Revista Pijao
El amor de Shakespeare
El amor de Shakespeare

A pesar de que la obra de Shakespeare es una de las más importantes de la historia del hombre, a algunos no les basta con eso. No les basta, tampoco, el sagaz talento del escritor para hacer logar que sus diálogos creen empatía con esa condición intransferible que es el amor. Algunos necesitan saber cómo amaba, a quién amaba y por qué amaba.

Según James Joyce, hablar de la vida de Shakesperare era como “reunir a un comité de eclesiásticos para discutir la historicidad de Jesús”. Del autor apenas sabemos algo más que sus obras, y éstas no iluminan otra cosa que lo dicho entre telón y telón.

El enigma sentimental de su vida es un territorio del que cada explorador regresa con el reclamo de una mina de oro sobre la que aporta más convicciones que evidencias. Desde la posibilidad de que evitó ciertos temas a partir del supuesto asesinato político de su amigo Cristopher Marlowe (cuyo trabajo como espía al servicio de su majestad hay también que suponer), hasta su propia muerte, rico, alejado del teatro y -de nuevo- supuestamente aquejado de una enfermedad venérea, después de una tremenda borrachera con Ben Johnson. Y entre ambos episodios se intercalan las peripecias -no menos supuestas- de una vida amorosa en la que, salvo el bestialismo, cabe de todo, aunque lo único que se sabe con certeza es que nunca amó a su mujer en el sentido de la apasionada emoción que es el amor en sus obras.

Como cualquier leyenda, alrededor de Shakespeare se han tejido cualquier cantidad de mitos: que él no escribió sus obras, que no estudió, si quiera la escuela primaria, y una de las preguntas más suscitadas: ¿fue Shakespeare una especie de donjuán británico, experto en seducir por igual a mesoneras y damas de compañía de la reina, o fue un homosexual en aquel Londres renacentista e isabelino donde nada más normal que la “ferviente amistad” entre los hombres?

Quienes optan por la versión heterosexual apuntan a la presencia de una “dama oscura” en algunas de sus obras. Quienes lo tildan de homosexual aportan, quizá con mayor rigor, la clave de los sonetos dedicados a un misterioso “W. H.”. George Bernard Shaw identifica a esa dama oscura como Mary Fitton, una explosiva belleza de la época. Doncella de la reina desde los 17 años, se había casado a los 16 de una enrevesada manera relacionada con un desparpajo sexual que la llevó a un nuevo matrimonio y a un hijo ilegítimo con William Herbert, conde de Pembroke. Y éste, el conde, es quien complicará las cosas.

Frank Harris estima que Pembroke es el “W. H.” al que están dedicados los famosos sonetos, cuya “dama oscura” sería Mary Fitton.

El turbulento amor de Shakespeare por la cautivadora Mary necesitó, al parecer, de William Herbert para recomponer las cosas tras una de sus disputas. La dama recibió al mensajero de la reconciliación, se acostó con él y así dio comienzo un triángulo cuya sombra se agita entre las líneas de Romeo y Julieta, donde Mary Fitton sería, según Harris, el punto de partida de Rosalind, la novia de Romeo anterior a la aparición de Julieta.

Pero otras interpretaciones resuelven el misterio de la dedicatoria a W. H., como la cifra inversa de las iniciales de Henry Wriothesley, conde de Southampton, presunto amante y colaborador literario de Shakespeare.

Cualquier versión carece, sobre todo, de precisión y de veracidad. Por ahora toca conformarse con las obras. Lo único que debería importar.

Con información de El Espectador


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