, tras haber pasado por la cárcel, fue en la casa de Böll donde primero encontró acogida.
Su compromiso político ha llevado que Los Verdes le hayan dado a su fundación política, la Fundación Heinrich Böll, el nombre del escritor. La Alemania oficial asume hoy al escritor como parte de su herencia cultural y moral.
"Heinrich Böll no sólo fue el pionero de una nueva literatura alemana sino también de una nueva forma de los debates públicos en la Alemania de la postguerra", dijo la encargada de Cultura del Gobierno federal, Monika Grütters, con motivo del centenario.
En vida, su forma de abordar los debates no despertaba tantas simpatías de las autoridades y en 1972 su casa fue incluso registrada por la policía que sospechaba que el escritor escondía terroristas de la RAF.