Por Juan Cruz Foto Carlos Rosillo
El País (Es)
Emiliano Martínez es editor desde joven, pero esa no iba a ser su carrera ni era su vocación. Jesús Polanco, con cuyo equipo contribuyó a fundar Santillana en 1964, le encargó “unos libritos” y mientras los hacía le vino esa iluminación: “Editar es fascinante”. Lo ha sido casi todo en Santillana, hasta consejero delegado de sus dos ramas, la educativa y la literaria, y ahora es vicepresidente de la Fundación Santillana. Por todo eso, Liber le dedica un homenaje. Aquí cuenta la raíz de su oficio.
Pregunta. ¿Por qué cree que le dan este homenaje?
Respuesta. Es un reconocimiento a gente muy veterana que normalmente ya ha cerrado las páginas de su diario. También es un guiño de afirmación al oficio. La tarea de un editor es sintetizar la cadena de creación, materialización y difusión del libro. Así nació esta clase de homenajes, en cuya creación participé yo mismo hace muchos años. Y ahora me toca precisamente a mí.
P. La raíz de su trabajo lo relaciona con América, y esa es la metáfora de Liber. ¿Hace la Administración lo que debe para apoyar ese objetivo del certamen?
R. Los poderes públicos deben tener sensibilidad por esos valores simbólicos, y una comunidad cultural como esta que nos une por la lengua tiene que ser un territorio a cultivar. Ha habido atención, sí, con los altibajos propios del juego de las Administraciones públicas. Pero es necesario potenciar la evolución de Liber, que tuviera más carga cultural.
P. Usted representa la idea que propulsó Polanco al frente de Santillana: América fue su objetivo.
R. Fue esa su voluntad. Al principio yo estuve con él en temas de educación. Un día, hace medio siglo, me mandó a Buenos Aires para ayudar en la versión argentina de unos libritos de educación para adultos en los que yo había intervenido. Me interesó de tal manera aquello que al regreso empecé a considerar que ese era mi oficio. ¡Editar es fascinante! En aquel caso, había que juntar necesidades, argentinas y españolas, y ese juego se resolvió de manera natural. Fue fascinante. Con el paso del tiempo, Polanco me dio una pauta para sacar adelante los sellos de edición general o literaria que fue incorporando a Santillana: Alfaguara, Taurus, Aguilar… Había que hacer un grupo y saltar con esos sellos a América. Esa tarea duró 10 años y cuajó bajo el impulso de su hija Isabel, que convirtió en global ese grupo de editoriales.
P. El que usted recibe es un premio a esa vocación.
R. Que alentó Polanco, con su pasión profesional por la edición y la visión americana; Francisco Pérez González, Pancho, otro gran maestro, aportó la visión institucional de los editores españoles. Él fue quien abrió Liber, y lo definió como el lugar de encuentro con los colegas americanos en su paso por Madrid o Barcelona cuando iban a la Feria de Fráncfort.
P. En este periodo de su trabajo surgió hace 30 años la Feria Internacional del Libro (FIL) en Guadalajara (México). ¿Siente envidia como editor español, impulsor de Liber, de este certamen tan consolidado?
R. ¡Naturalmente! Desde los inicios de la FIL, nuestro grupo, precisamente por su vocación panhispánica, colaboró mucho con ese certamen cuyo liderazgo es de Raúl Padilla. Él se quejaba de la falta de apoyo que en sus comienzos tuvo de la industria editorial de allí, y nosotros les decíamos a nuestros colegas que aquella iba a ser una plataforma magnífica. Lo ha sido. La FIL es la prolongación natural de la visión de un editor: ganar lectores, crear un ecosistema cultural rico. Para lograr eso hay que juntar complicidades, trabajar con otros, convencer a los poderes públicos de la trascendencia cultural y social de los libros. En épocas de crisis, ese discurso se frena, es como un viento helado que se lleva por delante una cosecha entera o la reduce. Los editores más comprometidos, con más visión, deben aprovechar oportunidades como la que supone la FIL.
P. ¿Cómo tendría que avanzar Liber para cumplir, al menos en parte, ese trayecto que ya ha hecho la FIL?
R. Ha de mantener sus señas de identidad y prolongar el trabajo hecho, al margen de que haya que reclamar otras acciones. Por ejemplo, con las actividades de comercio exterior de España, que ya ha hecho posible que aquí vengan bibliotecarios norteamericanos, iniciativa que también ha seguido la FIL. Y habría que hacer aquí algo que allí es una maravilla: que vayan riadas de jóvenes lectores a encontrarse con los autores, y que esos jóvenes lectores puedan comprar libros de esos autores.
P. En una edición de la Feria de Fráncfort de mediados de los años noventa se declaró la inminente muerte del libro de papel. Y sigue vivo. ¿Qué lo mantiene vivo?
R. Umberto Eco dijo que, igual que las tijeras o las bicicletas, como objeto el libro salió perfecto desde su invención. Es fácil de manejar y físicamente es cómoda su lectura. El profesor Francisco Rico dice que en pantalla se produce “una lectura a trancos”. En el libro de papel se sigue la lectura que el autor ha trazado. Por todo eso no se ha cumplido la profecía. Y el libro, sobre todo, se ha mantenido como sinónimo de la calidad de la lectura.
P. Fue consejero delegado de Santillana y juntó educativas y generales. ¿Cómo combinó ambas zonas?
R. Nací a la edición en contacto con las educativas, ahí era pez en el agua. En la gestión de la edición cultural había que tener muy presente la autonomía de los editores, y que tuvieran presente la obligación de fijarse en América como objetivo de la compañía. Respetar al editor era respetar a los autores que éste eligiera.